[237] ETICA Y POLITICA
Parte 2
Felipe Díaz Garibay
Columna "Una voz en el silencio", semanario "Noticias Cuarto Poder" de Sahuayo, Michoacán, México, domingo 28 de febrero de 2016.
Me asiste la obligación de pedir a mis lectores una disculpa por la ausencia que he tenido en las últimas tres ediciones de este semanario; motivos mayores, y debo admitir que delicados, absorbieron por completo mi tiempo pero es un gran gusto poder estar de nueva cuenta en estas páginas.
Retomando el tema que nos ocupa en esta ocasión, había yo dicho en la primera parte de esta serie sobre ética y política que, de acuerdo con Aristóteles, existen diversas formar de gobierno como son la monarquía, la aristocracia o bien democracia cuando el rey, una minoría o una mayoría gobiernan para el conjunto y que a éstas se les considera formas naturales y que, sin embargo, existían otras consideradas como desnaturalizadas como lo son la tiranía, la oligarquía o la demagogia cuando un tirano, una minoría o una mayoría gobiernan para sí mismos.
Seguramente, por el tema que ahora trato, muchos se preguntarán cuáles son los factores que conducen a esa desnaturalización del propio Estado, es decir a un proceder éticamente negativo, inmoral, ilegítimo e ilegal. Y a este respecto yo rescato tres que son los que, fundamentalmente, provocan esa tendencia y que vienen a ser: a) el economicismo, b) la tentación del poder absoluto y c) la pérdida de un orden político.
Respecto al primero, el economicismo, hay que dejar claro que es un tipo de corrupción que se da siempre que el dinero ocupa un lugar preferencial en la escala de valores de una sociedad. Y lo cierto es que así parecen estar hoy las cosas en la mayoría de los países. Lo común es que un funcionario viole sus deberes de lealtad al pueblo por alguna condición económica, es decir, porque hay dinero de por medio y, desde luego, él provoca sus mayores tentaciones y desvaríos. A este respecto, hay que retomar lo que distingue Max Weber distinguió al tenor de considerar que entre los políticos hay quienes viven para la política y los que viven de la política. En el último caso, la ambición política deja de valer por sí misma y se rebaja al nivel de un valor instrumental al servicio del enriquecimiento y no para otro fin.
En el segundo factor, la tentación del poder absoluto, hay que decir que todo poder tiende a corromper; el poder absoluto corrompe absolutamente. Alguien que carece de una sensibilidad moral excepcional, y que no es sino una persona ordinaria, común y corriente, puede sucumbir frente a la tentación extraordinaria que surge de las inmensas posibilidades del poder, a menos que se la limite y se la controle.
En el tercero y último, la pérdida de un órden público, debo decir que bajo cualquier sistema político existe un orden político natural al cual la acción política debe sujetarse en aras de la estabilidad y el bienestar de la nación. El orden político es la única posibilidad de trabajar por el bien común. Su contraparte, el desorden político, implica el desquicio general de las funciones sociales, de modo que nadie trabaja en lo que le compete. Diría Dante: "Siempre la confusión de la persona es principio del mal de la ciudad".
Podemos, lógicamente, reducir los tres factores de desnaturalización del estado, anteriormente mencionados, a un solo eje fundamental: la conducta.
Según el diccionario de la lengua española, conducta, entre otras acepciones, es la manera con que los hombres gobiernan su vida y rigen sus acciones. Como ya sabemos, el hombre es un ser libre, capaz de autodeterminarse y que actúa según una elección; pero también hay que recordar que que la ética está compuesta por la moral, el derecho y los convencionalismos sociales.
Por lo tanto una conducta será éticamente positiva siempre que el hombre encamine su vida conforme a las costumbres sociales y normas jurídicas vigentes, y cuyos principios morales, que por naturaleza indican qué es lo bueno, no queden sólo en el campo de la abstracción o el conocimiento, sino que los concrete mediante su observancia. En resumen, será una conducta acorde a la ética aquella conducta virtuosa. La virtud es la disposición constante del alma a conducirse de acuerdo al bien y a evitar rigurosamente el mal. Pero hay que aclarar que las virtudes que hacen ética a una conducta, y que son además indispensables en un estado democrático, son las siguientes y no otras: Austeridad, que consiste en llevar una vida modesta y de probada honradez; Veracidad, virtud que nos conduce siempre a manifestar lo que creemos o pensamos; Lealtad, que nos obliga a ser fieles y rigurosos en el cumplimiento de los compromisos y obligaciones, en la correspondencia de afectos entre otros; Tolerancia, que no es otra cosa que el respeto y la consideración de las opiniones ajenas y no es aprobar el error, sino simplemente, la capacidad de convivir con lo diferente; Espíritu de Trabajo, que representa la inclinación a realizar con entusiasmo y eficacia los labores que se emprenden; Perseverancia, que es la firmeza en los propósitos o en la prosecución de algo que se ha comenzado; Caridad o Fraternidad, que consiste en considerar a nuestros semejantes como hermanos, es el amor al otro que se manifiesta mediante acciones de beneficencia y benevolencia; Patriotismo, que es el vínculo espiritual que nos une a la patria incondicionalmente y que se manifiesta sirviendo con amor y abnegación, alentando los ideales de la nación, reverenciando sus glorias, amando su tradición y respetando sus símbolos, y por último tenemos la Abnegación, que no es otra cosa que un sentimiento que nos mueve a dejar de lado nuestros propios afectos o intereses en servicio de la patria, para el bien de la comunidad en general, para el bien del otro.
Complicado entonces para quienes ejercen el poder público a la ligera. (Continuará)♦