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[264] ¿LA FUERZA MAS POTENTE?... LA FE

 

Felipe Díaz Garibay

 

 

Retomado del texto “Así es la vida según Gandhi”

 

Parte 21

 

 

Columna "Una voz en el silencio", semanario "Noticias Cuarto Poder" de Sahuayo, Michoacán, México, domingo 27 denoviembre de 2016.

 

 

 

“Cuando pienses que es el final y que ya no puedes más, ahí estará Dios diciéndote: ‘Ahora es mi turno, permíteme ayudarte a seguir”.  -Anónimo-

 

 

 

Uno de los más grandes debates que se ha dado a través de la historia de la humanidad es, sin lugar a equivocaciones, el que se cierne en torno al tema de la fe. La mayoría de personas la describen como un sentimiento profundo del hombre sobre cosas que no ve, pero yo creo que la idea de la fe va mucho más allá y la encontramos en todos los caminos de nuestra vida. Tener fe será entonces creer no sólo en lo que no vemos sino en aquello que esperamos, es tener fe en nosotros, en quienes nos rodean, fe en nuestras convicciones, fe en lo que proyectamos y deseamos, fe en todo lo que somos capaces de imaginar como posible.

 

Pero, fundamentalmente, cualquier tipo de fe tiene su sustento en la seguridad que tenemos que muy por encima de los asuntos de carácter material existe un ser supremo que nos guía, nos conduce y hace posible, en mancuerna con nuestro esfuerzo espiritual, que las cosas sucedan.

 

Nada, estoy cierto, podrá ser posible sin los profundos enlaces que tengamos con la fe porque ella es no sólo creer sino esperar, vivir con la mirada puesta en nobles objetivos que sólo la persistencia hará posibles.

 

Sin embargo no pocos creen que la fe es sólo un salto al vacío en que se juega el todo por el todo sin tener la certeza de que lo que deseamos o anhelamos vendrá a nosotros. ¿Cómo podemos entonces definir la fe?, he ahí uno de los mayores conflictos que enfrenta el ser humano y en lo particular estoy convencido de que ella –la fe- no es sólo un sentimiento, ni un tranquilizante antes nuestros problemas, es algo que va más allá de nuestra propia confianza pues ésta fácil se pierde pero la fe tiene raigambres más profundas.

 

El mundo de nuestros días muchas veces cuestiona, y mucho, a las personas que tenemos fe; se nos considera ingenuos, ilógicos, supersticiosos y pareciera que para tantos hombres y mujeres de nuestro tiempo les resultara difícil creer en algo o alguien sin poder verlo necesariamente con los propios ojos y tocarlo con las propias manos. Creer y confiar, por ejemplo, en la palabra de otra persona es, sin embargo, algo natural y cotidiano; ni siquiera el más convencido no creyente, o ateo para ser más claro, podrá considerarse un incrédulo absoluto pues cada vez que adquiere un producto o recibe el beneficio de algunas decisión ajena confía en las personas que se lo han proporcionado; podrá no creer en Dios pero en lo cotidiano habrá de creer tanto en cosas como en personas sin estar constantemente analizando las razones para hacerlo como creemos sin cuestionar lo que dicen, por ejemplo, los noticieros, las películas o los diarios; más aún somos capaces de creerles a las personas que amamos o a quienes les reconocemos cierta autoridad, sin tener que estar verificando constantemente lo que nos dicen.

 

Resulta realmente imposible vivir enfrascados en esquemas de dudas en todo lo que se nos dice hasta que sea demostrado, de ser así el mundo mismo se paralizaría e infinidad de cosas quedarían en el vacío.

En el lenguaje común decimos que “creemos” en alguien o le tenemos fe, puede ser a un médico por ejemplo o a cualquier otra persona que nos ofrezca sus servicios profesionales, y nos expresamos de esta manera cuando manifestamos que podemos confiar plena y absolutamente en esa persona y por lo general es así porque se ha ganado nuestra confianza y nos ha demostrado que es fiable. Y hay una fe que de manera muy similar, pero infinitamente superior, nos hace decir y pensar lo mismo y esa es la fe en Dios; por fe creemos en Él con una certeza que nadie más que Él merece; la fe teologal es más cierta que todo conocimiento humano porque está sustentada y fundamentada en la palabra y la obra misma de Dios y Él, simple y sencillamente, no puede mentir.

 

Cruzar el umbral de la puerta de la fe no basta y no es suficiente. El don de la fe, porque lo es, implica una respuesta continua para cultivar ese don ya que sin la fe no crece, se enfría y desaparece. La fe, decía el gran San Agustín, se fortalece creyendo, y nunca de otra manera y es tan sencillo que en el universo mismo las cosas pueden ser y no ser y tanto pueden ser y no ser hubo entonces una fuerza muy superior que todo lo creó, llamémosle física, química, astrología o como mejor nos parezca… yo y muchos de ustedes le llamamos… Dios.

 

Y es así que, sin lugar a dudas, la fe bien sustentada y con invaluables fundamentos será entonces la fuerza más potente que nos conduzca a hacer de nuestra existencia, muy a pesar de sus pesares y dolores, la más bella experiencia digna de ser vivida teniendo la fe, valga decirlo, de que siendo consecuentes con los dones del bien habremos de ser merecedores de una gloria eterna que, como lo dijo un reconocido santo, nos haga exclamar a la hora de partir: “…nunca fue tan fácil ganarse el cielo…”

Hasta la próxima si la Gracia infinita de Dios nos lo permite.

 

 

Les abrazo con afecto.