Discursos

[74] Intervención en el Segundo Foro Regional de Servicio Social, “Realidades y Retos del Desarrollo Comunitario”, organizado por la Universidad del Valle de Atemajac, Campus Guadalajara, Jalisco.

 

Universidad del Valle de Atemajac, Campus Guadalajara, Jalisco, viernes 7 de septiembre de 2012.

 

 

Académicos, alumnos, apreciable concurrencia:

 

El tema de las formas de gobierno ha sido a través de la historia, indudablemente, uno de los más recurrentes, y es así porque a través de ellas cada sociedad proyecta a su interior sus legítimas aspiraciones y la plena satisfacción de sus expectativas. Ahondar en ellas aún más, valdría la pena siempre y cuando el análisis o el juego de ideas nos condujera a decidir cuál de ellas es, hasta hoy, la más efectiva; cuál en realidad, adaptándose a las condiciones de las sociedades, es verdaderamente capaz de otorgar plenos satisfactores. Lo cierto es que de la barbarie, ampliamente tratada por Federico Engels en su obra "El Surgimiento de la Familia, la Propiedad Privada y el Estado", a las civilizadas formas de gobierno de la actualidad, mucho ha acontecido en esa constante búsqueda humana no sólo por encontrar, sino por consolidar aquél esquema de gobierno que más garantice óptimas condiciones de consenso.

 

En la actualidad, la eficiencia y legitimidad del Estado están sujetas, en buena medida a su capacidad de convocatoria e interacción con la sociedad en la construcción conjunta de “lo público”; la sociedad no puede ya ser relegada en la conceptualización y diseño de este entorno;  ciudadano y Estado, hoy por hoy, construyen ya “lo público” y si es así, el ciudadano estará en condiciones de reconocer al Estado y al orden jurídico establecido con su cabal cumplimiento, dándose así condiciones de un reencuentro entre ambos y de una relación más estrecha.

 

El siglo XXI, coyuntura en la que existen múltiples vertientes y concepciones del mundo, de la política y de las “formas de administrar”,  se apresta a ser convulso  e indudablemente dará mucho que decir a las páginas de la historia mundial; en él alternarán sociedades cada vez más informadas, más despiertas, más emergentes, más exigentes y, por ende, cada vez más competitivas; ante tal situación, los gobiernos del planeta enfrentarán serias disyuntivas sobre todo si manejan políticas internas bajo esquemas paradójicos y arcaicos ya para el momento histórico que vivimos y sustentados en enfoques virtuales y empresariales o bien retornar a los fracasados esquemas  del viejo e ineficaz Estado Benefactor que, siendo experto en todo y especialista en nada, no fue capaz de dar soluciones de fondo.

 

Entender, entonces, el estado de cosas actual, parte de hacer una seria y profunda reconsideración de la crisis actual que vivimos y que afecta seriamente el desenvolvimiento, y funcionamiento en sí, de las sociedades modernas; como tal,  es una crisis de alcances verdaderamente impredecibles; una crisis que impacta en la economía, en la ecología, en la política y desde luego en la cotidianeidad inmediata de la vida de los ciudadanos de todo el mundo. Es una crisis que ha hecho del mundo actual un yermo sembrado de inconformidad y divergencias, espacio propicio para el cultivo de la falta de concordia y abismos insalvables entre los discursos y los hechos.

 

Una crisis que ante su configuración, enmarcada en la equivocación y el desaliento, sólo espera ya el duro e inequívoco veredicto de la historia.

 

Una crisis que descubre gobiernos ciegos e ignorantes, que ponen debajo del dosel la soberbia y entre prisiones la humildad; que lisonjean y encubren el abuso; que desprecian y denigran la virtud. Gobiernos que a la culpa colocan en el trono, y la integridad e inocencia apremian con el grillete; que a la ignorancia autorizan y la sabiduría desacreditan. Gobiernos que, en aras de una “revolución” mal entendida, encubren ilegítimos intereses negando a sus pueblos las más elementales libertades.

 

Una crisis que viene de la inmediatez histórica. Desde Maidanek, Treblinka y Buchenwald demostrando los horrores de la muerte en aras de la locura desalmada de poder; que presupone, desde Hiroshima, la certeza masiva del exterminio de la vida; que plantea, desde Nagasaki, el sometimiento de la ciencia a la destrucción; que corrobora desde Bosnia-Herzegovina el desaliento humano; que demuestra, desde Zaire y Somalia, el imperio de la carencia de valores; que nos reitera desde Nueva York, Madrid o Londres, el grado de desquiciamiento humano; que nos recalca desde Afganistán  e Irak el uso ruín de la religión como instrumento de venganza.

