[4] Intervención en la Reunión de Trabajo con el Licenciado Armando Ballinas Mayés, Presidente del Comité Directivo Estatal del Partido Revolucionario Institucional en el Estado de Michoacán.
Venustiano Carranza, Michoacán, lunes 19 de noviembre de 1990.
Licenciado Armando Ballinas Mayés, Presidente del Comité Directivo del Partido Revolucionario Institucional en el Estado de Michoacán;
Ciudadano Diputado Alfredo Anaya Gudiño;
Ingeniero Rubén Valencia Andrade, Presidente Municipal de Venustiano Carranza, Michoacán;
Honoranle Presidium;
Amigos priístas:
Como es mi costumbre, agradezco la oportunidad que se me ha brindado de intervenir en este magno encuentro partidista, que se desarrolla en momentos en los que nuestra organización política se conduce por el camino del inevitable cambio, a que le obligan las transformaciones que sufre nuestra no menos compleja sociedad en respuesta al desenvolvimiento, también mutante, del sistema internacional. Los tiempos actuales que vivimos se nos ofrecen pues como alternativa viable para inducir todas las adecuaciones posibles a la ruta que hemos trazado en el diseño del modelo de sociedad al que aspiramos.
Aunque en el campo de la Ciencia Política no podemos hablar de una teoría general de los partidos políticos, los estudios comparativos realizados a la fecha sí nos ofrecen parámetros de aceptable valor científico. Hablar de partidos políticos no es fácil, sobre todo si consideramos el aspecto complejo y cambiante del terreno social donde muchas veces los postulados emitidos quedan totalmente eliminados cuando al creer haber concluido la formulación de una teoría, surgen nuevos planteamientos, nuevas interrogantes que hacen necesario iniciar de nueva cuenta su discusión y tratamiento, dentro de otro ángulo y perspectiva.
A raíz de los comicios del miércoles 6 de julio de 1988, el horizonte político nacional adquiere un matiz que hace necesario que nuestro partido, inevitablemente, atienda de manera prioritaria aquéllos elementos que lo fortalezcan para lograr vencer los retos que como organización política enfrenta y habrá de enfrentar en el futuro inmediato.
La modernización del Partido Revolucionario Institucional, debe ser consideraba, creo, como una etapa más de la reforma política de México, como la continuación del proceso de revolución institucionalizada iniciado en 1929 por el General Plutarco Elías Calles, susceptible de adecuaciones a las circunstancias que los distintos momentos históricos exijan; intentar evadirla, resulta necio e inaceptable pues ya no es posible adoptar actitudes desinteresadas que ponen en grave riesgo la estabilidad político-social de nuestro país y nuestra persistencia como organización política.
El esquema de acción debe contemplar como punto de arranque las bases de nuestra estructura partidista, a la vez que eliminar de raíz todos aquéllos atavismos que además de petrificados e inoperables son nocivos a la vida del Partido. Debe contemplar nuevas conceptualizaciones de la política, que se alejen de la falaz idea que la ubica como un juego electoral, la lucha por el poder o el arte de gobernar. En este proceso, el sector juvenil de nuestro instituto político tiene un papel de auténtica vanguardia pues, en tanto generación nueva, se perfila hacia el tiempo futuro, instancia en la que habrá de desarrollar su proyecto de vida.
Si damos un vistazo a la historia del desenvolvimiento del sector juvenil de México, vemos que hay un gran debate en torno a la participación política de la juventud. Uno de los objetivos principales de esta gran confrontación teórica y práctica, es el reconocimiento o negación del rol de la juventud como sujeto histórico; es decir, la definición de si y cómo la generación de los jóvenes juega un papel activo dentro del sistema de fuerzas sociales contemporáneas.
Hasta los cincuentas, la sociedad tiene una visión idílica de la juventud, cuya característica más relevante era la integración; su paso de la juventud a la edad adulta se esperaba pacífico; la aparición de los primeros síntomas del descontento juvenil denominado por los adultos “rebeldía sin causa”, empezó a erosionar esta concepción que se derriba estrepitosamente en los sesentas; la característica fundamental de los jóvenes a partir de esta década es la del cambio social.
