Publicaciones

[249] ¿LA PEOR DERROTA?... EL DESALIENTO

 

Felipe Díaz Garibay

 

 

Retomado del texto “Así es la vida según Gandhi”

 

Parte 7

 

 

Columna "Una voz en el silencio", semanario "Noticias Cuarto Poder" de Sahuayo, Michoacán, México, domingo 24 de julio de 2016.

 

 

 

En números anteriores tuve la oportunidad de hablar del miedo y del abandono que hacemos de nosotros mismos ante situaciones adversas y sobre las cuáles perdemos el control y toda posibilidad de solución;  el miedo provoca trae consigo una fuerte dosis de abandono de nosotros mismos y viceversa, pero estos dos grandes males traen consigo algo que se llama desaliento.

 

El desaliento desde mi muy particular punto de vista es la sensación de no poder más y estoy cierto de que no existe un solo ser humano sobre la faz de la tierra que en algún momento de su existencia no lo haya sentido alguna o varias veces.

 

Indudablemente que existen sentimientos de todo tipo, y uno de ellos, y que con gran frecuencia experimentamos los humanos, ante una situación de dificultad es el desaliento; se trata de ese desánimo que experimenta una persona ante un obstáculo en concreto y que viene a ser motivo de pesar, tristeza o pena.

 

En mi paso por la vida he conocido infinidad de momentos que me han constituido desaliento y he podido, también, alternar con infinidad de semejantes que también lo han vivido y he podido ver como las personas experimentan profundo desaliento  ante causas que debilitan sus fuerzas de manera notable, experimentan un alto nivel de incertidumbre en relación, sobre todo, con qué puede ocurrir al respecto. Una persona que experimenta el desaliento en estos términos siente que sus fuerzas se debilitan cada vez más ante el peso tan fuerte que tiene que soportar; la percepción del peso de una preocupación puede ser subjetiva, es decir, aquello que puede ser motivo de dolor para una persona puede no serlo para otra.

 

El desaliento siempre estará vinculado con la angustia existencial que, por irrestricta regla, conduce de una forma progresiva a la pérdida de toda esperanza.

 

Para quienes tenemos respeto y confianza en Dios y los principios de fe nos constituyen la más poderosa de las armas, sabemos que el desaliento, es una de las herramientas que más resultado le ha dado a Satanás, grandes hombres de fe, no han escapado a este ataque, cayendo en un estado de desánimo, que los llevó a desear la muerte; si revisamos las páginas de la Sagrada Escritura, veremos que Moisés le pidió a Dios que le quitara la vida, Elías deseaba la muerte al sentirse amenazado  por Jezabel, Jonás quería morirse cuando Dios no hizo nada para destruir a Nínive.

 

El desaliento en cualquier momento puede hacernos una visita y debemos estar totalmente preparados para ello, para recibirlo y afrontarlo.

 

El desaliento es el ave negra que toma en ciertos momentos nuestra alma para hacer de ella el hilacho que mueve a su antojo haciéndonos olvidar de nuestros mayores afanes. Es entonces que debemos resistirnos a ella y negarnos a que toque nuestras vidas.

 

El ser humano pasa de largo, y no digo que con gran frecuencia sino como una práctica común, que dentro de sí mismo duerme un gran líder potencial capaz de generarse a sí mismo grandes cambios y ser consecuente con sus máximos afanes. Es entonces capaz de generar caminos para salir vencedor.

 

Los tiempos que vivimos, los convulsos tiempos que nos ha tocado enfrentar, no parecen ser los mejores para combatir el desaliento, pero advertidos y preparados podemos minimizar sus efectos. Infinidad de encuestas domésticas, al referir el tema del desaliento ofrecen como lo más citado en tanto causales de éste: no ganar el suficiente dinero en el trabajo o comercio; tener un hijo con una enfermedad incurable; discordias con hijos adolescentes; conflictos conyugales; detenerse más en lo negativo que en las cosas bellas de la vida; estar en soledad; pensar en las incertidumbres del futuro; no tener un empleo; conocer la realidad de acontecimientos mundiales y, un tema muy recurrente en nuestros entornos, el no tener garantizada nuestra integridad física y la seguridad en nuestro patrimonio.

 

Enfrentamos entonces un escenario que, de manera certera, nos afecta en nuestros ánimos y nos cierra toda posibilidad de encontrar soluciones ya no digamos inmediatas sino incluso en el más largo plazo; nuestra gran interrogante es: ¿qué espera vivir a nuestros hijos y a los hijos de nuestros  hijos? Y parece que las futuras generaciones ya no tienen las suficientes garantías y quienes prácticamente estamos de salida de pronto parece estamos convencidos de que nada ha valido la pena.

 

Sin embargo, no todo acaba en y con el nefasto sentimiento del desaliento; aún queda mucho por ver y vivir en un proceso que puede darnos la certeza de que, como máxima enseñanza, la vida siempre será un proceso digno de ser vivido. No existe, y quien diga lo contrario estará incurriendo en erróneos cálculos, ningún formulario que nos permita enfrentar el desaliento bajo una estandarización de mecanismos, no, ello no es posible.

 

Debemos aprender a detectar los mínimos detalles que afectan el sano desenvolvimiento de nuestras vidas y percatarnos de que las cosas podrán ir lentas, y no al ritmo que mejor quisiéramos, pero será siempre mejor ver que hemos hecho algunos progresos; debemos alegrarnos de saber que estamos en el mejor camino que nos conducirá a la consecución de nuestros anhelos; si ayer fue un día agitado hacer cuanto sea posible para que el día de hoy sea distinto; si hemos elegido pensamientos erróneos a lo largo de todo el día, cancelar cualquier efecto negativo que ellos puedan tener en nuestro proceso de decisiones; debemos ser capaces de hacer a un lado todo aquello que no nos sirve y si hemos cometido errores estar dispuestos a no volver a incurrir en ellos.

 

La mejor solución para vencer los desalientos humanos está, justamente, en rehusarnos a ellos y reafirmarnos en nuestros principios  para elegir siempre los pensamientos y las acciones correctas pero, más que nada, dar a cada cosa la justa dimensión, distinguir entre lo que somos en realidad y todo lo que nos rodea y busca afectarnos al grado de hundirnos en el inaceptable desaliento; sin duda alguna que pasar de largo a las caras de la amargura nos hará llegar las más de las veces a la mejor consecución de todo aquello que siempre hemos querido ser, a nuestro modo propio y no al de quienes se ocupan de nuestras vidas y no de las suyas.

 

Hasta la próxima semana si Dios nos lo permite..