Publicaciones

[213] EL ENTORNO DE LA VERDADERA PAZ

 

Felipe Díaz Garibay

 

Columna "Ventanas al Pensamiento", semanario "Vox Populi" de Sahuayo, Michoacán, México, domingo 23 de noviembre de 2014.

 

 

 

Hace ya algunos años, en una de mis colaboraciones en otro de los semanarios de circulación en nuestra región referí el tema de la paz desde la perspectiva del seno familiar, y en él pude dejar claro que es al interior de éste donde se forjan los buenos y malos modelos de seres humanos y, por ende, los buenos y malos modelos sociales.

 

Está de más hacer una descripción detallada de lo que hoy acontece no sólo en México sino en muchos países del mundo al tenor de los resultados que trae consigo la terrible descomposición social en que se encuentran insertos. Pero sí es mi interés retomar en su totalidad los conceptos vertidos en aquélla ocasión por considerarlos de absoluta vigencia.

 

Esa vez, citaba yo a Eleanor Roosevelt quien una vez señaló, cito: “¿Dónde comienzan los Derechos Humanos después de todo? En lugares pequeños, cercanos a la casa; tan cercanos y tan pequeños que no están registrados en ningún mapa del mundo... Sin embargo, estos lugares constituyen el mundo de las personas individuales, el vecindario, donde ellas viven, la escuela o universidad en las cuales ellas estudian y trabajan. Esos son los lugares donde cada hombre, cada mujer o cada niño busca igualdad en la justicia, igualdad de oportunidades, igualdad en la dignidad, sin discriminación alguna. A no ser que esos derechos tengan verdadera validez en esos lugares, será difícil que lo tengan en otros. Sin la acción preocupada y comprometedora de los ciudadanos de mantener esos derechos cerca de casa, será en vano buscar indicios de progreso en un mundo más amplio.” 

 

La intención de esta cita fue traer la atención sobre la importancia de vivir los derechos humanos no como un discurso, sino en la vida cotidiana, es decir en los espacios y relaciones que conforman nuestro ambiente y relaciones diarias.  No podemos vivir en Paz mientras nuestros niños sufren en sus casas la más cruel violación a uno de los derechos humanos más importantes, el derecho de vivir y crecer sintiéndose seguros y protegidos.  Más aún, nunca alcanzaremos la paz que actualmente el mundo anhela, si no criamos niños y niñas que sean modelos de esa paz, seres humanos sensibles, responsables y respetuosos de los derechos de los demás. 

 

La violencia familiar y el maltrato a menores constituyen claras violaciones de los derechos humanos; porque violan los principios fundamentales de la sociedad: la dignidad, y autonomía de las personas.  La violencia y el maltrato a menores son la negación total de los derechos humanos de las personas, que imposibilita su desarrollo.

 

¿Qué modelaje y socialización reciben y aprenden los niños y las niñas en sus hogares, en sus familias, en casa? 

 

Las imágenes que vemos en los periódicos y los noticiarios no son precisamente muestras de relaciones familiares felices: “Confiesa asesinato de su propia hija”, “Tras las rejas pareja acusada de matar menor a golpes”, entre muchos otros.   Malos tratos, golpes, gritos, amenazas, insultos, negligencia, incesto y hasta la muerte, son algunas de las expresiones de violencia que viven nuestros/as niños en sus hogares.  Hechos e imágenes llenas de dolor y de gran inseguridad que se viven a diario dentro de las mismas familias, que son la base de nuestras sociedades. 

 

La familia, lejos de ser un ente de convivencia armónica que fomente el desarrollo personal y colectivo, se torna así en un infierno de limitaciones para el crecimiento humano. Una familia frágil y violenta que no promueve el aprendizaje de valores de convivencia respetuosa y democrática.  Difícil de imaginar que en ambientes así, donde los conflictos se resuelven por la vía de la fuerza y abuso de poder, las personas puedan sentirse seguras.

 

Sería injusto ver las familias como pequeñas islas aisladas de la realidad en el contexto social. Las familias son más bien el reflejo en lo micro de lo que ocurre en sus alrededores a lo macro. Un contexto donde impera la inseguridad en muchos planos: económico, político, ambiental, social.

