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[253] ¿EL MISTERIO MAS GRANDE?... LA MUERTE

 

Felipe Díaz Garibay

 

 

Retomado del texto “Así es la vida según Gandhi”

 

Parte 11

 

 

Columna "Una voz en el silencio", semanario "Noticias Cuarto Poder" de Sahuayo, Michoacán, México, domingo 21 de agosto de 2016.

 

 

 

Aunque oponentes dialécticos, tanto la vida como la muerte son un misterio. De pronto sucede que no conocemos el sentido real de nuestra existencia y, por ende, lo que será de nosotros cuanto ella concluya. Vida y muerte son entonces los polos opuestos de una misma línea que se llama existencia.

 

Reflexionar entonces sobre la inevitable muerte nos obliga a plantearnos  el sentido de la propia existencia, misma que es limitada, irrepetible y única; será entonces nuestra mayor encomienda de vida intentar evitar que ella –nuestra existencia aclaro- sea un completo absurdo, de lo que puedo desprender que la muerte sólo tiene sentido cuando durante nuestra vida hemos sido capaces de completar una labor, que es considerada por uno mismo de suficiente valía; es a lo que llamo yo “tranquilidad de conciencia” que es la única que nos hará expirar con absoluta paz.

 

Cuando nuestra vida transcurre entonces por un camino de cumplimiento cabal, de entrega absoluta a nuestras encomiendas, sin lugar a dudas nos habremos de sentir profundamente satisfechos y nunca jamás en otro camino.

 

Es claro que si nuestra vida transcurre de forma caprichosa, sin dirección, sin sentido y en función de meros hechos circunstanciales, nos habremos de sentir completamente insatisfechos y habremos desarrollado una personalidad mediocre; de igual manera, si hemos vivido inmersos en un planteamiento meramente hedonista y egoísta, donde el principal valor es la mera satisfacción personal  y el principal objetivo es la búsqueda del placer a costa de lo que sea, nos habremos de encontrar solo con satisfacciones superficiales que a al final de cuentan habrán de producirnos profundas insatisfacciones.

 

La vida y la muerte constituyen entonces una línea de polarización que requiere de los equilibrios y son, a la su vez, un gran misterio del que habremos de encontrar las explicaciones suficientes en tanto cuanto seamos capaces de ser consecuentes con las razones que nos hemos impuesto como razón de existencia, nunca jamás de otra manera.

 

Cuando somos consecuentes los misterios desaparecen, encontramos las respuestas y los claros conceptos. Y es así que todos tenemos conceptos distintos de la vida, marcados por el estilo que de ella llevamos, y de la misma muerte; yo tengo la profunda convicción de que la muerte pertenece tanto a la vida como la vida pertenece a la muerte, ambas no pueden existir sin la otra puesto que la una es tan dependiente de la otra como el estar despierto y el dormir. Y así como el sueño entra sin que el ser humano lo pueda evadir, así también entra la muerte al final de los días, tanto si la persona lo desea o no.

 

Sin embargo, durante su vida, las personas apenas o casi nunca pensamos en ello, y ni qué decir de los sentimientos que pueden surgir con respecto a la muerte. Los pensamientos al respecto se expulsan completamente de la conciencia, a pesar de que sería mejor reflexionar a fondo sobre ello para entender el verdadero sentido de la muerte, ya que de ese modo se volvería también claro el sentido de la vida. Pero de ninguna manera, ningún pensamiento y sentimiento va en esa dirección, y esto aun cuando las personas se confrontan diariamente con las malas noticias de guerras, crímenes, accidentes, asesinatos y catástrofes que cuestan la vida a millares; casi nadie piensa que esta muerte también puede alcanzar la vida propia.

 

Con toda evidencia muchas personas parecen creer que la muerte sólo alcanza a los otros, pero no a la propia persona.

 

Pero, justamente, ese no es el caso y no es correcto, pues todos los seres humanos tenemos cuerpos materiales que están igualmente integrados al proceso de envejecimiento y al carácter de lo pasajero y por lo tanto fallecerán y tarde o temprano caerán en la muerte. Naturalmente hay una gran diferencia si una muerte sucede de manera natural o accidental, por enfermedad o de manera violenta; sin embargo, sea como sea, será inevitable para todas y cada uno de nosotros. Por ello mismo el ser humano siempre debe cuidar de enfrentarse intuitivamente y mentalmente con la inevitable realidad de la muerte, es decir, tanto con respecto a la propia persona, como también en relación con los parientes más cercanos y los semejantes en general. A través de esta forma sensata de pensar y a través de los sentimientos controlados que surgen de ello, emerge la certeza que la muerte pertenece tanto a la vida y también a la imparable evolución, como la vida también pertenece a la evolución y a la inevitable muerte.

 

Verla y entenderla de esa manera quita a la muerte el velo del misterio y nos permite verla y vivirla como parte del proceso natural de nuestras existencia, como un paso hacia la trascendencia espiritual y como la más grande de las enseñanzas; si vivir es aprender la muerte también constituye parte importante de ese imparable proceso de conocimiento de la verdad aunque en otro estado de conciencia.

 

La muerte, entonces, nunca debe reprimirse, sino que debe reconocerse como “una madrina” para la continuación de una vida en el más allá y en estadíos de existencia superiores si es que en la vida hemos sido capaces de superar el sentido de los apegos, a la cual la forma espiritual le abre el camino para un renacimiento. Por lo tanto, el ser humano debe mirar la cara a la realidad de la muerte y reconocer su sentido y su finalidad y concienciarse de que sólo a través de la muerte puede suceder un progreso hacia otra vida.

 

Los seres  humanos debemos familiarizarnos con la muerte, la cual significa más que sólo el morir del cuerpo material y el paso para lograr disfrutar, si de ello hemos sido merecedores, de la ultrabelleza de Dios.

 

Les saludo como siempre, les dejo un gran abrazo y nos vemos la próxima semana si la gracia infinita de Dios nos lo permite.