Discursos

[36] Intervención en la Convención Estatal para la designación de Diputados Federales del Partido Acción Nacional, electos por el Princpio de Representación Proporcional.

 

Palacio del Arte, Morelia, Michoacán, domingo 12 de febrero de 2006.

 

 

Distinguidos miembros de la dirigencia estatal de nuestro Partido; señores delegados numerarios a esta Convención; compañeros precandidatos:

 

Hace 28 años, un joven se hacía al andar por caminos y veredas de la Meseta Tarasca de su Estado natal en busca de definir una vocación, de encontrar el camino, de definir su destino y de cumplir con lo suyo.

 

Ahí donde convergen la historia y la esencia de una magna cultura, ahí donde Hiripan, Hiquíngare y Tangaxoán fueron consecuentes con el legado de un gran Imperio; ahí donde Eréndira, la guerrera, surcó las páginas de la historia michoacana rompiendo con las estructuras sociales y exaltando la existencia de un pueblo que se resistió por la conservación de la raíz cultural; ahí mismo empezó la enseñanza, una iniciación y un cumplimiento.

 

Sevina, Municipio de Nahuatzen, verano de 1978, la culminación de una etapa formativa. Miradas de sometimiento histórico, desesperanza, explotación y resignación de mis hermanos herederos de la excelsa raza Purhépecha, fueron suficientes para forjar no sólo una vocación, sino también una úlcera de inconformidad y una visión del mundo y de la propia vida; justo ahí, en el corazón de mi tierra, donde la humillación, la pobreza, la  marginación, el abandono y la soez e intolerable burla de la historia han sido dolor callado.

 

Vaya esta mañana, mi humilde reconocimiento a quienes la causa indígena les ha representado bandera de lucha y ese sutil recordatorio de que no solo en México sino en América entera, todavía queda mucho por hacer.

 

Entrañable pueblo Purhépecha, siempre te llevo en mi corazón.

 

Hoy, en esta Convención Estatal, sin amarres, hipócritas y amañadas componendas, dádivas graciosas o aparatosas movilizaciones, ese joven, con 28 años más y con una pesada carga emulando al Cirineo en el camino a su cumplimiento, está frente a ustedes trayendo como única divisa un pasado producto de sus propias circunstancias, su trabajo, pasión por sus causas, su amor por la vida y un deseo reprimido de servicio; en efecto, el que ahora habla sabe que servir a los demás es el único reducto capaz de hacernos conocer la verdadera libertad y de justificar nuestra existencia ante los ojos de nuestra propia conciencia.

 

Gracias a la militancia activa de mi Partido, es que puedo vivir esta extraordinaria experiencia que me motiva a plantear mi esencia, a exponer mi propia visión de mi Estado, mi país y de todo aquello que se suscita más allá de sus fronteras.

 

Una visión que recoge un diagnóstico poco halagador de un Estado que, inmerso en el encanto provinciano, alberga profundas desigualdades; de un Estado que clama justicia verdadera, de un Estado que aún no ve los beneficios íntegros de la Democracia y la Justicia Social o la Democracia y la Patria para Todos.

Una visión que sabe que la paciencia de los pueblos tiene límites y que ello México lo tuvo bien claro aquél domingo 2 de julio del año 2000 cuando optó por una alternancia que se vio obstaculizada por la cerrazón de los colores y las siglas, por la nefasta actitud apátrida de las bancadas, por el nocivo efecto de las componendas que se arman en los cubículos y pasillos de la “Torre de Oro” como mejor se conoce ahora al Palacio Legislativo de San Lázaro.

 

Por ello, la visión que hasta hoy recojo de mi país debe ser vista, desde 2 vertientes distintas.

 

La interna, que exige encontrar los caminos necesarios para inducir las grandes transformaciones que la nación necesita e ir ya sin menoscabo a la consecución de los cambios estructurales, la revisión concienzuda de nuestro Estado de Derecho y, en suma,  profundizar en la Reforma del Estado con todo lo que ello implica. 

 

La externa, que presupone la presencia de México en el exterior y que apremia en la urgencia de consolidarnos en lo interno para ser merecedores de una posición geopolítica de respeto en el sistema internacional, ámbito en el que debemos defender nuestras tesis en materia de política exterior sustentadas en el respeto irrestricto a la libre autodeterminación de los pueblos, gritar nuestras verdades y hacer valer nuestra voz, con muros de la vergüenza o sin ellos, en los grandes foros internacionales.

 

Tengo claro que el mundo de hoy asiste a una época cuya problemática ofrece una doble connotación: una de índole ideológico en virtud de que reaparecen de nueva cuenta las ideologías extremas y  otra de índole tecnológico porque el desarrollo en la materia es usado para la destrucción y la consolidación de hegemonías.

 

Por ello, mi visión del mundo actual sabe que enfrentamos una seria crisis a nivel global donde la democracia parece agotar sus alcances reales y la convivencia entre los pueblos plantea serias vicisitudes. Es una crisis que replantea, desde los hornos crematorios de Treblinka, los horrores de la muerte en aras de la locura demoníaca de poder; que presupone, desde Hiroshima y Nagasaki, la posibilidad de la destrucción de la vida; que corrobora desde Bosnia-Herzegovina el desaliento humano; que demuestra, desde Zaire y Somalia, el imperio de la carencia de valores; que nos reitera desde Nueva York, Madrid o Londres, el grado de desquiciamiento humano; que nos recalca desde el mundo musulmán la urgencia de transformar al mundo.

 

Una crisis que, desde nuestro propio país, con la trifulca, escándalos, sinrazones, frivolidades, desarraigados y vergonzosos espectáculos de muchos de sus actores políticos, que con la carencia de acuerdos legislativos y reformas estructurales y con gritos y querellas como nueva forma de diálogo político, nos confirma el agotamiento de la política.

 

Ha llegado el momento de comprometernos con los nuestros y con la humanidad; de darlo todo por la justicia, por la verdadera libertad, por la única soberanía que no está en los territorios sino en la mente y la conciencia humana; hoy hace falta darlo todo incluso la vida, una, cien o setenta veces siete por la paz del mundo, seguros de que las nuevas guerras podrían conducirnos a un momento en el que podría no haber ya vencedores ni vencidos, sino la destrucción inevitable del planeta.

 

Ha llegado el momento de mirar al mundo con calma y ojos serenos aún cuando los ojos del mundo estén hoy inyectados de tanta maldad y tanta sangre; de decir no a los gobiernos ciegos e ignorantes; a esos que ponen debajo del dosel la soberbia y entre prisiones la  humildad, que lisonjean y aplauden los vicios y denigran las virtudes, que a la culpa autorizan y a la inocencia apremian en la cadena.

 

México y el mundo esperan por los cambios, no hay momento para treguas.

 

Aún cuando sintamos haber hecho poco, aún cuando pensemos que lo hecho fue tan solo una gota de agua en el mar, nos habremos justificado, pues el mar sería menos si le faltara esa gota.

 

Quien tenga oídos que oiga.