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[208] ¿PARTIDOS POLITICOS CON PRINCIPIOS?

 

Felipe Díaz Garibay

 

Columna "Ventanas al Pensamiento", semanario "Vox Populi" de Sahuayo, Michoacán, México, domingo 19 de octubre de 2014.

 

 

 

La definición más precisa y acorde a partidos políticos es que es una asociación de personas “con las mismas concepciones ideológicas” que se propone participar en el poder político o conquistarlo y que para la realización de este objetivo posee una organización permanente, jerarquizada. Hay algunos que en su origen han dicho que no persiguen el poder político sino que, por el contrario, sólo van en busca de “formar conciencia social”, pero lo cierto del caso es que los teóricos coinciden en su generalidad que todo partido político va en busca de la conquista del poder y no otra cosa.

 

Y la realidad histórica no refleja otra cosa.

 

El tema de los partidos es uno que he tratado en diversos momentos de mi vida académica y, desde luego, las aulas universitarias no han sido la excepción donde he podido decir lo que pienso respecto a ellos, sobre todo al retomar las consideraciones de Antonio Gramsci quien en sus apuntes “Elementos de Política” incluidos en sus famosos “Cuadernos de la Cárcel” habla de ellos como un instrumento que sirve para realizar “la mejor” elección de los dirigentes en tanto cuanto la existencia de dirigentes y dirigidos es el elemento que define el objeto de estudio y fines de la Ciencia Política. Sin embargo Gramsci reconoce la existencia del llamado “antipartido” que desde luego es circunstancial en procesos donde se busca encontrar mejores formas y métodos de elección.

 

Existen reflexiones que bien vale la pena volver a exponer, pues no han perdido vigencia y, por el contrario, dadas los actuales momentos históricos bien vale la pena volver a presentar, sobre todo en el tenor de considerar las lecciones que nos ha dado la realidad histórica que vivimos en torno al desarrollo de los partidos políticos de hoy.

 

Pudiera pensarse, bajo cualquier circunstancia, que son ellos los únicos medios posibles para permitir la elección de la clase gobernante y que quizás cualquiera otra sería infuncional en la medida que muchos entienden la democracia sólo en relación al número de partidos que interactúan en un escenario político determinado. Lo cierto es que los tiempos han cambiado y el viejo esquema planteado en la concepción de los partidos ha quedado totalmente rebasada por la realidad, sobre todo en materia de principios.

 

Ningún otro espacio muestra con tanta crudeza la desmedida pasión humana y la esencia de una naturaleza humana que, de acuerdo al entendimiento del pensamiento político, es insensible, competitiva, capaz de cualquier cosa en aras de un interés específico.

 

Y es que la actualidad no deja otra cosa que pensar si vemos la forma como se desenvuelven esta clase de organizaciones a su interior. ¿Democracia?, ¿solidaridad?, ¿justicia?, ¿participación?, ¿bien común? Jamás plantearse tanta aberración.

 

Los viejos conceptos que han dado esencia a la existencia de los partidos políticos de nuestros días, ha quedado atrás, es prosa, solo retórica, platillo que resuena sin sentido, palabrería; alguien dijo “supercherías”. No es para menos.

 

Hoy más que nunca, la ciudadanía se siente cada vez menos representada por sus partidos; los sienten lejanos, no hay cabida para ella. Competencia desmedida, sentimientos lejanos a los pueblos, desequilibrios internos, son sólo unas cuantas señales que nos demuestran que los partidos, hoy por  hoy, se les han escapado verdaderamente a los ciudadanos. Algunos son negocios familiares, otros espacios para ocultar mezquinos intereses o los entornos ideales para lograr posiciones con fuero que permitan gozar de privilegios exacerbados, la mayoría ilegítimos, a un determinado apellido o a un grupo en especial.

 

Cuanta cosa pude verse hoy en día al interior de los partidos. Da miedo de verdad, me dijo alguien.

 

En su seno convergen los más variados intereses para hacer a un lado las legítimas aspiraciones de los pueblos y, desde luego, proyectos de verdadero alcance social en aras de malévolos afanes que bien han logrado que la gente, sí la masa, el grupo de individuos –personas todas aclaro- dejen de creer ya en la palabrería y en las rostros bañados de bondad detrás de los cuales se ocultan los hocicos de las hienas y pirañas que a cualquier costo van en busca de afanes personalistas, mezquinos, vulgares y corruptos.

 

No es para menos la actitud ciudadana.

 

Pobres pueblos, cuanta cosa no han tenido que soportar; malos gobiernos, malas representaciones que se gestan al interior de las propias campañas políticas que son los escenarios ideales para aplastar a cualquiera, incluso a los propios, pasando de lado aquéllos principios que tanto se pregonan y que muchos exaltan hasta las lágrimas.

 

¡Hipócritas!, una y mil  veces, ¡hipócritas! Pobres pueblos, cuanto más tendrán que ver y tolerar; pero como alguna vez lo referí, yo no me pregunto porque estas cosas suceden sino más bien porque esos pueblos, en efecto, tanto soportan.

 

Por ello los pueblos de manifiestan, porque ha quedado ya rebasado el límite de su propia resistencia psíquica. La abundancia de prácticas políticas que ahora podemos presenciar no son, ni podrán ser jamás, un arbitrio de la sociedad civil, sino la respuesta de los distintos sectores sociales que se han dado cuenta que las ya antiguas estructuras de representación política no son funcionales ni leales a su demanda; que los intereses de los partidos políticos, sindicatos y ligas campesinas no son compatibles con lo que ellos aspiran; que la inexistencia de un domo alternativo que asocie las distintas demandas de empleo, seguridad social y pública han obligado a los actores a inventar, crear y asociar pensamiento y acción hasta constituirse en actores sin mediación para resolver sus necesidades.

 

Mientras los partidos políticos sigan desinteresado de los problemas terrenales y ocupados en vivir del erario público, distribuido de manera discrecional entre nombres privilegiados sobre todo en tiempos de campaña, su presencia habrá de ser menos importante en las sociedades como la nuestra, abrumadas por las dificultades económicas y sociales; la oquedad orgánica existente va a seguir provocando que los ciudadanos se constituyan en actores, ejercitando las prácticas políticas que se les vayan presentando, algunas necesarias y oportunas, otras riesgosas y alterantes del endeble sistema institucional pero, finalmente, será la respuesta que darán los pueblos hartos de tanta burla y tanto agravio.