 

En conclusión, una crisis que nos exige, ya, comprometer nuestros esfuerzos, nuestros mejores ánimos y alientos éticos por la paz y la transformación del mundo hacia una era de esperanza y amor por la vida.

 

Hoy, como en antaño, el mundo enfrenta problemas con connotaciones diversas; el terrorismo se entiende como una vía que se exalta con alarmante vehemencia para la solución de los conflictos; la diplomacia ha sido desplazada por formas cada vez más sofisticadas de demostrar el poderío y el afán de dominio en las que, desde luego, el soldado ratifica su posición fundamental. El genocidio, que pareció haber sido superado a mediados del siglo pasado, ha cobrado nuevamente vigencia, en otros tiempos y en espacios diversos también: lo vivimos en las atrocidades, donde no importan los fines ni los medios, donde solo vale aniquilar a los ciudadanos que no aceptan convertirse en esclavos y vasallos de los imperios sanguinarios.

 

Pero hay otros entornos que a su manera y desde su influencia inmediata también funcionan como prácticas de intolerancia y daño: en la manipulación informativa, en la confección de leyes injustas, en la indolencia de los sistemas de impartición de justicia, en las enormes corrupciones que el poder político alimenta y favorece, en la explotación laboral, en la transgresión del derecho y libertad, en la discriminación en cualesquiera de sus manifestaciones, en el criminal abuso de las mujeres y los niños, en el silencio cotidiano ante las injusticias contra las mayorías silenciosas.

 

Millones de ciudadanos de nuestro planeta, cada día se debaten en el desempleo, la destrucción de las familias, la pobreza, el hambre y la guerra.

 

Por doquier se lamenta la ausencia de una visión global humanística; resulta alarmante la acumulación de problemas sin resolver, la parálisis política, la mediocridad de los dirigentes políticos, carentes, justo ahora, de perspicacia y de visión de futuro y, en general, desinterés absoluto por el bien común.

 

Demasiadas respuestas anticuadas para nuevos retos, demasiadas demandas sociales insatisfechas.

 

No se trata sólo de una crisis económica, que por lo general es lo que más resentimos. Nos toca padecer, también, una crisis ecológica, social, política, y sobre todo moral y espiritual, de dimensiones mayúsculas.

 

Lo que agrava la situación es que muchos miran el futuro con pesimismo y temor.

 

¿Por qué?

 

Pareciera que la ciencia ha fracasado: nos ofrece un mundo más cómodo, pero mucho más peligroso.

 

Pareciera también que se están agotando más y más las reservas morales de la sociedad, y que un espíritu de violencia irrefrenable se está extendiendo por todas partes.

 

Si bien durante estas últimas décadas el hombre ha obtenido logros extraordinarios, también ha experimentado fracasos trágicos. Así lo atestiguan, entonces, los hornos de Dachau y Buchenwald, las cenizas de Hiroshima y Nagasaki, las luchas fratricidas de Irlanda, los ataques terroristas en el Medio Oriente, los conflictos en Afganistán, Centroamérica y Sudáfrica. Las palabras de un escritor de otra época parecieran extrañamente pertinentes para nuestros tiempos: El hombre ha caminado a la luz de las conflagraciones y en medio del sonido de ciudades que se desploman; y ahora está en tinieblas, esperando que amanezca.

 

¿Amanecerá pronto?, ¿se superará la crisis?, nos preguntamos ansiosos.

 

¿Disfrutarán nuestros hijos y nietos de una distribución equitativa de la riqueza, o se derrumbará nuestra civilización debido al aumento explosivo de la población y el egoísmo insensible de los que tienen más?

 

¿Podrá controlarse la carrera armamentista y evitarse un holocausto atómico, o una falsa alarma u otra falla humana desencadenará finalmente la guerra total entre las superpotencias?

 

¿Seguirán aumentando la inmoralidad y la violencia, o podrá modificarse el cuadro mediante la psicología, la jurisprudencia y la diplomacia?

 

Ante tanto cuestionamiento, la presencia de la sociedad civil organizada, es ya inevitable, es absolutamente necesaria y no tanto para cubrir las ineficiencias u omisiones gubernamentales sino para hacerse corresponsable en el diseño de sus propias soluciones.

 

Sin embargo, es preciso considerar las dos aristas fundamentales que lleva consigo el propio tema: ¿son la forma a través de la cual la sociedad realmente puede intervenir en el diseño de las soluciones a sus problemas?, o bien ¿son solamente el escaparate que brindan los gobiernos para evadir su responsabilidad de atender a los problemas sociales?

