Ideario

 

 

H

HEGEMONIA

 

 Es necesario estudiar al hombre en su estructura de creencias para ubicar el punto o el momento en que éste está siendo objeto de sometimientos y de dominio, esto es, de hegemonías que buscan consolidación y expansión; sólo de esta forma o en la medida en que seamos capaces de dilucidar las formas en que el hombre somete o domina a su semejante, estaremos en posibilidad de vislumbrar al conflicto, variable que se ha hecho siempre presente en la historia de la humanidad; es éste el motor de la historia y el desarrollo humano; es él quien muchas veces ha impulsado a la humanidad en la búsqueda y el logro de grandes conquistas, así Cristóbal Colón llegó a América y los Estados Unidos lo hicieron a la luna. Mientras se dé todo en la creación para conservarla y mantenerla, sobre todo para provocar e inducir las grandes regeneraciones, el conflicto debe ser visto como un mal necesario para equilibrar el desarrollo, ya no de los habitantes de nuestro planeta sino del universo mismo.

 

 

HISTORIA

 

 Hablar de  historia, es hablar del recuento sistemático de eventos que otorgan cultura, identidad y fortaleza a los pueblos que la generan, la viven, la proyectan hacia dimensiones futuras y es más, la defienden. Historia pasada, la historia presente pero al fin de cuentas historia, donde se entrelazan los tiempos, donde el principio y el final parecen perderse. Historia, bella intromisión del destino.

 

 La perspectiva histórica permite comprender lo que a los contemporáneos, o a los miopes que todo lo atribuyen a la anécdota o apetito personal, escapa.

 

 No así, la historia debe contar, presumiblemente, con coincidencias y divergencias. La historia sólo se explica y adquiere sentido como oposición y lucha de contrarios; unos y otros hacen la historia; los unos sin los otros carecen de función. La historia como instancia de valoración y memoria de un pueblo, conciencia de sí mismo e impulso en el presente para el futuro, no se explica ni se entiende linealmente. Dentro de la historia no se trata de conciliar lo irreconciliable, no se trata tampoco de abjurar o reducir el modo de pensar que hayan tenido o tengan unos y otros; se trata, fundamentalmente, de aceptarla, porque ésta siempre actúa y nunca se equivoca.

 

 La historia no es pasado muerto; es el pasado vivo que actúa en nuestros días conformando nuestro pasado al igual que el presente, en las luchas que libramos o dejamos de librar, configura el futuro. Y si algo es la historia, es el vínculo dialéctico, la liga estrecha y fructífera entre pasado, presente y futuro. Por esta razón, creo que sin perspectiva histórica no hay política posible, que sin saber lo que ayer se hizo, ignoramos lo que hoy debemos hacer y lo que mañana debemos lograr.

 

 La historia es pues elemento consustancial a la existencia del hombre como especie sobre la tierra, su grandeza como disciplina científica, y como práctica, debe conducirnos a un punto crucial que ya no tiene espera: el reencuentro del justo y recto concepto del universo y la creación.

 

 Así entonces tenemos que la historia como disciplina científica, y aún como práctica común, juega un papel sumamente importante; de sus interpretaciones depende en grado sumo la apreciación que se tenga de las sociedades mismas y del destino de la humanidad. La historia vista como una simple descripción, no tiene sentido; no obstante, la historia vista como un fenómeno, con sus respectivos efectos, posee otra connotación y es ésta la que ahora y siempre debe interesarnos, sobre todo en sus efectos presentes es decir los de aquélla historia que hacemos a diario, en el transcurrir del tiempo, de cada minuto y cada instante.

 

 La palabra historia suele conducir nuestro pensamiento a toda una serie de hechos o acontecimientos, reinados, caudillos, personajes ilustres, guerras y fechas importantes que nos dan luz sobre los aspectos más generales de una sociedad o de un determinado período histórico; no así, debemos advertir que tal tipo de historia, aunque esencial e importante, poco o nada nos dice sobre nuestra vida cotidiana, con lo que termina por aburrirnos; además, y por otro lado, de tanto hablar de manera exclusiva de reyes y reinas, de Alejandro Magno, César, Cleopatra o Napoleón, de condiciones económicas y de batallas, acabamos perdiendo todo contacto con la realidad histórica particular y nos construimos una idea falsa, casi deshumanizada, de las sociedades del pasado.