Ya en los sesentas los jóvenes plantearon la exigencia de la fidelidad a los valores que se les pregonaban y que no se cumplían; las propias estructuras de la época no son capaces de atender las exigencias juveniles y reaccionan cancelando sus expectativas automáticamente. México no fue la excepción a la inquietud juvenil; la década de los sesentas en nuestro país es escenario de conmociones políticas; recordemos el movimiento del magisterio, el movimiento médico y el propio movimiento estudiantil de 1968 a partir del cuál la sociedad mexicana se percata de la fuerza del joven dentro de las decisiones políticas.
Pese a ello, la historia de la integración política y social de la juventud ha seguido por largo tiempo pautas autoritarias y de marginación que se inician desde la familia como estructura jerárquico-lineal, se refuerzan por la actuación de los medios de comunicación de masas que desalientan la participación e introducen en los jóvenes valores que carecen de identificación nacional, y que se agudizan ante la insuficiencia de opciones y canales de expresión con los que el joven se identifique plenamente.
Por largo tiempo los jóvenes han encontrado muchas veces como respuesta a sus inquietudes, por su inexperiencia para canalizarlas, el autoritarismo y la represión de ahí que busquen fuera de los canales institucionales y partidos existentes, otras formas de organización, tales como las famosas bandas y pandillas que actúan en las grandes metrópolis mexicanas e inclusive en ciudades y poblaciones medias; en esos espacios, el joven sí cree encontrar un sentido de pertenencia e integración y viabilidad de respuesta a sus expectativas.
Las luchas de los jóvenes convergen con las de la sociedad en general: empleo, educación, salud, pero adquieren su carácter específico por la condición de marginalidad que les ha conferido la sociedad, etiquetando su participación en los distintos niveles como de inexperta, irresponsable o intransigente.
Es necesario que nuestro Partido reconozca en la juventud a un grupo con demandas específicas; este reconocimiento tendrá que generar un cambio en la actitud del Partido hacia sus organismos juveniles. Es necesario conferir al movimiento juvenil una mayor autonomía que permita su participación en la toma de decisiones que afectan a nuestra sociedad, sea en el terreno cultural, económico o legislativo, solo por mencionar algunos.
Pero la incorporación de los jóvenes a las tareas políticas debe pasar por una adecuación de los medios de educación política de cuadros vista como educación formal. Esto significa un cambio en la óptica del trabajo juvenil en lo que a formación teórico-política se refiere, trabajo que tradicionalmente ha venido realizando el Partido por medio de sus programas de capacitación política. Si entendemos como juventud una etapa de preparación para la vida adulta, la función del Instituto de Capacitación Política en el ámbito nacional y del Centro de Capacitación Política en el estatal, en la formación política de los jóvenes, no sólo nuestros militantes, sino todos los jóvenes potencialmente simpatizantes del Partido, se convierte en un mecanismo fundamental para el trabajo juvenil del Partido.
Señor Presidente del Comité Directivo del Partido Revolucionario Institucional en el Estado de Michoacán; compañeros:
Ser miembro del Partido Revolucionario Institucional constituye un orgullo y un auténtico privilegio; ser leales a sus principios implica, a la vez, lealtad a las clases que lo crearon a base de incesante lucha. La lealtad es uno de los valores que más distinguen al ser humano, es muestra de valía, de honradez y de grandeza; es al fin de cuentas unidad de medida de la talla del ser humano.
Las nuevas generaciones de México, especialmente aquéllas que hemos tenido acceso a las aulas universitarias, tenemos un gran compromiso con nuestra patria, fallar sería traición. Nos encontramos en la disyuntiva de ser factores dinámicos de cambio o reflejo de la inaceptable inercia. Nuestras gargantas jóvenes –porque lo son- no deben jamás hacer eco a las voces y llamados de quienes con tomas de palacios municipales, cierre de carreteras, huelgas de hambre e interpelaciones majaderas a la alta envestidura presidencial, desprestigian la política; debemos tener ojos, oídos y mente siempre alertas para descubrir y conocer los trucos de esos ilusionistas y comprender lo desarraigado de su espectáculo.
Hoy, las cartas están tiradas, es indudable que en el marco del impredecible futuro, con su gran horizonte, México aguarda por nosotros.♦