Vocación Internacionalista
Preliminar.
Es el 24 de octubre en que se conmemora el aniversario de la creación de un organismo internacional que bien prometió abrir una nueva senda en los difíciles caminos de la diplomacia y de las relaciones dentro del sistema internacional, del nuevo sistema internacional que trajo consigo la Segunda Guerra Mundial.
Difícil, bajo todo concepto, ha sido el penoso transitar de este organismo que buscó, bajo todo concepto, un mundo más igualitario, en paz e inmerso en los beneficios de la justicia.
A siete décadas del nacimiento de la Organización de las Naciones Unidas, podemos decir que el mundo mucho ha cambiado y la, anciana ya, organización poco ha podido hacer en el mundo globalizado de nuestros tiempos. Si al principio las cosas fueron difíciles, ¿qué decir de nuestros tiempos en que el sistema internacional maneja ya situaciones de profunda desigualdad y muchas naciones del planeta apenas si sacan la nariz tratando de ganar al menos una posición geopolítica frente el emporio y el mezquino interés de otras que, a toda luz, luchan por consolidar sus hegemonías?
Ahora más que nunca, la Organización de las Naciones Unidas tiene ya, con su estructura, poco que hacer puesto que, también, poco ha hecho.
Por ello, a seis décadas de su creación, bien vale la pena evaluar su presencia en el contexto internacional y ver hasta donde ha podido actuar, cuáles son sus limitaciones y, desde luego, sus posibilidades reales para lograr el futuro o persistir en él.
Los problemas de origen.
La Organización de las Naciones Unidas, que tiene como miembros a países con grandes asimetrías económicas y políticas, es considerada en el planeta como la principal organización multilateral; tiene su sede en la ciudad de Nueva York y trabajan en ella 61 mil personas.
Fue creada en el seno de un mundo bipolar, producto del nuevo reparto del mundo que trajo consigo la segunda conflagración mundial a mediados del siglo pasado. El escenario de esa bipolaridad se circunscribe en una lucha entre el capitalismo y el socialismo, encarnada en las superpotencias de entonces, los Estados Unidos y Gran Bretaña por un lado, y la Unión Soviética por el otro, Fueron precisamente los Presidentes Franklin D. Roosevelt, Wilson Churchill y Joseph Stalin sus arquitectos y quienes también sentaron las bases en la Conferencia de Yalta en febrero de 1945 y luego de que fuese firmada la Carta de las Naciones 5 meses antes en la ciudad de San Francisco el 24 de octubre del mismo año se vio cristalizado el gran proyecto.
La consecuente crisis, el mito y lo real.
El proceso de desarrollo de la Organización de las Naciones Unidas presenta su inflexión cuando en el escenario mundial empieza a predominar el proceso de descolonización y las guerras civiles van desplazando a las guerras entre estados disipándose con ello la inminente posibilidad de la conflagración mundial; pero alcanzada su coordenada máxima en 1988 cuando se le galardona por su “merecida” contribución al fortalecimiento del nuevo tipo de relaciones de dominio imperante , que aparece automáticamente como el factor determinante que representó un cambio verdaderamente cualitativo, y significativo también, dentro del escenario político-económico mundial y en la fortaleza de esta institución.
El fin de la guerra fría, y con ello del mundo bipolar, a principios de la última década del siglo pasado, emergiendo los Estados Unidos como potencia hegemónica, producto inevitable derivado de una serie de acontecimientos drásticos sucedidos hacia 1989-1991 tales como el estallido interno de la Unión Soviética, la caída del Muro de Berlín, la reunificación de las dos Alemanias, el término del Pacto de Varsovia y la guerra en la antigua Yugoslavia. Fue justamente a partir de estos momentos, cuando empiezan a proliferar y a hacerse evidentes, mayoritariamente, los síntomas de su debilitamiento como organismo multilateral.
Atravesando su fase de debilidad, la Organización de las Naciones Unidas revela una crisis profunda y enseña los síntomas de su evidente agotamiento con mayor nitidez en sus aspectos interno y en el de sus asociados, dejando totalmente visible el contraste de su parte mito y de su parte real.
El aspecto interno. En la ONU también los hay.
