[42] Intervención en la reunión del Comité Ejecutivo de la Confederación Parlamentaria de las Américas, en el tema de “Migración”.
Hotel Biltmore, Los Angeles, Ca., 23 de junio de 2007.
Parlamentarios de América:
Nadie puede negar que la miseria es la acompañante natural del movimiento humano. Así, el fenómeno migratorio tiene dos caras que deben ser analizadas con rigor a efecto de no confundir su concepto y efectos: la interna y la internacional, con lazos comunes que se atan en el afán de encontrar mejores condiciones de vida, la oportunidad, el alimento, la justicia y, a veces, la libertad.
La migración interna está compuesta por todos aquéllos que la tierra ha llevado a la desesperación. Los migrantes internacionales, por su parte, parecen ser en su mayoría seres humanos que viven características comunes: ser pobres o bien perseguidos, “trabajadores huéspedes”, braceros mexicanos, refugiados, o la “gente de los botes” que nadie quiere y cuyos cadáveres finalmente aparecen en las playas arrastrados por la marea para dar una punzada momentánea a la conciencia de aquéllos que todo lo tienen.
Pero hasta los migrantes legales, que entran a una nueva patria con documento en regla, terminan enfrentándose con la confusión de la discriminación social y económica tan desmoralizadora como penetrante. Al menos así se afirma con frecuencia y así mismo puede observarse en la experiencia común.
La migración, como una de las variables demográficas clave en nuestros días, ha sido un tema de profunda e inevitable discusión en las múltiples conferencias mundiales; aún cuando se emiten vastos y a veces complejos pronunciamientos y recomendaciones nada en concreto sucede; la actitud xenofóbica aún persiste; parece un mal sin remedio.
En las últimas décadas se han planteado vastas diferencias en la manera en que los expertos consideran el complejo asunto de la migración, tanto interna como internacional, en todos sus aspectos. Al respecto hay coincidencias y divergencias, posturas encontradas algunas, que pasan de lado el elemental derecho humano a la vida, de quien lo deja todo por ir en busca de oportunidades, en efecto, en busca de vivir y, aunque también, no necesariamente en busca de un sentimiento de pertenencia; vivir, en efecto, es la consigna.
La apreciación general sobre la migración, en cualquier tiempo y espacio, y sobre todo en sociedades donde las desigualdades son la característica esencial, es que la situación es vista como positiva en su mayor parte pues por lo general migrar presupone, para quien lo hace, mejores condiciones de las que hubieran logrado de no haber tomado la decisión de ir más allá de sus fronteras nacionales. Pero no siempre sucede de esa manera, al menos no para el caso de mi país donde la migración es producto de serios problemas estructurales que aún no han podido ser resueltos de raíz y deben ser atendidos de inmediato.
Positiva o no, para quien llega o para quien recibe, queda claro que, en tiempos de globalización, aún queda mucho por hacer para asistir a los migrantes en su nueva localización y para especificar y proteger sus derechos humanos; en efecto, los países del mundo tenemos mucho que ganar si nos decidimos a combatir el prejuicio y la discriminación contra los migrantes y los refugiados, a ayudar a mantener unidas las familias y a alentar a los migrantes a conservar su patrimonio cultural y esa identidad que parece diluirse ante la seducción de las “costumbres desarrolladas”.
Sin duda alguna la reevaluación del fenómeno migratorio habrá de desempeñar un papel importante en la nueva discusión sociológica y política. Es un tema en el que todavía queda mucho por aprender pues aún quedan muchos conceptos pendientes de transformar y me refiero a los de libertad, justicia, frontera, soberanía, derechos y dignidad humanos y, desde luego, el propio concepto de hombre en tiempos donde la razón de esencia y existencia humanas parecen haber tomado caminos totalmente torcidos al enfrentar la incisiva realidad de saber que el desarrollo tecnológico se usa para la destrucción y reaparecen de nueva cuenta las ideologías extremas.
Mientras tanto, e independientemente de la óptica con que se quiera ver este problema que más que ello es un fenómeno con el que debemos aprender a convivir, en silencio y en debate por decidir hacerlo o no, muchos hermanos nuestros continuarán migrando, arriesgándolo todo al abandonar su choza de cartón y hojalata o su vieja aldea, abandonando la quietud de la campiña por el tumulto y el ajetreo de la ciudad amenazante o pasando a través de las fronteras internacionales, ya estén legalmente autorizados para hacerlo o no, renunciando a su propia identidad o encaramándose a bordo de botes y balsas haciéndose a la mar con o sin destino alguno.♦