Discursos

[66] Intervención en la presentación del libro “Camino de la Vida” del Pbro. Vicente Girarte Martínez.

 

Casa de la Cultura de Sahuayo, Michoacán, México, viernes 24 de julio de 2009.

 

 

Distinguida concurrencia; 

 

Señoras y señores: 

 

Siempre he vivido convencido de que la vida, ese cauce infinito de sueños y desventuras, nos enfrenta a circunstancias en las que se aquilatamos nuestra talla y dimensión humana. 

 

Nos corresponde, entonces, en el paso por ella –porque los humanos sólo nos juzgamos por el alcance de nuestros actos y no tanto por nuestras intenciones o propósitos-, acreditar si hemos sido merecedores de la extraordinaria oportunidad de vivir y poner nuestras capacidades y disposición plena en un solo objetivo sustentado en la necesidad de justificar nuestra existencia ante los ojos de Dios pero sobre todo de nuestra propia conciencia. 

 

El artista en general, el escritor en este caso, justifica la suya propia sólo si ha sido capaz no sólo de saber expresar sino de hacer llegar el mensaje a su lector de una manera tal que sea capaz no sólo de formar conciencia social, sino también y fundamentalmente, una razón de vida. 

 

Pareciera sencillo, pero no lo es. 

 

Llevar a la letra un texto como “Camino a la Vida” lo encierra todo pero, fundamentalmente, la posibilidad de plasmarnos nosotros mismos en cada una de las páginas, como lo dice Don Vicente Girarte, de un “nuevo libro” en el que todos nos forjamos el parecido, lejos de cualquier efecto genético, de nuestras propias conciencias traducido en un sentido exclusivo de nuestras propias vidas. 

 

No basta una sola descripción para definir el sentido o los sentidos de la vida. 

 

Pero queda claro que en ella se nos evalúa por la carga de amor que ponemos a todo cuanto hacemos; por ello, siempre existen lazos solidarios sintetizados en los rostros de quienes nos aman, vínculos invisibles a nuestros ojos, pero que nos sostienen e intuyen en nuestro pensamiento cuando nos disponemos en reflexión serena, a recibir su apoyo espiritual. Una visión más optimista y universal se presenta a nuestra mirada cuando nos abrimos con el corazón humilde, para ver y descubrir el sentido de nuestra existencia. Ese que hemos escrito con la tinta del sufrimiento, del dolor y del gozo en cada una de las páginas de ese nuevo libro que fue puesto en nuestros destinos desde el momento mismo de nuestra concepción. 

 

En él quedan inscritos nuestros miedos, nuestros triunfos y fracasos, nuestros dolores y sufrimientos, aquéllos gozos y tristezas, estos desafíos y grandes retos, los desamores y soledades, las traiciones, los egoísmos pero también, a pesar de ello, el único reducto para aprender a ver el mundo con calma y ojos serenos. Así vamos en todas y cada una de las cronologías de nuestra existencia. 

 

No existe entonces mayor justificación en la vida. No tampoco para nuestras existencias. 

 

La vida es un acto de amor divino y en cada una de ellas, el espíritu da un paso en el camino del progreso; ningún ser queda marginado en este proceso evolutivo aunque a veces nuestra visión limitada y finita de las cosas, no siempre pueda comprenderlo. El verdadero sentido de la vida, lo encontraremos si admitimos todo el proceso de progreso que abarca gran número de existencias todas libres, todas soberanas que nos imponen a veces el dolor de no aceptar las partidas, de ver que quienes amamos tengan que realizar “sus propios pasos y sus caminos."

 

Es quizás una forma de sabernos vivos pero, también, de darnos cuenta de que en esta multiplicidad, el espíritu aprende la gran problemática de ejercer consciente y responsablemente su libre albedrío. Es en este ejercicio, donde ensaya las tendencias de sus experiencias: amor, familia, solidaridad, altruismo y libertad como metas de este proceso. 

 

Así pasan los años, los lustros, las décadas, así vemos el tiempo hasta el fin de nuestras existencias; así cerramos la última página de ese libro en el que se vio reflejada nuestra vida y de hecho fue siempre eso: un libro que todos deben siempre abrir tranquilos “en cualquier página y darle vuelta a la hoja cuando no les gustara”.

 

Don Vicente Girarte sugiere vivir la vida “siempre con paso firme” cualquiera que sea nuestro camino”, sin temer a las borrascas ni a la fuerza de los ciclones. 

 

La vida no puede entenderse sin la fuerza. Serían suficientes la fe, la esperanza y la caridad, pero cuando falla cualquiera de las tres virtudes teologales no es tan fácil hablar de fortaleza; indudablemente que ella nos brinda la extraordinaria oportunidad de ser testigos y actores de nuestra propia historia y, en efecto, ello nos permite que jamás necesitemos tener testigos de nuestros caminos aún cuando en el mundo convulso de nuestros días el amor parece diluirse. 

 

En un mundo como el que nos corresponde vivir ahora, la concepción temática de “Camino a la Vida” de Don Vicente Girarte, no sólo se concentra, como lo establece el prólogo de su hermano Don Luis Girarte, “en el hombre que vive su realidad, su ministerio, su sentimiento humano y la historia de su vida frente al muro del tiempo, frente a la incongruencia de la nueva sociedad, ante el ministerio complicado de las relaciones humanas entre sus compañeros de oficio y junto a su familia, intentando vencer el gran obstáculo de la soledad interior en que se vive”, constituye el esfuerzo del poeta que expresa los entornos de su mundo interno, del espíritu que vibra ante toda una experiencia de vida sustentada en un Ministerio que bien le ha acercado a infinidad de caminos de la vida. 

 

Camino de la vida es sinónimo de ser testigos y actores de nuestra propia historia y producto, también, de nuestras propias circunstancias. 

 

Es vivir con la plenitud e intensidad que lo dicta una poesía y el ritmo de las frases que nos hacen vivir la remembranza del pasado, la condición del presente y también la experiencia del incognoscible futuro; es vivir muriendo en cada palabra y con esa métrica que nos hace ser creadores de nuestros propios sueños; es padecer el sueño diurno que nos arrastra a saber que debajo de nuestros pies descalzos somos simplemente nosotros y nuestra propia eternidad; esa eternidad intemporal que nos limita, que nos condiciona, que nos condena, que nos obliga a abrir y reabrir ese libro que nos fue legado para nuestro existir vital y espiritual, saltando la oscuridad para intentar cruzar, siempre por siempre, esos muros que encierran a la verdad, eso es, en efecto, encontrar la verdad, la gran misión del hombre, el gran reto de todos, en ello se centran los caminos de la vida, bajo todo concepto, bajo cualquier creencia y convicción, bajo cualquier intención, no hay otro camino, el hombre esta sujeto a las condicionantes de su propia verdad y las páginas de su libro no podrían jamás hablar de otra cosa sino de la forma como ha logrado inducir la búsqueda de esa verdad con su propia manera de vivir. 

 

Vivir es llegar a donde todo comienza; amar es ir a donde nada termina. 

 

Los tiempos que vivimos nos exigen vivir como si fuera temprano, reflexionar como si fuera tarde, sentir lo que decimos con cariño, decir lo que pensamos con esperanza, pensar lo que hacemos con fe, hacer lo que debemos con amor. 

 

La vida revela la verdad. 

 

La verdad nos ilumina el camino. 

 

El camino nos conduce a amar. 

 

El amor nos hace vivir. 

 

La razón del amar la encontramos viviendo. 

 

El sentido de vivir lo encontramos amando y solo amando habremos de entender los cómos y los porqués del Camino de la Vida.