Discursos

[22] Intervención en la ceremonia de presentación de su libro “Testamento Político. Notas para la Liberación del Mundo ”, dentro del Festival“ San Pedro 2004 ”.

 

Venustiano Carranza, Michoacán, México, sábado 26 de junio de 2004.

 

 

Vaya mi más profundo agradecimiento a todos los maestros del planeta, especialmente a quienes me han tenido que soportar en su clase a través de tantos años, los que están aquí y los que no, por todo eso que han sido capaces de darme en las aulas escolares; vaya el homenaje de este michoacano que reconoce que gracias a ustedes puedo vivir la extraordinaria emoción de este momento.

 

Honorable presidium;

 

Señores Presidentes Municipales;

 

Representantes de los Partidos Acción Nacional, Revolucionario Institucional, de la Revolución Democrática y Verde Ecologista de México y autoridades del Instituto Federal Electoral;

 

Señores representantes de mi Iglesia y otros credos religiosos;

 

Maestros, autoridades educativas y de centros de investigación;

 

Entrañable amigo, único maestro en el quirófano y primer maestro en política, Doctor Rafael Degollado Gómez;

 

Queridos familiares y amigos:

 

Quiero expresar a todos ustedes mi más profundo agradecimiento por honrar con su numerosa presencia esta ceremonia de presentación oficial de mi texto “Testamento Político. Notas para la Liberación del Mundo ”. Es una verdadera fortuna compartir con ustedes este momento, lejos de los rencores y del vilipendio, de la acción hiriente de la maldad, la diatriba y la discriminación; lejos de la frustración, los complejos y las limitaciones irremediables que albergan en su corazón y en su quienes tienen como banderas el odio, el ruido y la agresión.

 

Qué enorme es para mí estar hoy mi pueblo, con los míos, con quienes han sido testigos de mis prisas, de mis sueños, de mis afanes, de la expresión de mis causas, de mis inevitables dolores, de mis caídas y de mi gana de vivir la vida con pasión e intensidad.

 

San Pedro Caro, pueblo querido, qué extraordinaria bendición es para mí estar contigo esta noche, en la que dejo el testimonio de mi ir y venir por la vida, por el mundo y por múltiples espacios de reflexión que me condujeron a convencerme de que en pleno proceso de la era globalizadora y de relaciones internacionales del Siglo XXI, la humanidad enfrenta el deber perentorio de prevalecer sobre un gran número de impedimentos difíciles hacia nuevos esquemas de convivencia y hacia la paz mundial; es ésa, la motivación que me indujo, hace ya casi diez años, a iniciar la estructuración de este documento que es, por sí mismo, mi propia visión del mundo.

 

Una visión que se deriva de las concepciones sobre las verdades universales que traen consigo un mundo dual, polarizado y maniqueo, que ha sido capaz de dividirse, en aras de las líneas contrapuestas, materialismo e idealismo, en la concepción, manejo y percepción de sí mismo.

 

Una visión que manifiesta mi profunda preocupación por encontrar las explicaciones necesarias y suficientes para que la búsqueda de las verdades, motivo propio de grandes desvelos, quedara satisfecha en la explicación de una relatividad que me ha dejado convencido de que las grandes verdades que rigen la creación deben ser secreto reservado que solo habrá de compartir, quien las posee, con el maestro o el discípulo cuando se presenten, de lo contrario nuevamente se levantarían las voces de las multitudes pidiendo crucifixiones.

 

Relatividad de las verdades conocidas versus relatividad de las creencias, será la imperecedera variable, el paradigma inevitable con el que el hombre caminará a través de los tiempos en esa ansiedad de conocerse a sí mismo.

 

En ese marisma de ideas, convicciones, intereses y hegemonías, el concepto de Estado ha marcado la esencia del pensamiento político a través de los tiempos; ha sido la esencia de la discusión de la Ciencia Política y también la pauta en un manejo del mundo que ampara grandes equivocaciones y desvaríos: hegemonías, someimientos cubiertos por el velo de la conquista, procesos, formas y reformas, coincidencias, divergencias, aciertos, desaciertos y discusiones que han pretendido esclarecer los sentidos de las formas de gobernar.