Internamente, la Organización de las Naciones Unidas es un organismo que, a pesar de su longevidad, no se ha dotado aun de los mecanismos de control eficaces dirigidos a superar su mala gestión, a enfrentar la continua gama de escándalos de diverso tipo, generalmente de corrupción y de las violaciones a sus normas de conducta, conjunto de situaciones que a la luz de resoluciones como la 51/191 de fecha 16 de diciembre de 1996 que constituye la Declaración de Naciones Unidas contra la corrupción y el soborno, bien pone en entredicho su entereza. Su devenir histórico está plagado de este tipo de acciones.
El noruego Trygve Lie, que ocupara la Secretaría General entre 1946 y 1953, fue acusado de ceder a las presiones del Departamento de Estado Norteamericano para eliminar funcionarios norteamericanos acusados de comunismo contribuyendo a violar el Artículo 100 de la Carta que consigna que cada Estado miembro se compromete a respetar el carácter exclusivamente internacional de las funciones del Secretario General y del personal de la Secretaría y a no tratar de influir de manera impropia sobre ellos en el desempeño de sus funciones.
En otro orden de ideas, las conclusiones de un estudio realizado por la firma especializada Deloitte&Touche LLP, a petición de la propia organización reafirman que al interior de su estructura hay una crisis de confianza agudizada por el envío de sus empleados a cumplir misiones internacionales sin que haya una mínima seguridad para ellos como es el caso del atentado al Hotel Canal y a la sede de las Naciones Unidas de Bagdad, en agosto del 2003 que les costara la vida a 24 de sus funcionarios.
En los empleados de la Organización se percibe una débil respuesta cuando internamente surge alguna sospecha y se temen represalias que pondrían en peligro la carrera diplomática sobre quienes denuncian actuaciones incorrectas; se han registrado de manera generalizada una seria preocupante de casos de fraude o corrupción, de violaciones a sus normas de conducta y escándalos protagonizados por subalternos como por la cúpula administrativa regida por Annan.
El hecho de que, hace algunos años, el Subsecretario General de la Oficina de servicios de Supervisión Interna (OIOS), responsable del Departamento anticorrupción, Dileep Nair, quien desempeñándose como Director del Departamento de Servicios de Supervisión Internacional (OSSI) se le acusara de violar los derechos de los empleados al caer en favoritismo a ciudadanos indios, de saltarse las reglas del organismo en materia de contrataciones, de promociones de funcionarios, de acoso sexual a subalternos y hasta de incurrir en sobornos, fue eximido de toda culpa por el Secretario General Kofi Annan, quien decidió cerrar sin investigación las acusaciones después de que, supuestamente, hizo examinar a fondo las acusaciones motivo por el cual internamente le inculpan de encubridor.
Otro caso fue el del Alto Comisionado para los Refugiados (ACNUR), Ruud Lubbers, sospechoso de perpetrar acoso sexual quien, aun cuando la Oficina de Servicios de Control Interno había validado la acusación., fue exonerado en julio de 2004.
Por si esto fuera poco, tenemos también el caso de encubrimiento de corrupción y fraude financiero en la oficina de la Secretaría General de las Naciones Unidas, detectado en torno al programa interinstitucional “Petróleo por Alimentos” el cual terminó comprometiendo a Benon Sevan, mano derecha del Secretario General Kofi Annan y al hijo de este mismo Secretario, Kojo Annan y a su ex empleadora Cotecna Inspection, S.A.
Un caso verdaderamente alarmante lo constituye la desautorización, el 6 de abril de 1994 emanada por parte del encargado en ese entonces del mantenimiento de paz de la ONU quien obrando como jefe inmediato del general canadiense Romeo Dallaire, jefe de los “Cascos Azules” destacados en Ruanda, de intervenir para evitar el genocidio Hutus-Tutsi que se constituyó en una grave negligencia y que cobró la vida a casi un millón de personas.
La relación con los asociados.
La crisis en que se encuentra inmersa la Organización de las Naciones Unidas, no atañe de manera exclusiva a sus aspectos internos. Indudablemente la relación con sus asociados observa serias controversias, profundos desacuerdos y, por ende, un panorama aún más desolador.
