[217] LOS PARTIDOS POLITICOS Y SUS INAMOVIBLES ESQUEMAS
Felipe Díaz Garibay
Columna "Ventanas al Pensamiento", semanario "Vox Populi" de Sahuayo, Michoacán, México, domingo 8 de febrero de 2015.
Nadie puede negar y ocultar que en la actualidad varias naciones enfrentan ya problemas de ingobernabilidad; seguramente en muchas de ellas el asunto electoral y partidista tiene mucho que ver, así como el trastocamiento de los más elementales derechos humanos. El problema de la democracia lacera ya el desenvolvimiento humano como tal vez no en otros tiempos, y lo es así porque la democracia exige entornos donde la libertad, la igualdad y la dignidad del individuo deben estar aseguradas y plenamente garantizadas.
La democracia se manifiesta precisamente en el libre ejercicio de las ideas. La dialéctica política implica necesariamente la contradicción, la contraposición de factores que determinen el progreso cultural de los pueblos, que comprende la vocación innata de los hombres a participar activamente en las cuestiones que atañen al grupo en las mil y una formas que la convivencia humana trae consigo y, muy especialmente, en la organización política con base en los partidos formados para la lucha franca, leal y permanente por el poder.
En nuestros tiempos debemos aceptar que más importante que disentir sobre la democracia es hacerla, y justamente en ese proceso hacedor de la democracia los partidos políticos del mundo entero lo tienen todo: la responsabilidad de practicarla, el compromiso de exigirla, la oportunidad de vivirla y, lo que es más, el deber de ofrecerla y respetar sus legítimos fines.
Nada más triste hay en el terreno del partidismo se pierda el sentido real de su esencia, esto es que llegue a confundir sus tácticas, principios y convicciones doctrinales alejándose del espíritu que da origen a un determinado partido político. Una de las peores causas del debilitamiento de muchos partidos en el mundo es precisamente la práctica antidemocrática en su interior, cuando los líderes son incapaces de atender a su base y solamente la utilizan cuando mejor les viene en gana, y la mejor ocasión de ello es cuando se trata de acudir a las urnas, bien sea en un proceso interno o externo o, en su defecto, a un acto público con el que se pretenda impactar a los opositores.
Muchos partidos, en todos los continentes y de todas las formaciones ideológicas, sobre todo en países como los latinoamericanos, han caído en serios vicios que podemos clasificarlos en dos vertientes, ambas decisivas en el proceso de debilitamiento de los partidos y, por ende, de las propias instituciones políticas de estas naciones: su incursión en el campo de la Administración Pública, donde se dan todos los esquemas de corruptelas habidos y por haber, y la falta de comunicación de la dirigencia con las bases.
Parece natural que el sistema de partidos ha tenido y tiene influencia decisiva tanto en la estructura como en el funcionamiento de la Administración Pública sobre todo en aquéllos sistemas de partido único o de partido dominante; en términos generales lo que sucede es muy sencillo: en los sistemas que se dicen democráticos y además multipartidistas, la preeminencia de los partidos políticos en el funcionamiento de la Administración Pública ha conducido al denominado "sistema de botín", según el cual el partido político triunfante en las elecciones toma posesión de los diversos cargos y posiciones administrativas desplazando a funcionarios de partidos perdedores; esto ha provocado un alto grado de ineficiencia administrativa por la lógica inestabilidad de los cuadros; países como México están un poco peor, pues el movimiento descrito se da incluso en el seno de un mismo partido político donde, aunque con una misma "línea", se siguen diferentes direcciones, un tanto se hace honor a las condiciones presupuestas en la teoría del realismo político, ¿los resultados?, imaginémoslos.
En muchos regímenes democráticos del mundo, especial referencia se ha hecho respecto del papel de los partidos políticos con relación a la corrupción administrativa; lo bueno e interesante del asunto es que precisamente éstos han sido, muchas veces, agentes directos o indirectos de corrupción incluso aquéllos que hacen alarde o de experiencia o de pureza doctrinaria, conozco infinidad de casos.
En efecto, en muchos países se ha generalizado la práctica de las "comisiones para el partido" como consecuencia de la gestión de los asuntos públicos, lo cual ha traído como efecto el establecimiento de una especie de contribución al partido que controla el gobierno, con ocasión de contratos de obras públicas o de suministros. Aun cuando esta práctica es tan delictiva como las comisiones pagadas a gestores particulares con perjuicio para la administración, la práctica política ha tendido a no condenarla por ser un medio de supervivencia económica de los partidos o de financiamiento, por ejemplo, de campañas electorales. Los partidos políticos han actuado, así, como agentes directos de la corrupción administrativa.
Pero en otras ocasiones los partidos han servido como agentes indirectos de la corrupción al no sancionar o hacer que se sancione a aquéllos que atentan contra la cosa pública en cualquier orden o circunstancia. Los partidos, al proteger a sus funcionarios, irresponsables o deshonestos, han hecho perder la credibilidad en ellos, incluso de sus mismas bases. Por otra parte, la práctica incontrolada del financiamiento de las campañas políticas de los partidos mediante la recepción de aportes económicos de empresas y particulares, trae consigo el desarrollo del sistema de contraprestación a quienes han contribuido mediante el otorgamiento de privilegios, favores o contratos públicos particularmente beneficiosos, todo con la anuencia de los partidos aún en lo más inimaginable, acusan a los contrarios por haber perdido una aguja pero ellos encubren rosarios de impunidad sin el menor empacho.
Decir que una institución es corrupta no significa que se dedique a la extorsión o a las famosas “mordidas”; “significa, también, que está dispuesta a torcer procedimientos, cambiar disposiciones y encubrir a otros corruptos si con ello llega a obtener después una ganancia.
De esta manera, señalar a los partidos políticos como las instituciones más corruptas en un país corrupto quiere decir, por una parte, que la ciudadanía está claramente consciente de que la lucha electoral dista mucho de ser realmente limpia ya que todos los partidos están dispuestos, hasta donde pueden, a realizar cuantas chicanas y enjuagues les sean posibles. Por otra parte, quiere decir que la ciudadanía ve con seria desconfianza al proceso legislativo y, en consecuencia, que tiene muy serias dudas de que las leyes que llegan a promulgarse hayan sido hechas pensando en el beneficio colectivo y no en las ventajas y privilegios partidistas.
Ambos factores, en nuestros días, desembocan en un punto inevitable: la gente no tiene confianza alguna en sus partidos.
Y para el caso concreto de México, país con una especial conceptualización del partidismo, el hecho plantea un problema grave: ¿Qué podemos hacer para limpiar a los partidos y quitarles lo corrupto? ¿No sería bueno empezar por quitarles el presupuesto que tan generosamente se les otorga también a través de una organización que aunque haya cambiado de nombre deja mucho que decir como lo es el INE?
Digo, si no sirven ¿por qué patrocinarlos?.
Y digo también, si el sistema de partidos es ya infuncional en nuestros días ¿para qué seguir cargando al erario público sus existencias? Es un tanto como obligar a que el pueblo mexicano siga besando los pies de sus propios verdugos.
Hasta la próxima si la Gracia de Dios me lo permite.♦