 

De San Agustín y Santo Tomás de Aquino a Georges Burdeaux y Norberto Bobbio, el Estado ha sido el eje sobre el que gira, prácticamente, la visión sobre todo lo político; grandes pruebas ha tenido que enfrentar y la ineficacia que hoy observa es producto de ese funcionamiento que lo ha alejado, en demasía ya, del hombre mismo; el Estado es hoy, una estructura que se le ha escapado a los ciudadanos por lo que resulta exigible que éste sea ya recuperado por ellos. La magnitud de estos retos hace indispensable retomar una actitud política de apertura, alejada de los estériles dogmatismos y cerrazones, ella representa el escenario obligado donde el tema de la Reforma del Estado es un asunto nodal, porque ésta representa, fundamentalmente, el replanteamiento de su Funcionamiento.

 

La Reforma del Estado, para ser lo que pretende, debe considerar la visión íntegra de sus alcances y multas en cuatro dimensiones que requieren atención inmediata: la política, para impulsar un reencuentro del Estado con la sociedad; la administrativa para responder, con eficiencia y eficacia a las expectativas de una sociedad cada vez más demandante; la económica, para establecer líneas que permitirán una distribución más equitativa de la riqueza; y, la social, para generar oportunidades reales de progreso en la población a través de una política social que trascienda la visión asistencialista.

 

Ya no hay cabida para Estados populistas, paternalistas o interventores. Los nuevos tiempos reclaman Estados modernos, delgados pero eficientes y con capacidad política para atender las demandas de una sociedad mejor informada y más dispuesta a incorporarse a las tareas transformadoras de los países del mundo; es ése el perfil del Estado al que aspiran, legítimamente, las sociedades modernas, más aún si están incluidos son plurales y tolerantes como la mexicana.

 

Las nuevas relaciones Estado-ciudadano, ciudadano-Administración Pública, deben darse en el marco de un proceso de re-evolución constante, capaz de producir un nuevo concepto de hombre, que devenga en la más profunda revolución de todos los tiempos y que sea capaz , a su vez, de restituir a éste, al ciudadano entonces, el valor que le fue arrebatado y forjar con ello al ciudadano del nuevo siglo, de ése que precisa el mundo para recibir y enfrentar el impredecible futuro que nos aguarda, alejado de concepciones virtuales o mercantilistas y sí sustentado en los cambios de actitudes y aptitudes, bajo nuevas concepciones del ciudadano, del estado y de lo eminentemente público.

 

Hoy, como en antaño, el mundo enfrenta problemas con connotaciones diversas; el terrorismo se entiende como una vía que se exalta con alarmante vehemencia para la solución de los conflictos; la diplomacia ha sido desplazada por formas cada vez más sofisticadas de demostrar el poderío y el afán de dominio en las que, desde luego, el soldado ratifica su posición fundamental.

 

El genocidio, que pareció haber sido superado a mediados del siglo pasado ha cobrado nuevamente vigencia, en otros tiempos y en espacios diversos también: lo vivimos en las atrocidades que cometen los actores, lo mismo en Irak que en Afganistán, donde no importan los fines ni los medios, donde solo vale aniquilar a los ciudadanos que no aceptan convertirse en esclavos y vasallos de los imperios sanguinarios, y donde, por otro lado, sólo cuenta cobrar el saldo de una venganza producto, por cierto, de una resistencia legítima.

 

Y lo vivimos también en otros entornos donde cobra, indudablemente, la máxima expresión por sus efectos: en la manipulación informativa, en la confección de leyes antisociales, en el terrorismo judicial, en las enormes corrupciones que el poder político neoliberal alimenta y favorece, en la explotación laboral, en la transgresión del derecho elemental y libertad humana, en la discriminación aberrante en cualesquiera de sus manifestaciones, en el silencio cotidiano ante las injusticias contra las mayorías silenciosas.

 

No me cansaré de repetir, como lo he hecho ya en otros foros, que en estos momentos, la apreciación de la realidad actual debe enriquecerse y ampliarse exigiéndonos una rigurosa interpretación de la crisis contemporánea.

 

Una crisis que ha hecho del mundo actual un agar sembrado de inconformidad y divergencias donde, en efecto, entre lo dicho y lo hecho existen vacíos abismales.

 

Una crisis que ante su configuración, enmarcada en la equivocación y el desaliento, sólo espera ya la dura e inequívoca manifestación de la historia.

 

Una crisis que descubre gobiernos ciegos e ignorantes que bien prefieren poner, como alguna vez lo dije, debajo del dosel la soberbia y entre prisiones la humildad; que lisonjean y aplauden el vicio, desprecian y denigran la virtud; a la culpa la colocan en el trono, ya la inocencia apremian en la cadena; a la ignorancia autorizan, a la sabiduría desacreditan.

