Discursos

[19] “DEMOCRACIA Y PARTICIPACION”. Intervención en los Foros Sobre Democracia y Participación; Productividad, Inversión y Empleo; Recuperación de la Educación y Bienestar Social; Justicia, Seguridad y Legalidad, realizados en el Gran Salón del Hotel Fénix.

 

Zamora, Michoacán, México, lunes 17 de marzo de 1997.

 

 

Señores legisladores;

 

Amigos todos:

 

Mucho se ha dicho hasta nuestros días sobre las formas de gobierno, aquéllas que cada sociedad se da a su interior para la plena satisfacción de sus expectativas; ahondar en ellas, aún más, valdría la pena siempre y cuando el análisis o el juego de palabras nos condujera a decidir cuál de ellas es, hasta hoy, la más efectiva, cuál en realidad, adaptándose a las condiciones de las sociedades que dirige es capaz verdaderamente de emitir y distribuirle plenos satisfactores, hacer posible la gobernabilidad y la convivencia.

 

Bastante sugerente resulta el título del primer tema de este encuentro, que retomo porque él me constituye un compromiso de profunda identidad académica; “Democracia y Participación” son sin, lugar a dudas, palabras sinónimas y de alguna manera la una describe a la otra aunque, por la experiencia vivida, no todo lo que se dice ser democrático es participativo, como tampoco no todo lo participativo es democrático; son pues términos que unidos dicen mucho pero separados dan mucho que deseas, tanto como la interpretación del acertado apotegma aristoteliano que establece que el hombre es un “animal político”, que también mucho decepciona cuando nos percatamos de que muchos que se dicen ser “políticos” son mucho menos que animales y que quede claro que en lo personal por éstos últimos –o sea por los sinceros animales- profeso una profunda admiración, respeto y defensa, mismos que, claro, no tengo necesariamente por todos los políticos como tampoco no por todos los humanos.

 

Democracia y participación requieren de un análisis serio, sustentado en el estricto rigor académico. En ellos confluyen elementos dignos de tomar en consideración si queremos llegar a conclusiones serias: los promotores y los actores de esa democracia y esa participación, entre los que se me ocurre pensar ahora encontramos como fundamentales al Estado, a los organismos electorales que  no son otra cosa mas que las proyección misma de aquél con sus virtudes y defectos y a la sociedad civil que busca darse mejores opciones y mejores maneras de renovar ese “Contrato Social” del que tanto hablara mi colega y genio Juan Jacobo Rousseau.

 

Como forma de vida, la democracia ha provocado grandes controversias y los más grandes empeños; desde tiempos inmemoriables se ha hecho presente en el actuar de las organizaciones sociales; sobre ella se han hecho múltiples estudios y emitido los más variados y complejos juicios; de hecho, los grandes conflictos intragrupo que registra la historia encuentran su motivo precisamente en el rompimiento de relaciones entre los integrantes de las colectividades a causa de la violación o transgresión de los derechos más fundamentales del individuo; así, entonces, gramaticalmente democracia es sinónimo de intervención del pueblo en el gobierno con el objetivo fundamental de mejorar sus condiciones de vida contenidas en la conformación de su proyecto de ésta.

 

Como práctica, la participación ofrece grandes vacíos que sólo será posible establecer y dejarlos ver si nos referimos a los tres elementos calificados aquí como promotores y actores de la realidad política, es decir, el Estado, los organismos electorales y la sociedad civil; entrelazarlos no es problema, pero sí delimitar los puntos clave de su debilidad conceptual cuando ésta última no retoma los efectos de la realidad que generan.

 

 

1. El Estado está más que conceptualizado, su funcionamiento marca la disidencia.

 

El fenómeno del Estado ha causado históricamente serias controversias y grandes debates; altamente criticada ha sido su permanencia por el materialismo histórico que lo define como un órgano de represión, control y dominio por parte de la clase detentadora del poder y hacia los gobernados; la línea contrapuesta lo entiende como la máxima expresión en las formas de organización social, como la ideal para hacer preservar la convivencia y evolución sociales.  Lo cierto de todo es que al Estado lo encontramos en todo el desenvolvimiento de la vida social y tropezamos con él a cada paso y aunque su surgimiento marca fuertemente el proceso de diferenciación entre gobernantes y gobernados, su presencia se hace necesaria pues como lo intuye Eduardo García Maynez, no es posible concebir a una organización social sin una voluntad suprema que la dirija.

