[20] Intervención en la ceremonia de apertura de los festejos del XXV Aniversario de la fundación de la Escuela Secundaria Técnica No. 22, en la Plaza Principal.
Venustiano Carranza, Michoacán, México, 14 de diciembre de 1997.
Distinguidas autoridades y maestros de la Escuela Secundaria Técnica Número 22:
Alumnos, compañeros ex alumnos:
El motivo que hoy nos reúne, aquí, esta tarde otoñal, es verdaderamente significativo y de gran trascendencia; justo este día se inician los festejos del XXV Aniversario de la fundación de la Escuela Tecnológica Agropecuaria Número 116, ahora Escuela Secundaria Técnica Número 22, de Venustiano Carranza, Michoacán, institución que surge entre la inquietud de dar a la comunidad estudiantil de nuestro municipio las posibilidades de la superación y el desarrollo educativo, institución que surge de la espera y la gana de un pueblo por darse mejores expectativas y nuevos horizontes en el terreno de la cultura.
La educación cumple con una función dinámica trascendental: la de ser instrumento y agente de transformación; es un amplio proceso de formación social, a través del cual hombres se informan sobre el medio en que viven, sobre su historia presente y pasada, al mismo tiempo que se capacitan para utilizan dicha información con el fin de conocer su realidad e influir sobre ella.
A través del proceso educativo, los individuos adquieren un conjunto de conocimientos, normas, ideales, costumbres y habilidades que constituyen la herencia cultural de la sociedad en que viven. La educación sirve de apoyo a la práctica democrática, a la actualización de los valores de un sistema de vida fundado en la libertad, la justicia, el respeto a los derechos y a las libertades de los demás, la solidaridad y la convivencia pacífica con todos los pueblos de la tierra.
En México, el interés por la educación democrática y popular, que se nutre de los valores universales y promueve, al mismo tiempo, la afirmación de nuestra propia identidad, está profundamente arraigado en nuestra historia contemporánea. Tenemos, así, que a partir de 1910, los ideólogos del movimiento revolucionario vieron con toda precisión la necesidad de sustituir la educación para minorías privilegiadas, propias del régimen dictatorial, por una educación para todos los mexicanos, renovada en su forma y contenido.
Visionaria fue así la idea y la obra de destacados mexicanos que lucharon por hacer de la educación una causa y una bandera de lucha con trascendencia no solo a nuestro propio pueblo, sino más allá de nuestras fronteras.
Pero la educación, más que ambición, afán o compromiso de profundidad democrática, constituye una total entrega para quienes la profesan como profesión y labor cotidiana, y me refiero a aquéllos que frente a los grupos saben transformar los esquemas mentales del alumnado, ofrecer su vida, su obra, su trabajo, su destino, a esa noble y magna labor que requiere de esmero probidad y no solamente de un simple deseo de encontrar en ella un eslabón ocupacional ajeno al verdadero sentir de lo que, en esencia, ella significa.
El proceso educativo es un instrumento fundamental que debe servir para consolidar nuestro proyecto político nacional, consagrado en la Constitución de 1917; es así, que el proyecto educativo mexicano ha sabido vincularse al proyecto, valga decirlo, nacional de desarrollo derivado y amparado en nuestro texto constitucional.
Hoy, debemos descartar la idea de que el costo de la educación, el sueldo de los maestros o el mantenimiento de la infraestructura educativa es un simple gasto corriente; la educación constituye una de las más altas y rendidoras inversiones humanas; es más, se ha demostrado, recientemente, que un sistema educativo mal concebido es una de las fuerzas más poderosas de concentración del ingreso y de la injusticia social; un sistema educativo racionalmente estructura, por el contrario, tiende a redistribuir las oportunidades sociales y, en consecuencia, las posibilidades de acceso a mejores niveles de vida y bienestar.
Es, en este contexto, que se concibe la idea de la Educación Tecnológica Agropecuaria, pues cuando se le da forma a este proyecto, quienes lo idearon sabían perfectamente que las necesidades de un país en vías de desarrollo como México, nos obligan a impulsar vigorosamente el sistema nacional de enseñanza técnica y agropecuaria para formar, al mismo tiempo, jóvenes que pudieran incorporarse, de acuerdo con su preparación, a los diversos niveles que implicaban las tareas colectivas del desarrollo y, además, permitiera la formación de cuadros científicos y tecnológicos de nivel superior.
La Escuela Tecnológica Agropecuaria Número 116, se yergue entre estos afanes, se abre con la mira puesta en un objetivo concreto, compacto, seguro, cierto, de profunda vocación. A mediados de 1972, abre sus puertas, inicia las inscripciones, las primeras listas de alumnos, de esos que enfrentaron una realidad única que seguro estoy logró en ellos más que otra cosa, algo que puede decirse en pocas palabras: amor a su escuela.