En cuanto a sus asociados la situación es delicada; ella está saturada por el desacato a resoluciones, medidas y reglas adoptadas; no existe el efectivo control a los miembros de misiones; es infringido su código de conducta; prevalece entonces el fracaso de las misiones de paz y de las de ayuda humanitaria. Existen aspectos graves en el cumplimiento de las misiones, sobre todo cuando no se apropian de su función o que distribuyen, por ejemplo, medicamentos o alimentos no aptos para la salud humana.
A últimas fechas se ha observado que la Organización de las Naciones Unidas, para su funcionamiento, por una estructura antidemocrática; puedo afirmar que se ha convertido ya en un dócil instrumento de las compañías multinacionales y de las élites políticas; contribuye a la desinstitucionalización de países; desconoce estudios científicos elaborados por sus propios organismos.
Sistemáticamente incumple metas y objetivos y, como terrible consecuencia, ha originado y reforzado conflictos y guerras. Pasemos al detalle.
Una explicación necesaria.
Las Naciones Unidas, como organización mundial, se ha ido constituyendo en la mayor multinacional del poder político imperante en el planeta, toda vez que ha sido un organismo que a través de su historia ha ido asumiendo la función de sistema inmune del propio sistema capitalista en general frente a la amenaza independentista o anticapitalista y, para tal propósito, cuenta con un alto, generalizado y diversificado, nivel de consenso, al servicio de una élite que la moldea al tenor de sus propios intereses dependiendo del período histórico de que se trate.
En la actualidad, es obvio que está al servicio exclusivo del proceso de globalización que no es otra cosa sino la re-neocolonización –valga decirlo- que presupone un nuevo reparto del mundo, deviniendo así en un instrumento de dominio mundial al servicio de las grande potencias y de sus multinacionales que al final de cuentas manejan la economía mundial (transgénicos, de crédito como el BID, CAF, BM, FMI, etc.), que la controlan y utilizan para servir a sus propios intereses poniendo en entredicho su entereza y neutralidad, tendencia bajo la cual se perfila a erigirse en un Estado universal, en un supra Estado.
De manera lenta, casi oculta, despacio y con gran certeza de su actuar, ha ido incursionando en una cada vez mayor variedad de temas procurando definir, regular y controlar todas y cada una de las actividades humanas, agrupándolas en programas en los cuales utiliza personal que le brinda un ropaje intelectual cientificista y una seudo-legitimación científica desarrollando, también, un amplio y ambiguo arsenal teorético en temas políticos, económicos, militares, culturales, educativos, científicos, sanitarios y poblacionales –sólo por referir algunos-, impregnado de referencias con muchos vacíos y profundos desaciertos.
Dentro de su estructura, uno de sus seis órganos de control principal, el Consejo Económico y Social, controla las dos instancias que al interior se ocupan mayoritariamente de manejar los múltiples temas, los programas a menudo llamados agencias y las organizaciones. Las organizaciones se diferencian de los programas en tanto que estas están sujetas a un tratamiento especial, son consideradas órganos “autónomos” especializados con membresía y estructura interna propia, las cuales trabajan para la institución y entre sí mismas y están bajo su coordinación.
En conjunto presentan una profunda contradicción: mientras unos refirman su voluntad de favorecer el progreso económico y social, así como el debido respeto a los derechos humanos, otros como el Banco Mundial (BM),el Fondo Monetario Internacional (FMI) y la Organización Mundial del Comercio (OMC) que son instituciones supuestamente técnicas y formalmente multilaterales, se colocan al servicio de los países más industrializados amparados en su cobertura legitimadora para generalizar la aplicación de políticas cuyos resultados son contradictorios con algunos de los objetivos establecidos en su entorno estatutario.
En otro orden de ideas, en las Naciones Unidas el principal órgano, de carácter plutocrático, que es el Consejo de Seguridad, suplanta la Asamblea General; en él se encarna el balance de poder pues sólo participan, con carácter permanente, 5 potencias mundiales creyendo representar en conjunto los intereses de la humanidad (Estados Unidos, Rusia, China, Francia y Gran Bretaña), dotados con el privilegio de poder de veto para invalidar alguna resolución en asuntos de paz; sus resoluciones son obligatorias en cumplimiento por encima de las resoluciones aprobadas por la Asamblea General formada por 189 países periféricos, débiles, sin poder militar y/o económico. En consecuencia no constituye un órgano de carácter representativo al no representar a nadie más que a sus propios intereses nacionales.
