[256] ¿EL SENTIMIENTO MAS RUIN?... LA ENVIDIA
Felipe Díaz Garibay
Retomado del texto “Así es la vida según Gandhi”
Parte 14
Columna "Una voz en el silencio", semanario "Noticias Cuarto Poder" de Sahuayo, Michoacán, México, domingo 11 de septiembre de 2016.
Yo no podría definir la envidia alejada de la falta de autoestima de una persona; en definitiva quien cae en las redes de este terrible mal no puede considerarse un ser cabal en cuanto al concepto que tiene de sí mismo. Y es que las personas con baja autoestima siempre se están comparando con los demás, y en su afán desmedido de superarlos recaen en los peores sentimientos y acciones; por regla ellos o ellas creen que no tienen buenas cualidades por lo tanto se sienten inferiores a los otro, desde luego también sienten que los demás son más importantes que ellos y ahí es donde empieza el gran problema.
El asunto de la envidia, sin lugar a dudas, es uno en el que obligadamente se entrelazan los principios y el tipo de formación que desde pequeños hemos recibido; hay padres tan cuidadosos con sus hijos que bien les enseñan siempre lo que significan las posibilidades reales de vida, es decir lo que es posible y lo que no y con ello van llevando de la mano a sus hijos por caminos donde no tienen por qué desear lo ajeno, lo que no tienen o lo que es posible tener; ello por supuesto no significa que les lleguen a crear una actitud conformista pero sí de aprender a ver el mundo que les rodea desde ópticas en las cuáles prima el sentimiento de respeto a todo, a ellos mismos, a los demás, a lo ajeno y a sus propios entornos.
Pero nunca, nunca jamás, debemos confundir la envidia con los deseos de superación, afanes de lucha o el tener un posicionamiento de vida que nos permita sobresalir en aras de nuestros propios esfuerzos y lejos de intentar ser como otros. Una cosa es que seamos consecuentes con el proyecto de vida que nos hemos trazado y otra, muy distinta claro está, será el proyectar nuestras bajas emociones frente a personas o seres humanos que bien sabemos por cuestiones de carácter social, económico o político superan nuestras posibilidades.
La envidia es ese mecanismo psicológico que no permite aceptemos que nadie, así absolutamente nadie, tenga ni sea mejor que uno. "¿Por qué él y no yo?", se pregunta día y noche el envidioso que no acepta el triunfo ajeno y más aún cuando sabe que la persona envidiada es alguien que un día no tuvo nada y que otro día llega a tener todo, como ocurre en el cuento de La Cenicienta o El patito feo y en tantas historias que, por ejemplo, nos presentan hoy en día los medios de comunicación tanto escritos como audiovisuales.
La envidia en consecuencia es el sentimiento más ruin porque ésta existe cuando queremos lo que tiene otro, cuando tenemos un pronunciado complejo de inferioridad, de inseguridad y de inconformidad con nuestro propio ser y con todo aquello que tenemos bien sea mucho o poco; lo que tenemos resulta poco y no nos hace feliz.
Somos envidiosos entonces cuando nuestras mentes no gozan de pleno estado de salud mental y no somos felices con nuestros logros, porque nunca nos conformamos con lo que nos ha dado la vida; con el sendero que elegimos transitar o con lo que nos ha tocado ser en este mundo en el cual hemos de vivir.
Qué lamentable.
Mis amables lectores, cuanta, pero cuanta cosa de verdad, podemos decir de los envidiosos. Yo he tenido el infortunio de compartir con ellos en los espacios públicos donde me he desarrollado profesionalmente y hasta los más recónditos espacios familiares y puedo decirles con la mayor claridad, que el envidioso es un ser peligroso que puede convertir una cofradía en un verdadero nido de ratas y serpientes; que el envidioso se disfraza casi siempre de amigo, como el lobo de oveja, para causar un daño en el momento menos esperado, pues es un ser astuto que, aun siendo un pobre diablo, se ufana de tener más sapiencia y experiencia y con ello llega o puede llegar hasta las últimas consecuencias.
De ahí que cuando se aparece un envidioso, que no es difícil de detectar, lo mejor siempre será avanzar con los oídos tapados y los ojos bien abiertos, para no escuchar los falsos cantos de sirena ni caer en las trampas que va dejando a cada paso.
La envidia no perdona a quien se trepa a la cúspide de la pirámide o levanta un vuelo por encima del resto.
La envidia es un arma poderosa que puede herir o agredir e incluso acabar con una o varias vidas.
Hasta la próxima si la gracia de Dios nos lo permite. Les abrazo con afecto.♦