Bajo la orientación y conducción de verdaderos amantes de la educación, inicia sus actividades; la sonrisa de esperanza presente, la idea de la superación vigente, entre alumnos y maestros el esquema se complementaba; se iniciaba la lucha. Elisa Rodríguez Vera tuvo la oportunidad de sembrar su semilla, y lo hizo en terreno fértil, Manuel Díaz Nava, Ramón Salazar Carrillo, Manuel Pérez Galván, Margarita Gutiérrez Pérez, José Luis Bernal Rodríguez, Rubén Tafolla Pérez, Rodolfo López Hernández, Angel Alvarez y Amalia Murguía Barajas, que en paz descansen, todos, todos ellos, unos presentes, otros ausentes, supieron y san sabido hacer lo suyo: educar para progresar, conducir para ser diferentes, marcar para ser destino, ser tenaces para dejar la huella, entregarse para hacer historia.
Faltarían las palabras para manifestar hoy aquí, como ex alumno de la Escuela Tecnológica Agropecuaria Número 116, la profunda emoción que siento de ser quien tenga la oportunidad de dirigirme a la población de este municipio, a mis maestros y mis compañeros ex alumnos, con motivo del inicio de los festejos del XXV Aniversario de la fundación de nuestro plantel educativo.
La pise por vez primera, recuerdo ahora, una mañana lluviosa del mes de agosto de 1973, hace ya 24 años; acudí a buscar mi ingreso. Su construcción apenas empezaba: mezquites por doquier, charcas de agua transparente en las que circulaban, si la memoria no me falla, ranas, culebrillas y una que otra lagartija que nos daban el primer “hola” de bienvenida. Chiquillos por todos lados, acompañados de sus abnegadas madres la mayoría, entre ellos yo con mi fiel compañera a mi lado, ella, que me dio la vida y el mayor de ejemplos, sí, mi madre; mi boleta de sexto grado signada por una ejemplar maestra, Juana Zendejas Solís, aún directora de la Escuela Primaria “18 de Marzo” y una copia de mi acta de nacimiento expedida por el Juez del Registro Civil.
La Escuela Tecnológica Agropecuaria Número 116, me recibía unas semanas después; su entonces directora, su eficiente y tenaz directora, Elisa Rodríguez Vera, nos daba sus palabras de bienvenida; iniciaba yo, junto con varios compañeros de mi pueblo natal y la región, mis estudios secundarios, lleno de ilusiones, lleno de sueños, cargado de esa pasión que mes propia cuando de aprender se trata.
La experiencia fue altamente satisfactoria, mi cuadro de profesores, ejemplar y celebro que muchos de ellos aún permanezcan en ella; gracias de verdad por tanto, orgulloso me siento de ustedes pues soy, al igual que de los tantos profesores que he tenido frente a mí, un producto suyo.
Veinticinco años se dicen fácil, pero es ya un cuarto de siglo en el que ha formado, debo admitir, a varios miles de alumnos; ahora como Escuela Secundaria Técnica No. 22, dignamente dirigida por un verdadero maestro con vocación, Benjamín Sánchez Marín, enfrenta nuevos tiempos que se proyectan al infinito temporal también, con la certeza de seguir cumpliendo con la magna tarea educativa.
Quiero decir a los alumnos de la Escuela Secundaria Técnica Número 22, que su escuela ha dado frutos; muchos egresados de sus aulas son ahora destacados profesionistas y más de alguno, teniendo como sostén esas úlceras de inconformidad y esos sueños diurnos que sólo asaltan a los luchadores sociales, se conducen en la búsqueda de un mundo diferente y, sobre todo, por la defensa de los valores que la educación y la cultura son capaces de ofrecer.
Créanme, de veras, que ahora que recuerdo mi paso por aquélla Escuela Tecnológica Agropecuaria Número 116, una escuela humilde, para campesinos según el concepto gubernamental que le dio origen, sector del que orgullosamente provengo, tengo y siento la extraña necesidad de pedirle al tiempo que vuelva.
La hoy Escuela Secundaria Técnica Número 22, representa todo un proyecto que debe enseñarnos a amar y defender la educación, a creer en ella, seguros y ciertos de que solo ella será capaz de llevarnos a las nuevas concepciones, a las nuevas creencias, a las nuevas esperanzas, que podrán dar forma humana y espiritual al hombre del futuro.
Este año, nuestra escuela, aunque cambió de nombre y línea educativa, sigue siendo nuestra y cumple ya 25 años, toda una vida, todo un proyecto. Me felicito, junto con mis compañeros ex alumnos y mi eficiente cuadro magisterial por este singular acontecimiento.
Que Dios nos bendiga a todos.♦