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[219] LA CARENCIA DE VALORES Y LA RESPONSABILIDAD PERDIDA

 

Felipe Díaz Garibay

 

Columna "Una voz en el silencio", semanario "Noticias Cuarto Poder" de Sahuayo, Michoacán, México, domingo 6 de septiembre de 2015.

 

 

 

El actual desenvolvimiento de la sociedad mundial en que vivimos, con características muy peculiares, nos hace reflexionar sobre un tema que poco se ha atendido y, antes por el contrario, se ha estimulado aún más ante la carencia de nuevas líneas de formación que permitan esas nuevas formas de creer que hagan posibles las nuevas formas de actuar. Y me refiero a la pérdida de los valores.

 

En nuestros días, la práctica de valores, tan vital para la convivencia social, parecen ser parte del pasado. La famosa y multicitada, aún por los sepulcros blanqueados aclaro, “decencia”, el sano entretenimiento, la voluntad de servir, la honestidad, pero sobre todo el respeto a la persona humana son en nuestros tiempos términos prácticamente desconocidos, estamos inmersos en una sociedad formada por una generación adulta, y esas etapas tan importantes en el desarrollo humano relativas a la formación de símbolos, parecen haberse diluido.

 

Hoy por hoy el comportamiento de  los jóvenes está sujeto a una ola gigantesca promotora de antivalores, en la que sobresalen dos entornos importantes: la familia y los medios de comunicación. Ello constituye un grave problema pues los padres de hoy, por sus múltiples ocupaciones, dejan la educación de sus hijos en manos de la televisión por ejemplo, misma que lejos de formarles conciencia de clase o conciencia social sobre les representa un entorno que no les forma o les forma mal para poder interactuar dentro de la modernidad que exigen las sociedades presentes.

 

Me queda claro que las llamadas “buenas costumbres” han estado presentes en todos los tiempos y en todas las sociedades de acuerdo al concepto y modos de convivencia que se tengan arraigados en los distintos entornos sociales; desafortunadamente los espacios formativos en manos de padres de familia, directores, maestros, iglesias, no han puesto y no ponen su mejor esfuerzo para cambiar el estado de cosas; por el contrario, y desde mi muy particular punto de vista, dejan mucho que desear.

 

El grave problema de los antivalores, practicado por la gran mayoría de las sociedades, es cada vez más grave y no quiero verme alarmista pero es una ola que, siendo franco, parece que ya no se puede detener, nadie quiere los compromisos e incluso la evasiva existe en los propios senos familiares pues tenemos, en definitiva, un porcentaje muy elevado de padres que no han sido formados para ser tales, no están identificados con el compromiso de formar a sus hijos y de hacerles ciudadanos de bien.

 

Y el desgaste que provocan los antivalores empieza justo en las etapas iniciales de la vida de un ser humano, en esa etapa en que debieran forjárseles los símbolos elementales a los infantes sucede que los niños han olvidado los juegos de grupo, ahora juegan solos, se han convertido en “juegos individuales”, con videos, se perdió la convivencia y socialización; en nuestros días el niño llega a su casa y no encuentra a nadie, enciende la televisión y lo que ve es el uso de droga, programas donde se exalta la promoción de los antivalores, infidelidad, adulterio, engaños, deshonestidad, groserías, erotismo y recetas para “vivir mejor” que en nada corresponden a nuestros reales esquemas sociales.

 

Pero ese es el proceso de cambio de una generación y bien se festeja, bien se acepta bien se vive y se asume como el mejor pues responde a la “modernidad” sin percatarse que muchas de las modas actuales constituyen fatales anacronismos.

 

Lejos de una actitud mojigata, como quizás muchos podrán llamar al estar leyendo o terminar de leer esta colaboración en un medio que hoy inicia una aventura comunicacional que seguramente habrá de rendir importantes frutos en la creación de conciencia social –al menos eso espero-, debo dejar claro que en la actualidad es notoria la existencia de una cultura antivalores en todos los órdenes, en la que se proyecta como “normal” la libertad de hacer lo que se quiera.

 

Sin duda la situación que arrastra a alguien a hacer lo que quiere, porque finalmente disfruta de determinadas libertades, tiene una gran influencia en el proceso de moldear la conducta de los hijos, pero que quede claro que los padres no pueden eludir su cuota de responsabilidad; parecen haber olvidado, aunque yo más bien creo desconocen, que los valores que inculque la familia juegan un papel trascendental y constituyen la base para comenzar a forjar un esquema cultural sólido y de respeto para la sociedad.

 

Pero esta responsabilidad no es exclusiva de la familia. El sistema educativo, con una política clara, centralizada, que se distribuya a todos los integrantes del núcleo familiar, debe ser el puente para que, a través de directivos y profesores, otorgue las herramientas para que en el futuro puedan discernir entre lo moralmente correcto y lo que no es.

 

Desafortunadamente ni hay programas educativos de gran alcance y si los hubiera desde la familia se forjan ya esquemas que en nada aportan a que los educandos puedan asimilar de manera correcta y exacta lo que a través de los libros se les pretendiera enseñar.

 

¿Y qué decir de los medios de comunicación? En realidad hoy por hoy se nos presenta el enorme problema de que sus contenidos no solamente son inmorales en su mayoría sino que, además, dañan a la institución de la familia y a la cultura misma. Pero no necesariamente es culpa sólo de la televisión, las revistas, magazines, periódicos, páginas web o productos musicales o cinematográficos, gran parte de la culpa la tienen las agencias de publicidad, los patrocinadores y, por supuesto, el público que se deleita en telenovelas, canciones, películas, publicaciones y programas procaces, vulgares y ofensivos al pudor y a la ética más elemental; las palabras soeces que en otro tiempo estaban prohibidas en la televisión y que se ocultaban con un pequeño ruido indicando que no era lícito transmitirlas, ahora se pronuncian en alta voz en horarios donde aún hay presencia infantil y con el absoluto beneplácito de los padres de familia sobre todo cuando escuchan que sus pequeños han repetido y declamado muy bien lo dicho en esas transmisiones.

 

Me queda totalmente claro, entonces, que en el actual proceso de degradación que se vive a interior de infinidad de sociedades del mundo, realidad en la que México ocupa uno de los primeros lugares, tiene raíz en la terrible pérdida de valores, en el  no saber distinguir entre el bien y el mal y en buscar pervertirlo todo.

 

Las sociedades están perdiendo rumbo, y yo sólo quiero ahora formularles una pregunta a quienes se hayan tomado la molestia de leerme: ¿qué tanto estamos dispuestos a aportar el mínimo esfuerzo para detener tan grave proceso? O, en definitiva, ¿estamos dispuestos a ser un día ya no lejano solamente seres que divagan en un mundo deshecho y arrastrando rasgos dolorosos de una conciencia y un raciocinio que nunca fuimos capaces de usar para inducir las grandes transformaciones?

 

Se los dejo de tarea, yo por ahora debo irme. Nos vemos la próxima semana con la infinita Gracia de Dios.