La Comisión de Derechos Humanos se haya integrada por gobiernos que en vez de estar interesados realmente en preservar los derechos humanos, frecuentemente votan resoluciones animados por intereses políticos o económicos de tal manera que los países peores violadores de este tipo de derechos consiguen allí protegerse a sí mismos y entre ellos.
Desde su creación, y hasta iniciado el Siglo XXI, la Organización de las Naciones Unidas no ha sido capaz de evitar ni un sólo de alrededor de 100 conflictos ocurridos en el mundo, en los que ha participado con múltiples operaciones de paz en misiones de distinto tipo y de los que se calcula perdieron la vida más de 20 millones de personas.. En cambio ha sido un organismo que se ha prestado al mal uso que se ha hecho de la legalidad internacional; que ha contemplado el desarrollo de más de una intervención militar (Grenada en 1984, Panamá en 1989); que ha contemplado más de una treintena de evitables guerras internas, civiles, (Angola, Corea, Congo, Somalia, ex Yugoslavia, Sudán, Uganda, República Dominicana), y entre países (India contra Pakistán, Gran Bretaña contra Argentina en las Malvinas en 1982); que presenta problemas para interpretar fenómenos y conflictos (narcotráfico, pobreza, terrorismo, Uganda, Congo, Ruanda, Sudán); que ha mostrado su incapacidad e inoperancia crónica para evitar masacres étnicas en curso (en el campo de refugiados de Jenín, Palestina a principios del 2002, en la ex Yugoslavia y en el marco de contienda de Bosnia entre 1992 y noviembre de 1995, la masacre, por tropas serbobosnias, ejecutada entre el 10 al 19 de julio de 1995, en el enclave de Srebrenica, ciudad serbobosnia, etc.), y de masacres rotuladas amañadamente de étnicas (Ruanda, Tutsis contra Hutus en 1995) y en la República Democrática del Congo (en la región Iture de la provincia Kivu).
Ha sido una entidad incapaz de controlar efectivamente las acciones de los cascos azules y su personal civil, que goza de inmunidad general beneficiándose de ella cuando se encuentran ubicados en países en conflicto, donde es fácil el abuso de refugiados y personas de minorías vulnerables, toda vez que esta condición les ha facilitado involucrarse no solo en casos de abuso sexual, sino de contrabando de armas y de animales exóticos, de venta de combustibles en el mercado negro, de vandalismo en aviones, de no hacer nada mientras turbas saqueaban tiendas y hasta de participar en los saqueos.
En misiones de paz, pasadas y presentes los numerosos abusos sexuales, casos de pederastia, la explotación sexual y la prostitución, particularmente de menores de edad, y especialmente en niños estando bajo la condición de refugiados y que contravienen el código de conducta de la propia ONU que expresamente prohíbe a su personal y a los cascos azules, que pertenecen a las fuerzas armadas de los países miembros, pagar con dinero o favores por relaciones sexuales, así como mantenerlas con personas menores de 18 años, han sido su práctica generalizada.
En Naciones Unidas se incurre frecuentemente en incumplimiento en la aplicación de resoluciones tanto por parte de naciones en desarrollo como de potencias
En este tenor, bajo la situación en que la ONU no está muy bien equipada para enfrentar la lucha contra el terrorismo global ni en un país en particular, habría que añadir el que se incumplen exigencias contenidas en resoluciones tal como lo evidencia el incumplimiento por parte de 58 de entre 191 miembros, a la resolución antiterrorista del 2 de octubre de 2001 de informar hasta el 31 de octubre del 2003 al Comité la Lucha contra el Terrorismo (CLCT), sobre medidas y leyes nacionalmente sancionadas tendientes a combatir este fenómeno y restarle a este toda clase de apoyo.