 

No obstante el Estado de nuestros días, que está ya plenamente conceptualizado, es una estructura que ya se les ha escapado y se les ha ido muy lejos a los ciudadanos; aunque difícil es negar su eficacia, entendida en el sentido puro de su concepto natural que pudiera justificar su existencia, hoy más que nunca parece un elemento inserto en nuestro tiempo y nuestro espacio como proveniente de otra dimensión, o mejor dicho como el oponente dialéctico de la unidad y el bien.

 

La omnipresencia del Estado parece ya inútil y es precisamente su funcionamiento, caracterizado ya por la ineficacia no solamente para proveer de lo necesario a los representados sino, incluso, para justificar y legitimar su permanencia respetando el sentir mismo de la naturaleza humana, lo que marca las grandes incredulidades y las grandes disidencias, aquéllas que hacen que el individuo deje de tener confianza en su gobierno que al final de cuentas  no es más que el fiel reflejo de la estructura estatal y una de sus partes fundamentales. En nuestros días parece que poco preocupa el replantear la democracia en la idea del Estado que aunque plenamente conceptualizado hoy, reconozcámoslo, mal funciona; todo ello sugiera interrogantes: ¿el Estado gobierna para el mismo Estado que ahora está más que fraccionado y personalizado?, ¿gobierna para las mal llamadas “grandes mayorías” que son, más que el territorio, las banderas o los  himnos, las que dan vida, movimiento y razón de ser a un Estado?; lo triste y lamentable de todo es que el Estado, como estructura y como la  mejor forma de organización social, hasta hoy conocida, mal funciona en el seno de varias decenas de países del mundo y no porque el Estado sea malo en sus fines y objetivos que naturalmente le dieron origen, sino porque con el paso de los años, los lustros, las décadas y los siglos, el hombre mismo en su afán de dominio, tanto lo ha viciado, tanto lo ha prostituido.

 

 

2. Los organismos electorales, ¿generan cambio?

 

Hablar de elegir dice mucho si consideramos que el término implica una consideración fundamental: la decisión individual, esto quiere decir la determinación y facultad que el individuo tiene sobre decidir libremente quien le gobierna, quien le dirige, quien le administra en el último de los casos, pero que nos dice muy poco cuando lo electoral es visto simple y sencillamente como eso: un simple juego electoral y no se toma en cuenta la tremenda connotación de cambio que el elegir lleva consigo. La nutrición, mantenimiento y desarrollo del Estado dependen, en suma de todos aquéllos medios que utiliza para poder inducir todos los movimientos de la sociedad y hay que reconocer que ésta última tiene pues en los procesos electorales la oportunidad de renovar sus cuadros de representación, tiene la oportunidad de renovar el “Contrato Social” del que, de acuerdo con Rousseau, emergen representantes que deben ejercer el poder a nombre del pueblo, del cual cada uno de los individuos ha otorgado parte de su libertad y su poder para que el gobierno lo tenga en demasía; sin embargo, el pueblo es el dueño de ese poder y puede, en un momento dado, modificar los términos del Contrato y restringir o variar el poder otorgado a los jefes que sólo son depositarios de él.

 

Los organismos electorales de cualquier  nivel, características o nación, deben considerar esta variable ineluctable y bajo esta mística encaminar su trabajo y con ello justificar su presencia sobre todo en países como México donde se cuenta con un organismo especializado en la materia, que constituye una dolorosa sangría financiera para la maltratada sociedad mexicana, que mucho ha desvirtuado su quehacer al convertirse en la más agria de las arenas políticas donde convergen solamente, y como en antaño en otros organismos gubernamentales claves, intereses acomodaticios que jamás tomarán en cuenta la importancia de dar vigor y presencia a una institución que debe formar criterio, conciencia y ahondar en la maltrecha cultura política del mexicano.

 

Los organismos electorales deben reconsiderar que el hombre jamás renuncia a su facultad de decidir y de gobernarse a sí mismo pues sólo confía y deposita su confianza y parte de su libertad en su gobernante, es decir, en su dirigente, pero esa delegación de confianza en ningún momento constituye renuncia absoluta; el pueblo observa y debe darse cuenta y emitir su juicio ante los desaciertos y equivocaciones de quienes dicen o creen tener la voluntad popular en sus manos y que ven en el voto no la obligación o el derecho, no la búsqueda o la decisión definida y razonada, sino una componenda y la mercancía más barata y más mal pagada que garantiza un bajo costo de producción y un valor de cambio con senda plusvalía.

