GANDHI

 

 Servir a nuestro país, desde cualquier trinchera, desde cualquier posición, por humilde que esta sea, debe hacernos sensibles ante nuestros semejantes, sobre todo ante quienes están ávidos de justicia en cualquiera de sus expresiones; la enseñanza que nos brinda el ser servidores públicos debe impregnarnos de sabiduría pero también de bondad; como decía Gandhi: “la bondad debe unirse a la sabiduría. La mera bondad no basta. Se debe conservar el sutil discernimiento que acompaña al valor espiritual y al carácter. En una situación crucial debemos saber cuándo hablar y cuándo permanecer en silencio, cuándo obrar y cuándo evitar la acción”.

 

 

GASTO PUBLICO

 

 Los “secretos de Estado” alcanzan, desde luego y por sobre todas las cosas, al ejercicio del gasto, en él toman lugar, evidentemente, muchas dimensiones secretas del gasto –además de la administrativa, la económica y la funcional-, sustentadas en el exceso y la arbitrariedad. El gasto público debe contemplar el desarrollo humano futuro; es claro que el gasto del gobierno promueve el progreso social, pero no lo causa exclusivamente; el progreso es un logro que insume  el concurso de los agentes económicos de un país y en tiempos de globalización debe convocar a quienes están, incluso, más allá de nuestras fronteras en un gesto de cooperación internacional.

 

 

GOBERNABILIDAD

 

 En suma, las crisis de gobernabilidad actuales, que inmersas en el mundo no hacen más que cuestionar el funcionamiento de la estructura estatal, hacen al mismo tiempo que el clima internacional no sea el más propicio para la generación de los consensos en torno de las medidas a seguir para garantizar gobiernos verdaderamente democráticos; añorada es hoy la usanza y perspectiva de la antigua polis griega.

 

 

GOBIERNO

 

 Urgente es hoy que el hombre abra los ojos al desengaño para que no poniendo los ojos y el corazón solamente en los bienes materiales de esta vida, no tema a los males del mundo; debe tener los principios firmes en la fe y en la esperanza, aún cuando sus gobernantes u opresores se olviden de la determinante caridad tan exigible para, valga reiterarlo, poder exigir la fe; grande es la sentencia y firme y veraz la advertencia que hace Eclesiastés: “Me he dado cuenta de un error que se comete en este mundo, y que tiene su origen en los propios gobernantes: que al necio se le da un alto cargo mientras que la gente que vale ocupa los puestos humildes. He visto esclavos andar a caballo, y príncipes andar a pie como si fueran esclavos”, reflexión que corrobora Eclesiástico cuando a la par advierte: “la sabiduría del humilde levantará su cabeza y lo sentará entre los grandes. No alabes al hombre por su belleza, ni abomines de un hombre por su aspecto. Pequeña es entre los alados la abeja pero su fruto es el más dulce. No te gloríes por los vestidos que te cubren, y en el día de la gloria  no te ensalces; que son admirables las obras del Señor, y sus obras son secretas para los hombres. Muchos tiranos acabaron por sentarse en el suelo y en cambio quien no se pensaba llevó la diadema”.

 

 Los gobiernos del mundo se encuentran hoy en la disyuntiva de modificar su propia visión del ciudadano o perecer víctimas de su ineficiencia, e irresponsabilidad, en las delatantes páginas de la historia.

 

 No es posible sostener que los pueblos tienen los "gobiernos que se merecen"; ellos deben darse cuenta de su realidad y entender que jamás podrán estar ajenos a sus gobiernos y viceversa, es decir, los gobiernos no podrán estar ajenos a sus pueblos; los primeros -es decir los pueblos-, dan vida a los segundos -aclaro los gobiernos-, y éstos últimos -reitero, los gobiernos-, se deben y se deberán siempre por siempre a los primeros, es decir a los pueblos que mancillados, burlados, sorprendidos ahí continúan esperando y creyendo, aunque parece que ya muchos con la mirada perdida producto del insoportable silencio y la cruda resignación. Es precisamente aquí, en este orden de ideas, que tanto gobernantes como gobernados deben evitar abrir las puertas al pasado y evitar decididamente los retrocesos a los cuales la Historia jamás se cansará de enjuiciar con la dura mano que le es característica.

 

 Sé, que la tarea de gobernar no es ejercicio solitario sino trabajo de equipo y capacidad de concertación.

 

 

GUERRA

 

 Alejada de estas consideraciones, la realidad internacional que nos ha tocado vivir, delicada y convulsa por cierto, es absolutamente otra; pero nuestra época no es la excepción; la historia de la humanidad está impregnada de guerras y de luchas por motivos diversos, conflictos éstos que por lógica y obvia razón han intentado ser justificados por sus protagonistas, vencedores en la mayoría de los casos, sea bajo el término de "guerra santa", "guerra justa", o cualesquiera otros. Lo lamentable del caso es que los conflictos persisten, están aquí y se nos hacen presentes determinados por causas diversas y con fines también distintos que al final de cuentas los provocan y no son precisamente santos ni justos a veces.

 

 La humanidad ha tenido inmemoriables guerras -y me refiero a ellas de nueva cuenta porque me parecen el más inaceptable de los escenarios donde el hombre pueda dirimir sus diferencias-, que sólo han buscado el injustificable sometimiento; que bajo la bandera de la conquista han arrastrado a la humanidad al genocidio y a la destrucción, ya que ellas, como fenómeno, han existido en todas las agrupaciones humanas y  en nuestra civilización occidental han venido, en nuestros días, a adquirir un terrible poder destructor debido a la aplicación de los progresos científicos utilizados para aumentar la potencia de las armas y los métodos de guerra.

 

 Siempre por siempre, el dilema de la guerra, de la confrontación entre hombres unida a la obstinación humana de seguir preservando un orden mundial con fronteras, banderas, himnos, pasaportes y  visados como irrenunciable tabú, el dilema de la destrucción, en todas sus formas y manifestaciones, siempre vuelve al yo porque claro está que el conflicto personal impide la paz y engendra, por razones obvias, un conflicto exterior; si nos preguntáramos reiterada o aisladamente ¿quién provoca el conflicto?, llegaríamos a la conclusión de que nosotros mismos puesto que será imposible estar en armonía con otros cuando nuestro mundo interno no lo está. Es claro que se necesita mucho esfuerzo para ser infeliz, y basta echar una ojeada a las páginas de la historia para convencernos de ello, la eterna pregunta sería entonces: ¿por qué no utilizar el esfuerzo en otras direcciones, bajo la estricta línea del planteamiento formulado por el principio de polarización?

Ideario

 

 

G

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