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[216] LA CARENCIA DE VALORES EN LAS SOCIEDADES CONTEMPORANEAS

 

Felipe Díaz Garibay

 

Columna "Ventanas al Pensamiento", semanario "Vox Populi" de Sahuayo, Michoacán, México, domingo 21 de diciembre de 2014.

 

 

 

Dentro de las sociedades contemporáneas, que pretenden ser democráticas, abiertas y plurales, existen grupos, no necesariamente quienes detentan el poder público, que se caracterizan por mantener un especial interés en cimentar en sus ciudadanos valores que tiendan cada día a fortalecer y a consolidar el funcionamiento democrático de sus instituciones. Su propósito claro y definido, consiste en elevar los niveles de satisfacción personal y colectivo de su ciudadanía, contribuyendo así a la dignificación progresiva de los mismos, incrementando a la vez, sus niveles de felicidad y, por tanto, de vida en mejores condiciones.

 

Desde esta perspectiva, las constituciones estatales de esas sociedades están inspiradas, inequívocamente, en la carta universal de los derechos humanos, como una forma de garantizar a sus ciudadanos, unos derechos individuales que les permitan tener acceso a una vida digna en un estado de bienestar satisfactorio. En este sentido, la carta de los derechos humanos enfatiza el derecho y protección de la vida personal, las garantías de las libertades individuales, la igualdad de los ciudadanos y ciudadanas en dignidad, y ante la ley y la justicia, el acceso de los individuos a derechos sociales y económicos, su participación en los procesos políticos, la protección del Estado a los ciudadanos cuya condición natural o adquirida les impida competir en igualdad de condiciones con los demás. Todos estos derechos que los diferentes estados de las sociedades abiertas y plurales deben garantizar a sus ciudadanos, se inscriben dentro de un orden social internacional a fin de mantener la eficacia y el goce de los mismos pero sobre todo para que allende las fronteras nacionales se sepa en que en ellos existen condiciones que hacen posible la sana convivencia y el respeto a la dignidad de la persona humana.

 

Pero es necesario partir de la consideración que el respeto y protección de los derechos humanos exigen de un rediseño de los esquemas educativos y de los valores que ellos mismos promueven. Esta es una perspectiva reivindicada a nivel mundial; parece ser que los movimientos que acontecen en un mundo cada día más universalizado y complejo, amenazado por riesgos globales, y el incremento galopante de las desigualdades socioeconómicas entre naciones ricas y pobres, como también en el plano contextual, requieren de una reorientación de los valores que permita fortalecer la justicia, la paz, y la solidaridad, para el mantenimiento de la armonía en el conjunto de las distintas naciones.

 

En este marco de ideas, se le otorga a la educación el papel estelar que justamente ésta juega en la formación de esos nuevos valores.

 

Esta nueva visión del mundo, producto del sin fin de nuevas relaciones que impone ya el propio sistema internacional, está repercutiendo favorablemente en el plano educativo pues parece ser que no se tendrá una sociedad de cultura democrática, de justicia social y en consecuencia, de una ciudadanía satisfecha, con mejores niveles de vida, si esta cultura no es defendida, asumida y procesada en la escuela, en el marco de los valores de dignificación y convivencia humana; lo que es mejor aún, vale reconocer que es en las edades tempranas y justamente desde las aulas donde se habrán de crear los nuevos ciudadanos, sólo desde ahí será posible inducir a lo que yo siempre he llamado “esas nuevas formas de creer que hagan posibles las nuevas formas de actuar”.

 

El desarrollo y el cultivo de valores democráticos se convierten, entonces, en una necesidad, un derecho y una obligación de todas las instituciones de la sociedad que se dedican a la formación de la ciudadanía.

 

Hoy en día las nuevas generaciones incurren en conductas que antes eran impensables; de pronto parece que asistimos a una época donde la problemática fundamental de la humanidad no es sólo la carencia de valores sino que los jóvenes de hoy viven felizmente en ese esquema, lo promueven y, por razones obvias lo defienden y siguen como moda. En este orden de ideas, la falta de valores hace que los de hoy consideren mérito ganar trabajando lo menos posible o sin hacer nada inclusive. A no muchos les preocupa la calidad del trabajo, no sólo en el sector público, inclusive en el privado lo importante es la remuneración, así sea sin servir ni atender bien. La puntualidad, señal de buena formación, elegancia y respeto, es algo pasado de moda y, bueno, amén de considerar las buenas formas que, al final de cuentas, definen los buenos o malos fondos.

 

La corrupción aparece entonces como la bandera de lucha que prima por sobre las relaciones sociales; ésta aparece imbatible pues a las nuevas generaciones se les enseña que es la posesión de enormes cantidades de dinero el bien fundamental del ser y de la familia. Y tenemos que hoy por hoy no ha habido gobierno libre de esta lacra por la que se pierden los recursos económicos que debieron servir para la salud pública, las vías de comunicación, la seguridad social, la alimentación y educación de nuestros niños y jóvenes. La corrupción hace que se considere personas valiosas a quienes adquieren riqueza de manera inmoral. Es el peor mal ejemplo para las generaciones jóvenes que, desde el hogar frecuentemente, aprenden a obtener mucho dinero sólo gracias a la viveza y el oportunismo.

 

La corrupción se establece desde el sistema educativo, y desde el seno familiar, que permite la promoción de estudiantes que saben cada vez menos gracias a sus trampas, a la irresponsabilidad de los docentes, cuando no merced a vinculaciones políticas.

 

Los políticos consideran como meta fundamental el triunfo electoral y no la contribución necesaria para la solución de los problemas del Estado o de un gobierno que no sea el suyo. Ningún político, gobernantes incluidos, dialoga con el ánimo de ceder en caso necesario; todos quieren imponer sus tesis, sus visiones y sus propias formas de resolverlo todo.

 

En gran parte la carencia de valores se debe a niveles culturales francamente deficientes; a una educación con falta de instrucción ética; al mal ejemplo en la familia, en la sociedad.

 

La prensa hace mal cuando confiere mucha importancia a políticos descalificados y ladrones.

 

Es indispensable inculcar en la juventud valores como la puntualidad, la curiosidad científica, el orgullo de realizar a conciencia las tareas encomendadas, la honestidad pública y privada y el saber que la riqueza material es deseable sólo si se la consigue por medios lícitos.

 

Es momento de ir más allá del modelo de sociedad que hemos asumido. Un modelo incapaz de detener el avance galopante, la diversificación y globalización de la violencia en el mundo. Un modelo que ha extremado los niveles de intolerancia y de insatisfacción en una parte muy importante de la sociedad mundial. Ha llegado la hora de trascender los estereotipos sesgados centrados en causas particulares, nacionales o regionales.

 

Ha llegado el momento de no ser indiferente a los gritos de justicia de diferentes grupos, sociedades y culturas enteras que malviven en este mundo. Un mundo en el cual supuestamente escasean los recursos materiales, pero que se mueve en función del derroche en los países catalogados como desarrollados y la escasez y carencia en los que están en vía de desarrollo.

 

Es la hora de la solidaridad, de trascender el actual modelo de convivencia y de desarrollo, es el momento de ir más allá de los principios de justicia que gobiernan el mundo. La globalización de las condiciones sociales que exige la dignidad humana para su desarrollo pleno, no se deja esperar. Sin embargo, es necesario adverir que este nuevo escenario no sólo necesita de una voluntad política global, sino que también de un esfuerzo local tenaz en la educación solidaria para una ciudadanía verdaderamente universal.