Con suma frecuencia, actúa como un organismo verificador no imparcial por propia naturaleza, carece de medidas de fuerza eficaces tendientes a preservar la legalidad internacional, en hacer respetar las distintas resoluciones de convivencia mundial frente al desacato de algún país en particular: Rhodesia (por el apartheid), Suráfrica (ocupación de Namibia), Turquía (ocupación de Chipre en 1974), Rwanda (genocidio Tutsi), Camboya (elecciones internas), Israel (regreso a las fronteras en 1967). Y más recientemente por la coalición Estados Unidos-Reino Unido-Israel para perpetrar el ataque preventivo aplicado en Iraq y Palestina, respectivamente.
Como si esto fuese poco, ha sido impotente para exigir a sus miembros el pago oportuno de las cuotas para su funcionamiento. En distintos ejercicios presupuestarios casi el 90 por ciento del presupuesto ordinario de la institución son cuotas pendientes que adeudan sus miembros. Y el aporte de Estados Unidos, sede de la organización que le ha representado el 22% del presupuesto hasta hace pocos años, presentó un atraso que alcanzó al monto de los mil millones de dólares.
Lamentables conclusiones.
Habiendo analizado la situación en que se ha desenvuelto la Organización de las Naciones Unidas en sus sesenta años de vida, considero pertinente dejar claro que el panorama no es nada halagador. Por el contrario es delicado si consideramos la esencia que dio vida a este organismo internacional.
Existen situaciones lamentables.
La Organización de las Naciones Unidas no ha sido una prenda de garantía suficiente ni el blindaje eficaz contra la agresión entre países, la intervención, el bloqueo, la guerra, la arbitrariedad y la corrupción entre muchos de sus países miembros, incluyendo a los países que podríamos decir han pertenecido al poco fortalecido club de los No Alineados (MONOAL) que bien podríamos decir que representan dos tercios en la Asamblea General y los cuales individualmente tiene un papel marginal en cuanto a formulación de políticas y participación y en su conjunto no alcanzan a representar algún peso específico en el ámbito político.
Con tristeza se puede observar en la actualidad que los grandes damnificados, producto del desarrollo histórico de las Naciones Unidas, y en donde se registra una colisión de legitimidades, continúan siendo la población musulmán árabe, el sagrado principio de la libre autodeterminación de los pueblos, y de paso los movimientos separatistas e independentistas nacionales del mundo que legítimamente buscar encontrar una posición geopolítica definida.
Es indiscutible que a partir de la creación de Naciones Unidas, el plano político adquirió una nueva dimensión aproximada cada vez más a la globalización; también lo es que obedeciendo a una prediseñada planeación estratégica, en detrimento del grueso de la humanidad, se ha aliado con los poderosos organismos globalizadores, que auspician el Nuevo Orden Mundial, en la consolidación de las condiciones y estructuras ajustadas a la fase de globalización que demanda el gran capital y que incluyen la implantación de un gobierno mundial único.
Ella misma se ha convertido en el punto de partida brindando el marco adecuado para ello. Y todas las tentativas hechas hasta su advenimiento, patrocinadas por ella están dirigidas a concretar ese objetivo.
En otro rubro, la cadena de sanciones decretadas hasta el presente por Naciones Unidas contradice el concepto de seguridad humana difundido en la primera mitad de la década de los 90 por el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), según el cual, el malestar social en el mundo en la forma de hambrunas, enfermedades, falta de infraestructura para proporcionar servicios médicos y educativos entre otros, constituye una amenaza a la seguridad internacional.
En vista a los planes futuros, es prácticamente un hecho que la llamada “reforma” de la organización que fue presentada en la reunión cumbre a efectuarse con motivo de su LX aniversario, la ONU termine convirtiendo a la OTAN (NATO) en su fuerza militar permanente y haga de la ampliación del Consejo de Seguridad una piedra angular destinada a la extensión y afianzamiento del proceso de globalización.
Los dos principales planes de reforma: el A, propuesto por el Secretario General y que se adecua a los intereses generales de las potencias, ó el B, propuesto por el embajador Norteamericano John R. Bolton, que se encamina más hacia la ambición hegemónica de los Estados Unidos de Norteamérica, tienen como común denominador conseguir someter la institución a los intereses contrapuestos de la población mundial en función del Nuevo Orden Mundial.
