Discursos

[76] Intervención en la Plenaria del Grupo Parlamentario del Partido Acción Nacional de la LX Legislatura del H. Congreso de la Unión.

 

Hotel Mirage de la ciudad de Querétaro, Qro., sábado 20 de agosto de 2016.

 

 

Queridos y entrañables compañeros diputados, gracias por esta extraordinaria oportunidad de verles y estar con ustedes.

 

No me hubiera perdonado jamás el haber desdeñado el asistir a este encuentro que, como a todos ustedes estoy seguro, nos convocó en aras de revivir momentos y hacer de cuenta que, dentro de esa burbuja de afecto que nos une, el tiempo no ha transcurrido y todo sigue tal y como en aquéllos días de agosto de 2006 en que tuvimos la oportunidad de encontrarnos por vez primera en esta misma ciudad de Querétaro.

 

Siguen igual los afectos, los empeños, los anhelos y esa gana de vivir la vida con absoluta pasión e intensidad.

 

Y quise hacer uso de la voz esta tarde para referirme a la problemática de un elemento primordial en la vida de cualquier partido político mismo que, a su vez, no históricamente no ha tenido la atención debida y la sido fuente de infinidad de desacuerdos e inconformidades: la militancia.

 

Me queda perfectamente claro que, hoy, acudo a este encuentro en un momento en que los partidos enfrentan ese nuevo mantra político que bebe de la desafección hacia la política diaria y hacia los mismos partidos y en que la gente común, y me refiero a esa que sólo acude a la urna pero no quiere saber de lo que pasa al interior de los partidos, lleva una carga política, ideológica y doctrinaria, que sigue apuntando al mismo lugar y busca una salida semejante casi al unísono: la política sólo da problemas, los partidos son el mal absoluto pues el actual sistema que los acoge tiene no menos fallas, que carecen de democracia interna real, que son sólo máquinas de colocación de intereses por encima de la colocación de ideas y propuestas, que sabe que los hechos tienen más que ver con el reparto de sillones y poder que con discrepancias ideológicas a resolver puesto que parece que muchos partidos están atados de pies y manos mientras tienen cuentas millonarias pendientes de pago con los ciudadanos.

 

Y tenemos así los escenarios menos deseables.

 

En la absoluta anticipación, y en vez de ocuparse de lo esencial y urgente, y me refiero a esa cotidianeidad social que se vive en los problemas de la calle, los dirigentes juegan a las internas, sí o no en función de si sale el mío o un amigo, o internas sí o no si va a salir el otro, pero olvidan que es la militancia de un partido la que mantiene en pie la política diaria muy a pesar de que de pronto esté acostumbrada a no aparecer en ninguna lista electoral cuya renovación depende de si han ganado los de un frente, los del otro o viceversa.

 

Es altamente desalentador ver a una militancia que a pesar de estar intencionalmente desmotivada abre las sedes de los partidos, que hace campaña, que debate proyectos e ideas, que desde hace años propone en los congresos y asambleas las mismas medidas de apertura a sus organizaciones partidistas, mismas que son rechazadas con la misma asiduidad.

 

Es una militancia que en silencio hace política fuera de los focos de las batallas, de las guerras de los hombres, reclamada sólo para hacer carteles publicitarios, aplaudir o votar en las internas y rendir pleitesías a los grandes faraones.

 

Me resulta inaceptable que a estos ciudadanos incansables, a la militancia aclaro, a estos compañeros con dosis a veces infinitas de moral y afecto a sus siglas, de pronto se les reduzca a meros entes amaestrados que deben acatar, casi a ciegas las no siempre acertadas decisiones de sus liderazgos.

 

No discuto los aportes que hace la teoría política que dice que no todos los militantes asumen el mismo compromiso con su partido y los distingue en tres tipos distintos:

 

  • Los constructores y soportes del partido y tienden a ser más intensos en sus tareas asignadas y se avocan en las actividades internas;
  • Los que apoyan al partido de manera decidida, siendo el tipo de militantes que defienden a su organización tomando una postura a favor frente a vecinos, amigos y compañeros de trabajo, particularmente en tiempos electorales, y
  • Los que se afilian por simpatía atraídos por la ideología o las doctrinas, pero no se involucran de ninguna forma en las actividades partidistas pero acuden al llamado de manera oportuna.

 

Sin embargo mi propia experiencia de vida me ha enseñado, hasta ahora, que la militancia es entendida y clasificada en dos grupos de personas: los creyentes y los eminentemente arribistas, unos y otros son el resultado del papel que juegan los incentivos partidistas.

 

A los creyentes les importa la ideología, los principios, los estatutos, es decir, los incentivos colectivos, pudiendo ser que no tengan mucho interés en involucrarse en las tareas del partido o, en definitiva, ser asiduos participantes en las tareas del mismo.

 

En cambio, los arribistas se integran a los partidos porque esperan una remuneración o descomunales premios, un cargo, una oportunidad de ascenso social y, con tal propósito, harán lo posible y hasta lo imposible, por involucrarse en la vida partidista; en este caso se trata de incentivos eminentemente selectivos. Por regla la participación de estos grupos es esporádica, efímera y circunstancial dependiendo de sus muy personales propósitos.

 

Los partidos necesitan, hoy por hoy, creyentes para poder construir una base social que les dé sustento electoral y tengan entonces, sí, la extraordinaria oportunidad de formar ciudadanía y conciencia social. El problema de este grupo de militantes, es que su lealtad y disciplina al partido puede no implicar un compromiso definido y tal vez pueda reducirse solamente a votos o presencia en actos masivos.

 

Por su parte, los arribistas, en la medida que los avances del partido se reflejen en éxitos personales, su lealtad va más allá de la coyuntura de tal suerte que se interesarán todo el tiempo por lo que ocurra en la organización, pero se alejarán del partido si éste tiene retrocesos electorales o si son marginados de los cargos o candidaturas. Muy distinto es el caso de los creyentes que puedan verse traicionados en sus ideales, que también podrán retirarse en la medida en que su dignidad como personas resulte violentada mediante el engaño o la burla o, simplemente, los liderazgos partidistas no sean consecuentes entre las palabras y los hechos.

 

Los creyentes necesitan del partido tangible, del partido que reconozca su actuar y vele por sus más elementales expectativas. Lejos de siglas, colores e himnos, los militantes quieren y esperan ver en su partido la extraordinaria oportunidad de ver realizados esos modelos sociales expuestos hasta el cansancio en los documentos básicos y a los cuales, como sociedad, han aspirado legítimamente durante toda su vida.

 

Se ganará mucho si los partidos políticos en los tiempos que vivimos son capaces de imprimir a sus quehaceres esa mística.

 

Los partidos en general, y el Partido Acción Nacional no escapa a resta realidad, tienen entonces frente a sí el enorme reto de llevar de la mano a su militancia en la consecución de ese rediseño social que requiere, ya, la tan sentida y lastimada sociedad mexicana de nuestros días.

 

Que así sea por el bien de México y de este instituto político que con grandes principios de doctrina ha sabido mantener su vigencia en la conciencia de un gran número de mexicanos.

 

Les abrazo con el mayor de mis afectos.