 

Hoy, los organismos electorales y los “elegidos” saben que el pueblo poco se ocupa del análisis de estas v variables, tal vez por temor, quizás por resignación o por desesperanza, pero sea lo que fuere, gobernantes y gobernados del mundo, sépanlo bien: en la urna se contrata y en la urna también, hoy por hoy, se emiten o deben emitirse ya los más severos juicios políticos, aquéllos por los que la historia aguarda vigilante para escribirlos en sus delatantes páginas.

 

 

3. La sociedad civil y sus “partidos”.

 

La sociedad civil, sin duda alguna, tiene la parte más determinante en el interjuego político. Históricamente, el problema fundamental de análisis de la Ciencia Política se circunscribe en la existencia de dirigentes y dirigidos, gobernantes y gobernados; ella es una realidad irrenunciable que trastoca toda la ciencia y la práctica políticas las que se basan en este hecho primordial irreductible. Así, el gran reto para esta disciplina científica es buscar la forma de dirigir del modo más eficaz, en función de ciertos fines, y, por consiguiente, cómo se puede preparar y elegir de la mejor manera a los dirigentes para que sepan responder a las expectativas de los grupos que gobiernan, y son precisamente los partidos políticos surgidos del seno de la sociedad civil misma, el canal que se ofrece como la mejor vía para formar a los dirigentes, pues es en ellos donde la sociedad civil cree o espera encontrar un canal de participación, un eco a sus inquietudes; de hecho éstos pueden presentarse bajo las corrientes ideológicas, los intereses y los nombres más diversos, incluso el de antipartido o el de negación de partido.

 

Hoy, vale la pena preguntarse si los partidos políticos son el mecanismo ideal para esta gran empresa, es decir si constituyen ya en nuestros tiempos la mejor de las alternativas para elegir y tener gobernantes verdaderamente comprometidos con los intereses generales de los pueblos que buscan gobernar. Bastante criticable en término resulta hoy la manera de hacer las cosas  de muchos partidos, incluso de México; su actitud cerrada al futuro en mucho desgasta a las sociedades, tanto como los vicios generados en sus estructuras que los hacen caer en una paradójica antidemocracia aún cuando en sus siglas ostenten ser democráticos, y prostituye la vida institucional del Estado moderno pues tal parece que la realidad social que viven, y es mas provocan, no les da el suficiente material para crear nuevas doctrinas, nuevos principios, nuevas plataformas electorales, nuevos fines, nuevas formas de creer y hacer la política; su férrea pasión por las viejas prácticas y los viejos y desgastados postulados les obliga a dar soplidos estériles a las cenizas, añoran el pasado y viven en él cuando en realidad deberían vivir el presente y añorar más lo ya vivido, lo que es desconocido para ellos y se inscribe en las líneas del impredecible futuro.

 

Los partidos políticos del mundo deben olvidar las maquilladas y el paliativo, la sociedad es ya muy incrédula; estas tácticas no hacen más que profundizar las heridas; todos los partidos, sin excepción, tienen mucho que hacer pues vasto es el material que les ofrece el laboratorio de la vida. Los partidos políticos surgen de la necesidad de presentar opciones de participación política formal como canales de expresión y desahogo de la intuición y naturaleza política del ser humano y por ningún motivo deben convertirse en canales de represión, extorsión o divisionismo.

 

No hay duda que cuanto más se identifica un partido político con los intereses comunitarios nacionales, más representa objetivamente la voluntad popular; pero también no hay duda que cuando más se aleja un partido político de esos intereses, más crece también la inconformidad y esa voluntad ganada se hace apática o incrédula y es, justamente, el momento en que más se interesa un partido político por mantener esa voluntad en sus aras mediante cualquier medio y a cualquier costo, sin tomar en cuenta que es más fructífero dejar una idea en una cabeza que una moneda en el bolsillo; no es lo mismo obtener la voluntad popular mediante el convencimiento real que obligarla a estar a base del manejo involuntario.