 

 

HISTORIA DE MEXICO

 

 Somos  un pueblo con su propio lenguaje social y político; hablar de grandezas es referirnos a sucesos y biografías que han servido de normas y guías a nuestra cotidiana existencia; qué mayor grandeza que la de actuar con valentía y dedicación ciudadana. Perder nuestra raíz cultural nos llevaría a dejar de ser mexicanos; abandonar el cauce de nuestra historia rompería con nuestros principios.

 

 Para llegar hasta lo que hoy somos, ha sido necesario el esfuerzo sostenido de varias generaciones de mexicanos. A todos ellos, a los que combatieron con las armas de la inteligencia o de la palabra precursora; a los que hicieron fructificar en leyes la sangre vertida en los campos de batalla; a los que arrebataron el poder al opresor para institucionalizar la vida política de México; a los que mantuvieron firmeza, patriotismo y decisión frente a las agresiones imperiales; a los que preservaron en el propósito social ante la confusión que amenazaba con dividir al frente de la insurgencia; a los mandos revolucionarios que tuvieron la lucidez política de renunciar a la fuerza para dar paso a las  instituciones; a los soldados del ejército revolucionario que, surgidos del pueblo, combatieron la dictadura y la usurpación y que con patriotismo indiscutible pusieron después sus armas al servicio de las instituciones, las leyes y la democracia; al trabajo del campesino, del obrero, del intelectual, del empleado, de mis queridos y siempre defendidos maestros; al pueblo que se manifiesta en las urnas abiertamente en busca de opciones legítimas, viables y acordes a nuestros tiempos dando sendas lecciones a aquéllos que pidiendo a gritos democracia, cuando la ven manifiesta le sacan vuelta; en fin, a los constructores del México moderno, rindo hoy, mi humilde homenaje, porque han sabido hacer historia.

 

 México, en conclusión, es un país que debemos, los de ahora, a todas las generaciones que nos han formado. Cada una ha hecho lo suyo; ha hecho principalmente lo que es el valor fundamental: formar a una nación, preservar su independencia, formar su ideología política, formar sus instituciones. México es un país con recia historia política; esa recia historia política la han hecho todas las generaciones de mexicanos: la generación de Hidalgo y de Morelos, la generación de Vicente Guerrero, la generación de los liberales: de Juárez, de Gómez Farias, de Zarco, de Melchor Ocampo y de Ponciano Arriaga; hay pues un entreveramiento y una secuencia continua entre las generaciones de los mexicanos.

 

 Este es el genio histórico y el genio político del pueblo de México. Nosotros no debemos destruir lo que nos antecede;  nosotros debemos apoyarnos en el pasado y en el presente para poder asumir nuestra responsabilidad frente al futuro. Somos un pueblo mestizo que se siente orgulloso de sus raíces indígenas y que no solamente las toma como historia, sino las toma como presente.

 

 La  historia de México no es muro ni resistencia a las tendencias innovadoras, como ocurre en otros países; no incita a guiarse simplemente por los precedentes ni predica la inmovilidad y el acatamiento o sujeción a lo dado, al suceder por el mero suceder. Lejos de ello, nuestra historia, nuestra bella historia, aguijonea y estimula para luchar por el cambio, para animarse de recia voluntad transformadora y enfrentar las realidades negativas. No es, en ningún caso, la apología del vencedor, o mejor dicho, del triunfador que ve su victoria. En nuestra historia tenemos, por igual, hombres que vieron convertirse en leyes o en realidades las ideas por las que lucharon y hombres que, sucumbiendo por ellas, no alcanzaron a verlas imperar. En la historia, tienen igual validez la posición de los vencidos como la de los vencedores.

 

 En México, ni caemos en el fetichismo histórico, ni nuestro pasado no esclaviza a rutinas fijas y a métodos estereotipados. La historia de nuestra patria, si a algo nos invita, es a usar la imaginación, a prescindir de todos los límites que tratan de represar las sanas inquietudes espirituales; es una historia para construir incesantemente un futuro mejor, no para estacionarse en momentos superados o susceptibles de ser superados.