 

Las familias se encuentran inmersas en un contexto marcado por limitaciones económicas, exclusión social, falta de oportunidades, racismo, vulnerabilidad ambiental, en una cultura de autoritarismo donde se acostumbra resolver los conflictos por la vía impositiva y violenta; de negación y violación a los derechos humanos, de forma diversa y en diversos espacios.

 

Este ambiente social de desigualdad, violencias múltiples y de inseguridad, quiebra la confianza de las personas en sí mismas y entre las personas, y hacia el colectivo, es evidente y el crudo resultado inevitable; impide el reconocimiento del uno en el otro como humano. Al quebrarse el proyecto colectivo de sociedad; se vuelve sumamente frágil y, desde luego, defensiva la convivencia.

 

Todas las frustraciones, presiones, desigualdades, del día a día, de los meses, de los años buscan una válvula de escape. Al no haber aprendido a manejar los conflictos de manera positiva en la familia, en casa, en la escuela, en la sociedad; la violencia se dirige al más vulnerable dentro del espacio privado. Se da la cadena de la”patada hacia abajo”: el jefe explota al empleado; este reclama a su mujer; la mujer se desquita con los hijos; los hijos patean al perro y éste se refugia con el rabo entre las patas.

 

La actitud autoritaria presente en esta ideología se expresa en que los adultos se consideran amos del infante, con derecho a definir su mundo, sus valores, sus comportamientos, sin que se les pueda cuestionar a ellos como adultos sus actuaciones. Bajo el razonamiento de “es por tu propio bien” y el “te pego porque te quiero” o “te hago sufrir porque te amo”, se dan cantidad de actos que afectan profundamente la auto-estima y la autonomía de los niños y niñas, generando en ellos un tremendo sentido de inseguridad en sí mismos y en quienes les rodean.

 

La violencia así aprendida se vuelve inconsciente, se manifiesta en actuaciones violentas y por regla destructivas  en el ciclo de la vida de las víctimas sobrevivientes de violencia infantil, en una dinámica inconsciente-consciente de cobrar la cuenta de la historia desgraciada a otros, una vez que se obtenga cierto poder sobre estos otros.

 

Esta es la cultura que impera al interior de muchos humanos que buscan hacer recaer sobre otros sus complejos, frustraciones, traumas y experiencias dolorosas del pasado, transformadas ya en profundo desequilibrio conductual.

 

¿Qué podemos hacer entonces para prevenir la violencia?  Indudablemente ha llegado el momento de comenzar a reconocer que los esfuerzos de prevención no pueden ser esporádicos sino consecuentes; que un problema tan complejo como la violencia no puede solucionarse con estrategias simplistas y aisladas, o aquellas diseñadas por académicos que no toman en consideración la experiencia de quienes han vivido la violencia en su entorno inmediato o han trabajado contra ésta; que los que cuentan con recursos y poder decisional no olviden las muertes de todos aquellos que han sido víctimas a la hora de decidir o apoyar proyectos y esfuerzos de prevención, aunque esta prevención no sea tangible o “mercadeable”, por decirlo así, de manera inmediata; que todos los sectores de la sociedad deben unirse en el diseño e implantación de estrategias dirigidas a la prevención; que todos somos responsables por el presente y futuro de nuestros pueblos por lo que debemos comenzar a evaluar y trabajar con nuestra realidad inmediata, promoviendo que los derechos humanos de los niños y jóvenes, mujeres y hombres sean respetados en todos los espacios pero sobretodo en nuestras familia, en nuestras casas, desde luego en el seno de nuestros propios hogares.

 

Porque no todo está perdido y con la fiel creencia de que es posible construir una sociedad pacífica y distinta a la que hoy vivimos, y que tanto anhelamos, es que me atrevo a afirmar que  la  paz comienza precisamente en el seno de nuestras familias, es decir, en nuestra propia casa.

 

Hace falta, entonces, educar a seres humanos para que sean buenos padres y a otros para que sean buenos hijos y, por ende, todos mejores ciudadanos.

 

Nos vemos la próxima semana si la Gracia de Dios nos lo permite.