 

Muchos partidos políticos en el mundo han caído en nuestros días ya en actitudes –parece mentira-, totalmente apolíticas, porque no puede ser político aquello que se opone al bienestar social y a la participación política de los cuadros que integran las sociedades y los propios partidos, no puede ser político y democrático lo que se parta del sentir social y menos puede serlo aquello que niega las posibilidades de participación a quienes con ese fin llevó consigo.

 

Producto del alejamiento, de los partidos, del verdadero sentir social deviene la ausencia de credibilidad y, con ello, muchas veces, el derrumbe institucional, ése que es necesario para inducir los cambios, para hacer posible la historia, para lograr que el mundo continúe; ése que es necesario para responder a las fracasadas y vanas pretensiones de quienes piden limosna de legitimidad. Los partidos del mundo, y de México también, deben darse cuenta de que sus militantes son algo más que simples miembros y que con ellos se forman los núcleos y elementos de base y sobre ellos descansan las actividades especiales de todos los partidos políticos; deben reconocer que son ellos los que les apoyan en las urnas en los momentos decisivos; así las cosas yo me pregunto incansablemente: ¿porqué?, pero no porqué tanto sucede, sino, ¿porqué tanto se tolera?

 

Los partidos políticos, tienen su razón de existencia. Yo me pregunto también: ¿cuál podría ser la otra, o las otras formas e organización política que  nos permitan elegir de menor manera a los gobernantes?; el antipartido también se ha manifestado como alternativa. Al hombre le caracteriza su alto espíritu gregario y político; hoy el mundo se convulsiona y se convulsionará más, claro está, yo les pregunto a quienes se tomen la molestia de escucharme esta mañana, aquí en Zamora, Michoacán, ¿vale la pena afiliarse, militar, dar el voto y creer en partidos que, de hecho, no hacen bien las cosas? Cada día el abstencionismo aumenta en proporción considerable en muchas naciones, qué pena, y digo qué pena porque entonces toda esa masa que en el mundo se abstiene, que en el mundo ha dejado de creer, que en el mundo ha dejado de esperar, debería saciar su sed de justicia, participación e integración, ¿cómo?, constituyendo, alejados de toda opción existente, una opción más sujeta a la primacía y grandeza que sólo da el libre pensamiento.

 

Señores diputados, distinguida concurrencia:

 

El hombre público, el hombre de Estado, el político para entendernos mejor, parece olvidar hoy el aspecto primordial que envuelve a esa actividad que debe elevar el hombre al servicio de sus semejantes y que es la política: la  humildad, elemento éste capaz de dar la visión, la autoridad moral y la fuerza espiritual necesaria para afrontar los difíciles tiempos que nos aguardan ya a la vuelta de la esquina.

 

Los hombres de Estado, los políticos, las figuras públicas, deben dar confianza y seguridad a los comunes que gobiernan, enseñarles la democracia pero con acciones, deben complementar a un mundo que se aprecia incompleto porque parece que hoy la razón se aleja de la actividad política.

 

Urgente es hoy que el hombre abra los ojos al desengaño para que no poniendo los ojos y el corazón solamente en los bienes materiales de esta vida, no tema a los males del mundo; debe tener los principios firmes en la fe y en la esperanza, aún cuando sus gobernantes u opresores se olviden de la determinante caridad tan exigible para, valga reiterarlo, poder exigir la fe; grande es la sentencia y firme y veraz la advertencia que hace Eclesiastés: “Me he dado cuenta de un error que se comete en este mundo, y que tiene su origen en los propios gobernantes: que al necio se le da un alto cargo mientras que la gente que vale ocupa los puestos humildes. He visto esclavos andar a caballo, y príncipes andar a pie como si fueran esclavos”, reflexión que corrobora Eclesiástico cuando a la par advierte: “la sabiduría del humilde levantará su cabeza y lo sentará entre los grandes. No alabes al hombre por su belleza, ni abomines de un hombre por su aspecto. Pequeña es entre los alados la abeja pero su fruto es el más dulce. No te gloríes por los vestidos que te cubren, y en el día de la gloria  no te ensalces; que son admirables las obras del Señor, y sus obras son secretas para los hombres. Muchos tiranos acabaron por sentarse en el suelo y en cambio quien no se pensaba llevó la diadema”.

 

Quien tenga oídos que oiga.