 

Desde cualquier óptica o punto de vista, las organizaciones de la sociedad civil son indispensables para el sano desarrollo de las sociedades, pero deben tener un sentido, un fin y objetivos claros en extenso, pues resulta lamentable que, hoy en día, por todos lados surjan proyectos de integración de organizaciones cuyos “comandantes en jefe” buscan resolver algún interés personal. Sé de historias.

 

La sociedad civil aparece entonces como la suma de todas aquéllas organizaciones y redes que se ubican fuera del aparato estatal formal; incluye toda una gama de organizaciones tradicionalmente conocidas como “grupos de interés”, no sólo Organismos No Gubernamentales, sino también sindicatos, asociaciones profesionales, cámaras de comercio, religiones, grupos estudiantiles, sociedades culturales, clubes deportivos y grupos comunitarios informales. Como tal, abarca aquéllas organizaciones cuyos objetivos son diametralmente opuestos, como es el caso de grupos de cazadores y los defensores de los derechos de los animales.

 

Muchos expertos en teoría política han desarrollado el concepto de las organizaciones de la sociedad civil como uno paralelo al del propio Estado, pero separado de éste pues refiere al espacio donde los ciudadanos se reúnen de acuerdo a sus propios intereses y deseos; se trata entonces de un concepto mucho más amplio que las simples Organizaciones No Gubernamentales.

 

Un buen número de grupos de la sociedad civil tiene el sólo objetivo de perseguir su causa particular, sin mostrar interés alguno en equilibrar sus aspiraciones para el bien público desde una visión más extensa; agotan su propio espacio de acción de manera premeditada para no comprometerse más allá del límite de su propio interés y utilizan una causa justa que en el ámbito del disfraz les permitirá realizar componendas, negocios, arreglos pues, con grupos en el poder, partidos, gobiernos, instituciones públicas, etc., etc., nuevamente les digo, sé de historias.

 

Innumerables analistas y estudiosos de la política hablan en los últimos años sobre el impacto que ejerce la participación de la sociedad civil sobre la calidad de la forma de gobierno; se atribuye, entonces, la fuerza de la democracia a la proliferación y solidez de los diferentes tipos de asociaciones civiles que persiguen objetivos, podríamos decir, que comunes y, en efecto, así lo deja claro un estudio reciente sobre la relación entre la participación cívica y gobernabilidad donde se indica que en aquéllas comunidades que se distinguen por una participación activa en los asuntos públicos, los ciudadanos esperan que su gobierno se apegue a normas elevadas y, con la mejor voluntad, obedecen las reglas que ellos mismos se han impuesto.

 

Y no podría ser de otra forma en tiempos donde los ciudadanos ya poco creen en partidos, en gobiernos y en las tan desgastadas instituciones. La gente quiere soluciones y prefiere darse a sí misma sus propios esquemas de solución.

 

Es justo ahí donde radica la importancia y, diría yo, la fuerza de las organizaciones de la sociedad civil.

 

Y es en este esquema de reclamos, exigencias sociales y búsqueda de soluciones donde surge nuestra organización, donde el trabajo de gestión de un servidor durante la Sexagésima Legislatura en la Cámara de Diputados del Honorable Congreso de la Unión enmarcado en múltiples demandas sociales, sus temas, mecanismos de solución y contactos tuvieron que convertirse en estatuto.

 

Partimos de la consideración de que nuestro tiempo exige una nueva definición de los liderazgos, que exige también de una nueva definición de la cooperación y la solidaridad al interior de las sociedades y, desde luego, del sistema internacional; que es fundamental que los gobiernos así como la sociedad civil y el sector privado trabajemos juntos en pro de un bien colectivo mundial. 

 

Partimos de la premisa de que la paciencia de los pueblos tiene límites, no hay momento para treguas. Y asumimos la voluntad absoluta de participar en ella bajo la consigna de tener siempre claro que el vivir implica ser solidarios con los demás, y en apego a las formaciones de cada uno de nosotros, enfocar nuestras causas por un mundo mejor; siempre hemos sabido que las sociedades exigen resultados y poco se identifican ya con la idea que de la democracia les ofrecen los partidos y gobiernos ausentes de su realidad.

 

Por ello, tenemos como objetivo esencial la promoción del desarrollo tanto físico como espiritual de toda clase de hombres y mujeres y su más plena integración en la comunidad, estimulando y defendiendo los derechos y aspiraciones más legítimas de los ciudadanos enfocados en las manifestaciones de las letras, el arte, las ciencias, las tradiciones regionales y locales, el tesoro artístico y cultural de México y otros países así como la capacitación humana, técnica y profesional y, en general, todo cuanto suponga una idea de progreso, bienestar y justicia.