 

 Aprender de la historia y tener conciencia histórica, son expresiones que hemos oído muy frecuentemente de nuestros maestros, de nuestros padres y, seguramente, muchos las han repetido a sus hijos. Pero hoy cobran vigor para ser exigencia en quienes poblamos este generoso y vasto territorio que nos cobija, que hemos defendido como morada para los mexicanos del presente y del futuro, a costa de muchos sacrificios, guerras incruentas, injustas, todas defensivas contra el exterior, y guerras entre hermanos, para configurar nuestra nacionalidad.

 

 No provenimos de una vida escasa. Tenemos historia  milenaria. Ahí se narra como se hace y defiende la patria: entre la aurora y el ocaso, y del crepúsculo al alba, sin pausa. Hubo que construirlo y defenderlo con amor y fuerza; con un sereno trabajo de concordia.

 

 Tres grandes estremecimientos, tres grandes holocaustos y una gesta gloriosa configuran nuestra nacionalidad: el movimiento de Independencia, emancipación del yugo español para desprendernos como nación soberana; la gesta de Chapultepec que nos definió como mexicanos y originó los principios de “no intervención” y “autodeterminación; la Reforma, emancipación del intervencionismo extranjero para afirmarnos en nuestra soberanía que fue síntesis en el principio juarista de que “el respeto al derecho ajeno es la paz”; y finalmente la Revolución de 1910, que significó la emancipación del pueblo a través de las garantías sociales que son la esencia de la Constitución Política de 1917.

 

 En estos momentos, México atraviesa, como el resto de naciones del orbe, por grandes dificultades y demanda renovación, cambios, y los cambios deben ser tan profundos como lo requiera la Nación. Ha llegado la hora de que caigan las máscaras de la ficción, de que seamos congruentes con lo que somos y aceptar que los mexicanos tenemos conciencia de la historia, que los mexicanos tenemos memoria, que los mexicanos recordamos y respetamos a nuestros muertos y honramos a nuestros héroes, que los mexicanos pensamos en el porvenir de las futuras generaciones; que estamos convencidos de que nuestros hogares, nuestras familias, nuestros pueblos y ciudades no son producto de extraños, porque sabemos que somos un país plenamente integrado y que solo los fatalistas o las naciones en proceso de integración pueden ser, hoy en día, acosados y dominados. Este  no es el caso de México, rico en historia, mucho más, mucho más que otros países poderosos de la tierra. México tiene la herencia inédita, caudalosa en vigor de la cultura indígena, y la generosa cultura hispánica, esto nos enorgullece, nos revitaliza y nos renueva en nuestro mestizaje biológico y cultural, que apenas empieza a manifestarse en toda su grandeza.

 

 

HOMBRE

 

 El nuevo concepto del hombre debe partir de reconocer su esencia misma, su plena naturaleza, esa que es inviolable, insometible y a la que debe liberar para comprender que en ella estriba la mayor de las soberanías.

 

 Podemos afirmar con toda certeza que en nuestros días la modernización debe alcanzar no solamente a las estructuras políticas, económicas o sociales de los pueblos, sino también, y fundamentalmente, al esquema mental del individuo que lo proyecten hacia un desarrollo espiritual que vaya más allá del vano concepto de la vida y le conduzcan al recto y justo concepto de sí mismo.

 

 El hombre, en su afán de competencia, se obstina a veces en caminar aprisa, muy aprisa, sin detenerse a contemplar lo amplio, claro y bello de la creación, de ese universo que no tiene ganar porque, naturalmente, le pertenece.

 

 En la nueva sociedad a la que debe aspirar el mundo entero, bajo ese nuevo concepto de hombre capaz de revolucionar  los tiempos que vivimos y  los venideros, la cultura es camino y meta, senda por donde todos debemos andar y guía de hacia donde debemos ir; ella nos podrá ofrecer un modelo de sociedad en el que el hombre sienta que a ella se debe, porque ella le da lo que tiene no sólo en valores materiales sino también, y fundamentalmente, en valores espirituales; una sociedad que quiere que cada hombre le haga a los otros hombres el mayor bien posible, para así lograr un mundo en que cada sociedad le dé a las otras lo que desea que las otras le den a ella.

