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[252] ¿LO QUE HACE MAS FELIZ?... SER UTIL A LOS DEMAS

 

Felipe Díaz Garibay

 

 

Retomado del texto “Así es la vida según Gandhi”

 

Parte 10

 

 

Columna "Una voz en el silencio", semanario "Noticias Cuarto Poder" de Sahuayo, Michoacán, México, domingo 14 de agosto de 2016.

 

 

 

“Servir a los demás nos hará verdaderamente libres” es la consigna; hasta ahora no he podido encontrar otro precepto capaz de llevar al hombre a la verdadera trascendencia. Sin embargo no pocas veces nos preguntamos cuál es la mejor manera de servir a otros y la respuesta la tenemos, a diario y a cada instante, frente a nosotros; está ahí en la necesidad ajena.

 

Y es que servir debe ser la esencia de nuestra misión de vida. El detalle está en saber encontrarla.

 

Todos debemos estar ciertos de que tenemos una misión especial en este mundo, que poseemos ciertos talentos fascinantes que el mundo necesita que explotemos de la mejor manera para ponerlos al servicio de los demás, lo que al mismo tiempo nos habrá de servir para servirnos a nosotros mismos.

 

El mundo está diseñado a la perfección, porque cada persona tiene la opción de trabajar para alcanzar la autorrealización y encontrar un espacio satisfactorio para todos. Cuando alguien encuentra su pasión y pone todo su interés en profundizar en esa labor, llegará un momento en que ese deseo traspasa los límites conscientes y son otras fuerzas las que dirigen el camino, así se dan resultados fuera de lo común y el mundo obtiene grandes ganancias con ello.

 

Pero es claro que lograr  el éxito siempre será producto de servir a los demás en la medida de nuestros alcances pero sí poniendo nuestra mayor voluntad. Cuando nos sentimos útiles experimentamos mucha satisfacción y ello solo es posible con el servicio a los demás.

 

El camino de la vida, es el recorrido que debe impulsarnos a aprender a servir. Para algunos oídos esto puede sonar a cosa rara, pero lo raro es vivir alejado de algo tan importante en la vida de las personas. Servir a otros no es tarea sencilla, hay que educarse para servir a los demás, a la familia, a la sociedad. Servir enorgullece a la persona, no la rebaja, la enaltece. Pero para servir hay que estar disponible, hay que tratar a los demás con un respeto infinito y en esto último es en  lo que, a veces y con mayor frecuencia, más fallamos.  

 

Podría afirmarse, en síntesis y como lo establece un trillado sofisma “que si no vivimos para servir, no servimos para vivir”, pero ese proceso de aprender a servir es ayudar a los demás a hacer, a ser y a crecer como personas.

 

Servir no hace servil al hombre, por el contrario le da las bases y el mayor sustento para encontrar la trascendencia y el verdadero sentido de su vida y, antes por el contrario, le permite hacer lo más grande que una persona tiene a su alcance: hacer felices a otros. Lejos estamos, parece por las condiciones y características actuales que se imprimen en las sociedades actuales, de servir para implantar una cultura del dar, no del tener.

 

Quien sirve está ayudando a construir la vida del otro. Quien da es más feliz que aquel que posee, porque para dar hay que poseer y desprenderse de lo que se posee. Dar no es sólo dar cosas, dar tiempo, dar oportunidades. Dar un buen y justo trato es la esencia, creo yo, del verdadero servicio a otros. Saber dar, saber ayudar, saber servir, es, ante todo, darse, ponerse a la altura de las necesidades de los otros, estar siempre disponible para ayudar, para colaborar, para cuidar, cultivar, vivir de cerca entonces, la relación con ellos.

 

La persona tiene una interioridad que respalda la acción exterior de servicio. Si le falta, entonces sucumbe ante las dificultades, se agrandan los obstáculos, se aleja de los otros o se defiende con palabras que no nacen de lo hondo de sí mismo, sino de los convencionalismos sociales que permiten guardar las apariencias o, simplemente, desempeñar un papel a medias, sin sentido y sin la mayor trascendencia en otros.

 

La persona necesita del silencio interior para poder entender bien sus propias palabras y para que ellas sean sonidos significativos, mensajes que llegan a su destino, que se entienden porque revelan una vida vivida valga redundar. A veces el ruido que hay en torno a nosotros, o la vanidad por quedar bien, o por lucir las conquistas materiales o profesionales, no nos deja advertir las necesidades de los demás. El orgullo ocupa demasiado espacio, a costa del espacio que deberían ocupar las personas.

 

No hay cultura del dar cuando en un momento de crisis todo el mundo acude a contribuir con algo para resolver una situación pasajera. Lo más importante y clave del servir es estar habitualmente dispuesto a que los demás cuenten efectivamente con nosotros.  No es sólo exclamar: “qué bueno que existas”, sino “qué dicha compartir contigo la vida”. 

 

Esto no es posible si no damos. Dar a los demás, no lo que no necesitamos, sino entregarles lo mejor que tenemos, así no sea lo más perfecto cuantitativamente, lo más valioso.  Lo que importa es lo cualitativamente más valioso: espíritu de servicio y de sacrificio, comprensión, voluntariedad, generosidad, servicio, disponibilidad, magnanimidad. 

 

Ojalá lo podamos entender mejor y tener la voluntad para llevarlo a la práctica diaria de nuestras vidas muy a pesar de los egoísmos y la exacerbada ingratitud en que se encuentra inmersa la humanidad de nuestros días.

 

Hasta la próxima si Dios nos lo permite.