[240] LOS CAMINOS DEL PERIODISMO MOVILERO
Felipe Díaz Garibay
Columna "Una voz en el silencio", semanario "Noticias Cuarto Poder" de Sahuayo, Michoacán, México, domingo 17 de abril de 2016.
Muchas son las formas que adquiere el periodismo que en lo personal, sin ser comunicólogo de formación, me han llamado la atención; dentro de las líneas que ha seguido el periodismo contemporáneo, me parecía que la consensual era la más practicada, y lo es sin duda porque muchos creen que ser periodista es ir a la ficción o al manejo de irrealidades en las notas que se escriben; el maniqueísmo es la forma que tiene el periodismo consensual de organizar la realidad, de continuar habitando en la ficción; siempre creando dicotomías, siempre procurando dividir a la gente.
Hasta ahora he vivido convencido de que el periodismo existe para la formación de conciencia social y, por qué no decirlo, para lograr una cierta cohesión o consenso al interior de las organizaciones sociales; no me queda muy claro aún el porqué las cosas suceden en contrario. Observando estas disparidades del trabajo periodístico, consulté a un experto en la materia y me habló de la existencia de un género que va más allá y que, incluso, vuelve obvio o más burdo lo que le ocurre al periodismo consensual en general: el periodismo movilero; me di a la tarea de investigar sobre la manera en que éste maneja la información y encontré detalles interesantes.
El periodismo movilero es el periodismo burocrático; el periodismo que sale a cubrir el asalto a la farmacia, el choque de la esquina, el gatito que no se quiere bajar del árbol y también, por qué no, una toma de ruta o el plantón frente a una oficina de gobierno. Corta todo con la misma vara. Las mismas preguntas, el mismo temperamento, la misma petulancia, la misma desinformación.
El movilero, llega y pregunta a tres o cuatro que andan por ahí y con eso ya tiene suficiente para salir al aire, con todo lo que ello implica: mandarse la parte, cantar las ciento y una, retar al eventual interlocutor y, lo que es más penoso aún, disciplinar la realidad. No hay tiempo, hay que apurarse, la primicia le imprime un ritmo vertiginoso al periodismo y a la actualidad que pretende exaltarse.
En realidad, el periodismo movilero, pero el que se quedó en los estudios también, va a buscar lo que sabe de memoria, a corroborar lo que ya tiene decidido de antemano; no ve, sino que prevé. De la misma manera que el periodismo que conduce no tiene juicios cuanto prejuicios; por ello, el periodismo movilero es un periodismo burocrático, un periodismo que reproduce en serie la misma noticia, como si la realidad fuera siempre la misma realidad, el mismo expediente que foliar y sellar. Con esas preguntas comodín, su intervención se vuelve estándar y se lanzan a la saga de lo que se les escapa. Con esos prejuicios, con semejante desinformación, persiguen hasta el colmo del hartazgo lo que no sabiendo muy bien o más bien no sabiendo nada de nada, le alcanza igual para autopostularse enseguida como el sabelotodo de siempre.
El periodismo movilero es el periodismo que se sabe de memoria, el periodismo que pregunta lo obvio, y cuando la realidad que releva no corrobora la obviedad, su obviedad hará una y mil veces la misma pregunta, de veinte formas diferentes, hasta escuchar la respuesta que buscaba, o una respuesta que siendo lo suficientemente ambigua le permita decir lo que le venga en gana.
El periodismo movilero es el periodista que está ahí, en la calle, pero porque tiene que estar, porque lo mandan. No se involucra y tampoco se mueve por su propia voluntad y termina “creyendo” todo lo que hace o al menos las interpretaciones de lo que le rodea; el periodismo queda preso de su esquizofrenia, producto de la extorsión que le tiende la empresa para la que trabaja. Esta es su esquizofrenia, la misma que lo llevará de un lado a otro, de la responsabilidad a la irresponsabilidad, del compromiso a la obediencia debida, del éxito al servilismo. Es un tanto concebir la noticia a la manera del lecho de Procusto, forzando los datos para se ajusten a él. Y aquí debo aclarar que según un antiguo mito, si alguien iba camino a Atenas tenía que pasar forzosamente por la casa de Procusto y dormir en su cama. Si era muy alto, Procusto le cortaba los pies; si muy pequeño, lo estiraba como en uno de esos potros medievales, hasta que ocupara la cama completamente. El mito es una metáfora para mostrar cómo vamos siendo moldeados por las expectativas de nuestra cultura y de nuestra familia... Para acomodarnos a ellos, recortamos partes de nosotros mismos. En ese proceso de búsqueda de aceptación corremos el peligro de perder nuestra mayor riqueza. Nuestra identidad. Nuestra alma. Se dice entonces que en aquéllos tiempos la advertencia era: “Despierta, pon atención y no aceptes la invitación de Procusto”.
Supe también que la máxima aspiración del periodista movilero es llegar a convertirse él mismo en noticia y para ello trabajará, le pondrá el alma entera a su trabajo y, sobre todo, dirá no lo que el público espera o debe conocer, sino lo que el productor quiere escuchar. El riesgo que representa estar en una toma de rehenes donde puede intervenir incluso como mediador, aspirar el gas lacrimógeno que no esta destinado para él, el estar en un hotel que es bombardeado en un escenario de guerra, y por qué no la posibilidad de recibir uno que otro perdigón suelto, acaso un leñazo, lo convertirían automáticamente en noticia exclusiva y, a como se dan en México las cosas, seguramente le otorgarán el Premio Nacional de Periodismo o el reconocimiento, producto desde luego de arreglos furtivos, de una que otra efímera organización periodística.
Supe también que el periodismo movilero, al igual que la policía, está para detectar lo que se mueve, lo que se sale de su lugar, de lo común y de la corriente de las cosas. Pero a diferencia de la policía, el periodismo movilero se quedará prendido de lo que llama la atención, lo que sale a la superficie: los señuelos que suele tirar la propia policía. Allí donde la cosa se vuelve visible, atractiva aunque sospechosa, allí mismo se quedará el periodista pisando las imágenes, imprimiéndole un temperamento, pero también cargándolas de sentido común.
Supe muchas otras cosas más de esta forma de ejercer la noble tarea periodística, pero de lo que sí quedé convencido fue de que el periodismo movilero, a diferencia de la policía, no se mueve por los costados, por las regiones aledañas, sino que preferirá quedarse boyando en lo que no puede creer que sea de otra manera como él lo está viendo.
Mis apreciados lectores, el último juicio lo tienen ahora ustedes mismos.♦