 

 El hombre tiene una seria debilidad a creer en aquéllos que considera diferentes y "superiores" a él; cierto, hay quienes poseen bienes en determinada cuantía y que por ello intentan someter a quienes les rodean; pero lo material jamás debe ser pretexto para imponerse sobre su semejante, ni siquiera por la falaz supremacía de una raza o la pretensa unción electiva de procedencia divina de un pueblo; cierto, también, hay quienes poseen una conducta ejemplar a grado tal que la generalidad les llama "santos" por lo que ponen su plena confianza en ellos, subordinando su intelecto, su sentido común, sus maneras de creer, desconociendo el potencial que tienen  dentro de sí, capaz de crear, imaginar y ofrecer a sí mismos la seguridad requerida para lograr la percepción y el conocimiento del mundo que les rodea; desconocen que son parte del TODO Creador, puesto que él les ha concebido en su creación absoluta.

 

 Los pretensos sabios seguidores de Darwin que no están conociendo más que medias verdades y con ellas tratan de convencer a los que están en busca de convicciones valga decirlo, no hablan más que de la dignidad del hombre, del respeto a los derechos del hombre; no temen atribuirle un origen bestial y reducido a un nivel inferior, al de los brutos.

 

 El humano debe percatarse del enorme compromiso que le une a la humanidad entera por la razón de existir; la vida nos fue legada para cumplir, todos y cada uno de nosotros, una misión específica, por regla encaminada a preservar el universo que nos rodea lo que será posible sólo si tenemos un mundo con verdadera justicia en todos los órdenes.

 

 Pero el hombre tiene aún un recurso: su propio espíritu; sólo a través de él podrá resistir el embate de todos los elementos y circunstancias que, desde el más bajo nivel astral, lo han hecho ajeno a sus propios semejantes, distanciándolo cada vez más del verdadero origen, lo que le impide desde cualquier vertiente abrirse paso al sendero del verdadero paraíso que se encuentra en lo más íntimo de su ser. (TP-9)

 

 

HOMBRE DE ESTADO

 

 El hombre de Estado es un dirigente y como tal debe ser un maestro conductor; lejos de pretender gobernar debe considerar que su tarea fundamental está en dirigir, y no en defraudar la confianza que su pueblo ha puesto en su persona al contratar con él en la urna. La tarea pública del hombre de Estado posee una importancia crucial dentro del desenvolvimiento histórico de las organizaciones sociales; ella requiere de suma entrega y lealtad pues estos elementos coadyuvan en el fortalecimiento de los modelos de sociedad a que puede aspirar la humanidad; siempre requerirá de entrega plena porque sin ella no es posible concebir las grandes causas, las grandes obras y los grandes hechos; requiere también de lealtad a los pueblos, a las masas, a los "hombres comunes", porque ésta es sinónimo de madurez, sensatez, valía y constituye a su vez la medida exacta e ideal para calcular la talla y dimensión también del ser humano, más aún de aquél que por suerte, “favor popular” o alto designio es hombre de Estado, y digo esto último porque nada en nuestras vidas es obra de la mera casualidad.

 

 Los hombres de Estado deben hoy convencerse de lo altamente negativo que es para el desarrollo de los pueblos la presencia de aquéllos que obstinadamente se han petrificado en sus ideas y han perdido toda visión del futuro, así como toda seriedad y responsabilidad por esa actividad, riesgosa pero creadora que es la política; de aquéllos que con alarmante vehemencia buscan enfrentar la razón con la violencia; los estadistas deben entender que en nuestros días la violencia sólo apuntalaría el retroceso; por tanto, deben entender que con la fuerza creadora de la política pueden desterrar las causas que contribuyen a que se generen actitudes antisociales y alejadas de los verdaderos Estados de Derecho.

 

 La responsabilidad del hombre de Estado no es sencilla, ella marca el desenvolvimiento histórico de la humanidad; deben entonces saber que la tarea de gobernar no es ejercicio solitario sino trabajo de equipo y capacidad de concertación; que es vocación de sumar, no de restar o dividir; que es responsabilidad siempre indivisible y actitud alerta para atender demandas y críticas objetivas; deben saber que la tarea de gobernar democráticamente, de democráticamente gobernar, es raíz y compromiso definido con ellos, su pueblo, la Historia y con Dios.

  | A | | D | E | F | G | H | I | J | L | M | O | P | R | S | U | V |