Es alarmante, porque resulta extremadamente ilustrativo y paradójico, que Naciones Unidas esté asignando a países la dirección de o la participación en misiones de paz en el mundo, sin comprometerse a acatar la Corte Penal Internacional buscando su inmunidad frente a violaciones a los derechos fundamentales y crímenes de lesa humanidad.
Está claro que la ONU demanda desde su interior imprescindibles cambios en el aspecto político, orgánico y operativo si pretende ganar legitimidad, pero por lo que representa, por su misma naturaleza, no es factible ponerla en práctica.
La mínima reingeniería que necesita debería, al menos, orientarse a los siguientes puntos:
1. Alcanzar una participación verdaderamente democrática, tendiente a preservar su proclamada igualdad, exenta de privilegios como el derecho al veto, y que predomine por encima de las decisiones de las potencias instaladas en su Consejo de Seguridad, instancia competente para velar por la paz y la seguridad en el mundo.
2. Que se dote de mecanismos efectivos que hagan cumplir por igual la Carta y sus resoluciones, en los términos expresado en su artículo 25.
3. Que adopte como sancionable el uso por algún Estado de mecanismos de presión de índole político, económico, militar, buscando respaldo a alguna determinada resolución.
4. Superar su carácter de agregado de Estados con intereses hegemónicos propios en pugna, y con sus políticas de poder en busca de obtener o consolidar la hegemonía, elemento indispensable tendiente a allanar la búsqueda de un cierto equilibrio universal.
5. Que se incluya el desarrollo de los pueblos, esto es, desarrollo económico con equidad social, como un principio básico de los derechos humanos a cambio del sólo crecimiento económico o a cambio del ya históricamente obsoleto, equilibrio entre las potencias, otrora antagónicas.
6. Que establezca, con claridad meridiana, la diferencia entre pueblo y Estado para evitar afectar los derechos humanos de los pueblos con las intervenciones político-militares, la inclusión de contratistas (corporaciones mercenarias) insertados en “misiones” (en Bosnia, Croacia, Congo, Ruanda, Afganistán, Iraq, etc.) por parte de Estados, que como los Estados Unidos de Norteamérica contemplan entre sus planes el privatizar su aparato militar, así como que los embargos económicos que implemente dejen de afectar a los sectores más vulnerables (Irak y Kosovo por ejemplo).
7. Que a cambio de limitarse a plantear demagógicas medidas universales tendientes a mitigar los efectos de la globalización, apoyando así este mismo proceso, asuma una posición realmente comprometida, favorable y de acompañamiento a los países emergentes frente a la voracidad de los países potencia asentados en la OMC (Organización Mundial del Comercio).
El ciclo vital de las Naciones Unidas parece haberse agotado. La humanidad enfrenta en la actualidad un esquema de conformación de mega bloques económicos, políticos o de economías de conjunto, de confrontación artificial de civilizaciones y de un mundo unipolar de potencia hegemónica global.
Ahora, debe dotarse de una estrategia de cuestionamiento político integral que rebase la mera crítica y rechazo hacia algunas de sus misiones, omisiones, resoluciones u organismos especializados o no tales como la Organización Mundial de Comercio (OMC), Fondo Monetario Internacional (FMI), o el Programa de las Naciones Unidas para la Fiscalización Internacional de Drogas (PNUFID), etc., de tal manera que consiga centrarse más decididamente en la apropiación de los problemas más generales de la humanidad y lograr así dotarse de un novedoso proyecto cuyo diseño refleje la realidad geoeconómica sobre la realidad geopolítica del mundo actual y en concordancia con esto, implemente, consulte y represente realmente los intereses mediatos e inmediatos de la población mundial teniendo como eje el desarrollo de los pueblos, más que del capital representado a través de la diplomacia de los Estados.
Difícil bajo todo concepto pero, hoy, vale la pena no solo cuestionarse lo expuesto en esta seria sino comprometerse de manera permanente por lograr, con la ONU o sin ella, un mundo más justo, más equitativo pero, sobre todo, más comprometido con las grandes causas de la humanidad. En ese aspecto está claro que el actual Secretario General Ban Ki-Moon, lejos de desarrollar una tarea meramente representativa, nada podrá hacer en la difícil empresa de conseguir la paz y la justicia en muchísimas regiones del planeta.♦