 

Una crisis que replantea desde Maidanek, Treblinka y Buchenwald los horrores de la muerte en aras de la locura demoníaca de poder; que presupone, desde Hiroshima, la posibilidad y la probabilidad de la destrucción de la vida; que plantea, desde Nagasaki, el sometimiento de la ciencia a la destrucción; que corrobora desde Bosnia-Herzegovina el desaliento humano; que demuestra, desde Zaire y Somalia, el imperio de la carencia de valores; que nos reitera desde Nueva York y Madrid, el grado de desquiciamiento humano; que nos recalca desde Afganistán e Irak la urgencia de transformar al mundo.

 

Una crisis que, desde nuestro propio país, con la trifulca, escándalos, sinrazones, frivolidades y desarraigados espectáculos de muchos de sus actores políticos, que con la carencia de acuerdos legislativos y reformas estructurales, que con gritos y querellas como nueva forma de diálogo político , nos confirma el agotamiento de la política.

 

En conclusión, una crisis que nos exige, ya, darlo todo por la paz y la transformación del mundo.

 

Hoy, es necesario buscar los fines más nobles de la actividad política y sobre ellos trazar los nuevos proyectos, aquéllos que restituyan al individuo la dignidad suficiente y necesario para atraer, a este nuevo siglo, nuevos esquemas de convivencia, empresa en la que alta es la responsabilidad de los partidos y organizaciones políticas; ellos deben responder a la expectativa ciudadana; responder con hechos a quienes con ilusiones han llevado a sus filas; pagar con entrega a quienes han depositado, razonadamente o por la disciplina cautiva característica de la monarquía electiva, el voto a su favor en esa renovación permanente que se hace del contrato social a través de las urnas.

 

Los procesos electorales son, así, el escenario que debe someterse a la mayor de las pruebas: dar vigencia a la vida democrática encauzada por sendas de auténtica renovación, en la que los partidos se conviertan, lejos de los tabúes de siglas, colores y “ bancadas ”, en entes capaces de llevar a cabo un efecto la noble tarea de la representación en su cabal connotación; de rescatar la credibilidad social perdida; de transformar y modernizar no sólo sus estructuras sino, también, sus principios, plataformas electorales y programas de acción, en profundo apego a la realidad que viven y que ellos, en tanto protagonistas de la vida política, provocan día con día; ellos deben centrar su acción en sus objetivos y permitir al ciudadano, es decir a su militante, que sea él mismo quien intervenga directamente en el quehacer fundamental que le es propio.

 

Una democracia no funciona si no puede decidir, y para que una democracia pueda decidir es menester construir precisamente mayorías; pero si un sistema político no es capaz de generar los incentivos necesarios para la construcción de esas mayorías, la democracia se vuelve ineficaz y la clase política pierde credibilidad, pierde valor y autoridad moral; pero lo más importante y grave de todo es que todo el sistema democrático y el de libertades pierde crédito, esencia y sentido.

 

Ante las equivocaciones de las mayorías, porque suceden, ante la carencia de expectativas implementadas solamente en siglas y en la falsedad de ciertos principios y plataformas, el hombre no debe darse por vencido; queda en él la enorme posibilidad de pensar libremente, de concebir nuevas líneas de pensamiento acordes a los tiempos que vivimos. Pensar con libertad, significa vivir en ella y actuar, en consecuencia, en ella; ése es el reto, ésa es mi máxima.

 

Libre Pensamiento, no es anarquía ni desobediencia, es convivir con las órdenes establecidas; también es trascender en el espíritu; es tener la fortaleza para enfrentar la vida y llegar al final de su trayecto con la certeza de poder decir: he cumplido; es tener la rabia y el valor para vivir siendo, por siempre y ante todo, nosotros mismos en este, aunque doloroso, hermoso trance que es la vida y que constituye el flujo de los ciclos, en efecto, la verdadera Historia sin Fin; estar seguros del líder potencial que duerme dentro de nosotros mismos; es mirar al mundo a pesar de sus desigualdades e injusticias, de sus guerras y sus paces, de sus amores y sus odios, de sus tristezas y alegrías, con calma y ojos serenos, seguros de que no estamos solos,

 

Quien tenga oídos que oiga.