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[204] “NUEVAS FORMAS DE HACER POLITICA”, UN SLOGAN EN EL BASURERO DE LA HISTORIA

 

Felipe Díaz Garibay

 

Columna "Ventanas al Pensamiento", semanario "Vox Populi" de Sahuayo, Michoacán, México, domingo 21 de septiembre de 2014.

 

 

 

No es la primera vez que escucho esa ya tan trillada frase… “Tenemos que encontrar nuevas formas de hacer política…” La oí de hecho hace unos días y de manera insistente su emisor tardó horas con su argumento sin lograr convencerme, y no lo logró en virtud de que nunca me habló de cuáles serían esas “nuevas formas” de ejercer la actividad política, muy a pesar de que fui insistente en ello; al menos durante toda nuestra entrevista le recalqué mi preocupación, convertida después en angustia, al ver la calidad de sus versiones.

 

Desde finales de la década de los ochenta, en México se habló de algo que les dio por llamar “política moderna”, en ese entonces entendí que se trataría de algo relacionado con la relación gobierno-ciudadano a efecto de que tuviera validez el sentido de tal esfuerzo; nunca vi, o al menos yo no, cuáles eran los parámetros a través de los cuáles se habría de conducir esa modernidad política.

 

Pasaron los años, los lustros, llegó el llamado “Tercer Milenio” y el discurso siguió en las mismas, sólo que ahora el argumento es ése, justamente ése… “Nuevas formas de hacer política”, pero en realidad no se refiere a encontrar la forma de subsanar la ya insostenible relación entre gobernantes y gobernados sino, más bien, de atender de manera más eficaz a los intereses de los primeros; los grupos en el poder buscan convencer con argumentos falaces pero sólo para  atender sus propios fines, nunca he visto en los planteamientos ningún esfuerzo al menos por explicar si en esa “nueva forma de hacer política” el ciudadano saldrá ganando en algún o algunos aspectos.

 

No lo creo.

 

Y no lo creo porque las contadísimas ocasiones que en los últimos cinco años he estado presente en encuentros con algunos liderazgos, de diversas doctrinas e ideologías aclaro, no veo por dónde se habrá de dar ese proceso.

 

“Política moderna” o “nuevas formas de hacer política” deben partir de considerar, siempre, que el ciudadano es primero y el fin último de toda voluntad que se mueva en aras de hacer algo, y hacerlo bien, en beneficio de cualquier colectividad. Pero no es el caso en tanto que la temática central que manejan se circunscribe en su afán por acceder al poder y las formas como habrán de lograrlo sin olvidar, claro está, la manera como habrá de repartirse el pastel, proceso éste último en el que las voces de las grandes mayorías silenciosas no tienen importancia alguna pues el papel central de éstas se ejecuta sólo en el “glorioso” día electoral.

 

Vivimos un espacio histórico caracterizado por la absoluta y total desconfianza ciudadana en sus gobiernos, en sus representantes, en sus instituciones y obvio es en sus propios partidos. Tiempos en que la gente ya no espera nada de nadie pues su confianza y esperanza han sido flagrantemente traicionadas. Tiempos en que la democracia, muy a pesar de sus grandiosos afanes discursales ya no dice absolutamente nada a los que menos tienen. Tiempos en que, en definitiva, a los pueblos se les ha rebasado ya en los  límites de su paciencia.

 

Parece entonces que se la olvidado que hablar de “nuevas formas de hacer política” implica, necesaria y obligadamente, un cambio trascendental en las actitudes y en las aptitudes, es ir más allá de las  meras voluntades para fincar los fines supremos de las naciones entendiendo que en éstas –en las naciones- existen también pueblos que esperan respuesta a sus más elementales expectativas, es entender el sentido cambiante de las sociedades y saber y entender que en el seno de éstas existen ciclos de consensos y disensos que exigen las transformaciones permanentes, es aceptar que las sociedades.

 

Hablar de “nuevas formas de hacer política” no significa llegar al extremo de escribir sendos tratados sobre el ejercicio político o el propio Estado; no se trata de descubrir ningún hilo negro sino simple y sencillamente, entender al ciudadano en su máxima connotación y con base en ello ejercer la tarea de la representatividad.

 

Con certeza puedo decir que en todas las etapas históricas de la humanidad se ha hecho presente este afán, con toda certeza también puedo afirmar que en todas las sociedades y en todas las formas de gobierno se ha dado el pronunciamiento en el sentido de ejercer la política desde vertientes novedosas, y más aún cuando se trata de ganar legitimidad. Y es precisamente en aras de esa legitimidad, tanto de origen como de ejercicio, que los gobiernos que buscan la modernidad debieran encauzar sus acciones. De no ser así cualquier esfuerzo y cualquier afán se traducirá en mero sentimiento frustrado situación que parece no importar mucho a los gobiernos de nuestros tiempos.

 

Resulta molesto, cierto es, escuchar el alarido de quienes buscan convencer defendiendo lo indefendible o sin el argumento sólido que explique las razones y los motivos. De lo que sí estoy seguro es de que en los tiempos que nos ha tocado vivir las sociedades del planeta han adquirido un sentido más crítico y más despierto que espero les sea útil para enfrentar las grandes incertidumbres que nos aguardan, sobre todo en el sentido de los patrones bajo los cuales se habrá de encauzar el nuevo reparto del mundo que se apresta altamente convulso.

 

Hay quienes dicen que hacen falta las ideas, yo más bien creo que las voluntades para ser capaces de formar la conciencia social del nuevo siglo, ésa que sea capaz de traer consigo las tan cantadas “nuevas formas de hacer política”, que son fáciles de referir pero qué difíciles son de descifrar en el seno de sociedades tan desiguales e injustas como las que ahora tenemos donde éstas solo son el argumento que envuelve los pronunciamientos pero nunca se traducen en acciones concretas que beneficien a las grandes colectividades.

 

Vienen tiempos de guerra, ojalá que quienes estén en la escena sepan entender lo que significan esas “nuevas formas de hacer política” de lo contrario las elecciones que, por ejemplo, viviremos en México el próximo año, serán sólo un acontecimiento más echado al basurero de la historia.