[206] LA GUERRA CONTRA EL CAMPO
Felipe Díaz Garibay
Columna "Ventanas al Pensamiento", semanario "Vox Populi" de Sahuayo, Michoacán, México, domingo 5 de octubre de 2014.
La alimentación humana tiene sus bases en los productos de la agricultura; al derrumbe de ésta ninguna civilización sobreviviría, eso queda totalmente claro. La evolución de la humanidad gira precisamente en la actividad agrícola que han sostenido y sostienen los diversos pueblos del mundo. Culturalmente los pueblos del mundo se clasifican de acuerdo a la producción y consumo de sus granos; por ejemplo tenemos que en México es la de maíz y frijol, la de los europeos es el trigo, los asiáticos es el arroz.
La agricultura ha sido entonces el fundamento para el desarrollo cultural ulterior de las grandes civilizaciones. Este desarrollo ha tenido sus variaciones en los pueblos a través del tiempo.
Unos crecieron económicamente en forma vertiginosa, tal vez porque descubrieron el lucro y la ganancia, como fundamento para la acumulación originaria del capital y a raíz de eso, se inventaron nuevas formas de relación social de producción; en otras culturas, como la nuestra, en el periodo prehispánico se trabajaba con relaciones comunitarias de producción; la producción se destinaba para las necesidades del pueblo y no para la ganancia, situación que, lamentablemente, aún en nuestros días prevalece sobre todo en los sectores marginados de la población mexicana que, por cierto, son abundantes, amén de considerar los llamados “precios de garantía” que en nuestros días predominan y las no menos nefastas conductas de los acaparadores.
Existen sociedades que han sabido reorganizarse, sobre todo después de estremecimientos sociales internos, en el sector agrícola realizando importantes acciones tendientes primero a regularizar el tema de la tenencia de la tierra y, después, al establecimiento de importantes agroindustrias. En México, este proceso resulta inimaginable en virtud de que el campo ha estado en el total abandono; a más de cien años de iniciado un movimiento armado cuya tema central, independientemente del electoral y democrático, fue el agrarista, no se han vislumbrado políticas públicas lo suficientemente sólidas como para poder decir que poseemos una política agrarista con definición, estructura y objetivos claros.
En los últimos meses salta en la vida pública de nuestro lastimado país un tema que, sin duda alguna, a muchos nos ha dejado boquiabiertos, y es mi caso: la llamada “reforma al campo”, que bien invita a analizar no tanto su contenido pues en lo personal no creo contenga novedades y si acaso no será otra cosa que una revoltura de conceptos, discursos y pronunciamientos hechos hace décadas y a los que ahora se pretende dar vigencia en aras del proceso electoral que se avecina; en el 2015 todos irán por todo y, bueno, hay que encontrar la manera de poder envolver al grupo social que más vota, porque es al que más fácilmente se le engaña: el campesinado humilde y desprotegido, que sin duda alguna ha de ser el objetivo de esta llamada “reforma al campo”, proceso que ni siquiera en su propio título encuentra la solidez gramatical como para sugerir los grandes espacios sobre los que pretende incidir.
¿Qué es lo que se pretende cambiar con la “reforma al campo”?, ¿la condición actual del campesinado abandonado a su suerte?, ¿pulir los mecanismos para que a los grandes terratenientes y empresas agroindustriales les sea más fácil y sencillo “bajar” –como común y vulgarmente se dice- todos los recursos públicos posibles para poder “operar” mejor sus quehaceres sin arriesgar sus propios recursos financieros?, ¿quitar tanta regulación para que el campesinado humilde y desprotegido –carnada electoral ideal- pueda tener acceso a los programas gubernamentales?
Me he hecho demasiado escéptico e incrédulo y francamente… tengo profundas dudas.
Y las tengo porque desde que tengo uso de razón, los recursos destinados a este tipo de programas traen etiqueta, ni quien lo dude, pero marcada por el cruento e insensible sesgo partidista.
Recuerdo bien que en los 90’s, el Artículo 27 Constitucional fue reformado con la promesa de dar fortaleza al campo mexicano; pero recuerdo bien también, y bastante bien creo, que esta reforma sólo trajo consigo la privatización de las tierras ejidales y comunales iniciando un nuevo proceso de “desamortización” de los territorios en manos campesinas e indígenas y un verdadero proceso de deportación de la población rural llamada entonces “excedente”, “sobrante” e “improductiva”; ¿pero cómo no habría de tener todos esos calificativos si el grueso de los campesinos mexicanos jamás fueron –ni han sido quiero dejar claro- el objetivo central de infinidad de programas institucionales?
¡Pero que “tenemos el TLCAN”! Otro engaño se dimensiones incalculables que bien amerita un tratamiento aparte pues constituye un entorno que ha producido todo menos “libre comercio” y ha beneficiado a todos menos a los mexicanos.
Creo que queda claro que en los últimos veinticinco años los gobiernos mexicanos han llevado a cabo una guerra contra los campesinos mexicanos bajo el argumento de que son improductivos, ineficientes e incapaces de “insertarse” en los procesos globales, condición que no es otra cosa que una política agroalimentaria funcional para el modelo de privatización que se persigue en infinidad de órdenes, para el proceso de apertura comercial y de estancamiento económico que sólo beneficia a unos cuantos.
Hoy se requiere, ya, de un nuevo pacto histórico del Estado Mexicano con los hombres y mujeres del campo, si es que realmente se quiere reformar al campo y luchar por un proyecto alternativo de nación; es en este sentido que debe proponerse salvar al campo para salvar a México.
De cualquier otra forma no será posible, y realizar una reforma de ”gran calado” como se les llama ahora a ciertas negociaciones legislativas que se hacen debajo de la mesa, requiere de mucha voluntad y, con el debido respeto que les debo a sus promotores, “eso” que ahora les ha dado por llamar “reforma al campo” no es otra cosa que una guerra más, justamente, contra el campo.
Al tiempo vamos.♦