 

La Fundación Felipe Díaz Garibay trabaja, entonces, en seis vertientes: La Social, enfocada al desarrollo humano y la atención prioritaria en temas de interés general; la Sanitaria para coadyuvar en la atención comunitaria y en el mejoramiento del espectro sanitario nacional; la Educativa y Cultural para promover, fomentar o desarrollar el estudio de las necesidades del hombre en su realidad individual tanto física como intelectual y espiritual y la conexión del mismo con la comunidad social; la de la Mujer, para promover y estimular la integración y protección de instituciones y organizaciones que persigan el desarrollo de la mujer; la Agropecuaria, para promover la realización de programas de orientación en la producción y mejoramiento de las condiciones del campo mexicano y para propiciar la instrumentación de políticas públicas acordes a cada región del país en materia agrícola, y la Internacional para propiciar, fundamentalmente, el intercambio educativo y cultural a nivel internacional y hacer oir nuestra voz en los foros que fuere necesario en temas globales que requieren de atención inmediata.

 

Académicos, alumnos, apreciable concurrencia:

 

Indudablemente que unas de las mayores motivaciones de la sociedad civil para organizarse es la superación de la pobreza, y es aquí donde muchos gobiernos del mundo han cometido errores imperdonables; hay quienes han sostenido que la mejor política era el crecimiento de la economía, que por la vía de la abundancia terminaría por llegar a los sectores más pobres en virtud de lo cual era posible incluso la reducción del gasto social, extraña fórmula que en lo personal no le veo por donde fuera posible pero incluso llego a ser considera como una política pública y, lo peor de todo, hasta política de Estado; los resultados nunca llegaron. No podían llegar.

 

Fue a partir de la década de los noventa en que muchos gobiernos, que no todos y lamentablemente no es el caso de México para que nadie se haga falsas ilusiones, inician un proceso de reorientación estratégica de las políticas sociales. En este sentido se planteó un nuevo enfoque, en la búsqueda de una nueva relación entre el Mercado, el Estado y la Sociedad Civil tras el objetivo de la superación de la pobreza, proceso todavía en curso, que todavía no encuentra los cauces adecuados y continúa en la búsqueda de las mejores definiciones.

 

Y es precisamente a partir de esta nueva relación y de este nuevo enfoque en el modo de ver las cosas, que se empieza a plantear la necesidad de una articulación entre el Estado y las organizaciones privadas en un sentido amplio; es decir, se trata de una colaboración que se extiende hacia las organizaciones no gubernamentales, las organizaciones sociales, las fundaciones, las universidades, las consultoras, las organizaciones gremiales y sindicales, las organizaciones comunitarias y la empresa privada.

 

Continuar avanzando en la reducción de la pobreza no es sólo responsabilidad del Estado queda perfectamente claro, como parece demostrarlo la experiencia nacional e internacional; resulta clave estrechar los vínculos de colaboración entre el Estado, la sociedad civil y la ciudadanía. La superación de la pobreza en nuestro país implica disminuir las brechas de desigualdad existentes al interior de nuestra sociedad y esa es una misión que nos involucra a todos como país, con seriedad y sin visos mesiánicos o electorales. 

 

Sin la sociedad civil, sin una consistente y desarrollada sociedad civil, los ciudadanos están desamparados.

 

Necesitamos fortalecerla, para que sea capaz de hacer frente y con todo: al propio gobierno, cuando es arrogante y orgulloso; a los dogmas del mercado, cuando presumen que los grupos e individuos privados pueden asegurar el bienestar público; y en general a todos los intentos por menoscabar la libertad, la igualdad y el ejercicio de la solidaridad. Esos son nuestros logros y nuestros desafíos.

 

Los pobres de México y América entera merecen alcanzar la dignidad, merecen soñar y aspirar a una vida mejor. Avanzar en ese camino será tarea, y absoluta responsabilidad del Estado, pero también de la sociedad organizada. Sólo así lograremos una sociedad más equitativa e igualitaria para el mundo que queremos en estos tiempos.

 

Sólo así podremos ser consecuentes con la magna tarea de crear mentes y actitudes para la convivencia y la paz; sólo así podremos ser consecuentes con la alta encomienda que tenemos como habitantes de este planeta y que es evitar que seamos un ideal convertido en una terrible pesadilla y un día no lejano logremos ser verdaderamente seres superiores.