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[197] PARTIDOS POLITICOS, ¿EL FUTURO DE LA DEMOCRACIA?

 

Felipe Díaz Garibay

 

Columna "Ventanas al Pensamiento", semanario "Vox Populi" de Sahuayo, Michoacán, México, domingo 13 de julio de 2014.

 

 

 

Es inevitable que cada etapa histórica presente coyunturas de disenso o conflicto que hacen que las sociedades digan vivir en caos. Lo que no ha llegado a entenderse bien es que el desarrollo de los pueblos lleva consigo los llamados consensos –acuerdos en sentido estricto aceptados por la generalidad social- y disensos que vienen a constituir los desacuerdos que provocan a veces grandes conflictos. Es el caso entonces que la humanidad, en cada etapa de su historia, dice vivir en una época de caos, y nosotros no somos la excepción.

 

No es extraño que los preceptos filosóficos en nuestros días hayan adquirido matices demasiado utópicos desde la visión de quienes, desde la practicidad, consideran que ésta propone entornos que no están al alcance de las mentes actuales, por un lado por no responder a sus intereses o, por otro, por parecerles incomprensibles, y ambos escenarios son absolutamente válidos. Estamos viviendo tiempos donde la filosofía se vuelve muy utópica en relación con los hechos reales.

 

Nos asaltan entonces dos grandes interrogantes: ¿acaso siguen siendo los partidos políticos el sistema ideal? ¿Podemos prescindir de ellos?

 

En la definición normativa a los partidos políticos se les reconoce como la conexión entre el pueblo y el Estado, de manera que este sistema asegura la clara participación ciudadana en los asuntos de gobierno como ideología y toma de decisiones.  Tal y como la sociedad cambia, el gobierno también lo hace resultando en una relación que evoluciona constantemente en tiempo y espacio. Ya que esta relación se transforma todo el tiempo, también lo hacen las instituciones que representan estos lazos como lo son los partidos políticos.

 

Los partidos políticos nacen en un tiempo específico y conforme este pasa, tienen que cambiar y en caso de no hacerlo pueden llegar a desaparecer; es caso de que los partidos no se adaptasen a las necesidades del pueblo, este puede prescindir de ellos y encaminarse a la búsqueda ya sea de otro partido u otro sistema; es así como los partidos deben esforzarse siempre por coincidir con las demandas de los ciudadanos y por lograr una buena adaptación con el ambiente socioeconómico y político de las sociedades donde actúan.

 

Como resultado de lo anterior, la transformación de los partidos es inevitable y completamente sensible a estos cambios para ofrecer soluciones. No obstante es preciso aclarar que las tendencias que trae consigo el proceso globalizador, que de manera centrípeta (hacia adentro) nos envuelve en escenarios inesperados que de pronto parecen subordinar la acción del Estado al mercado o, lo que es más claro, ahora no son los gobernantes quienes mandan sino las grandes empresas nacionales o internacionales, obligando a las sociedades en lo interno a adoptar instrumentos de política económica y social totalmente ajenos a sus realidades.

 

Esta realidad constituye el principal factor externo que ahora aqueja al sistema de partidos y trae consigo cambios frecuentes, que pudieran parecer imperceptibles pero que se hacen tangibles casi en  lo inmediato en el sentir social, trayendo como consecuencia que los partidos políticos se vean debilitados ante tales cambios y no respondan con efectivas propuestas y soluciones ante la crisis que se viven y muchas otras que seguramente están en puerta.

 

Pero existen factores internos que son más palpables porque la sociedad los siente mucho más, y entre ellos podemos reconocer que estas organizaciones, los partidos políticos, a pesar de que en teoría deben responder a las demandas del pueblo y ser representantes de su voz y voto ante el Estado, se ven cada vez más alejados de la sociedad, se han convertido en partidos aparato, en “máquinas electorales cuya función única es organizar el proceso de selección de candidatos, hacer propaganda y conseguir votos”, se han olvidado de su función social y dedicado exclusivamente a ejercer su función política, han dejado de propagar y defender ideologías entre el pueblo y se resumen a buscar la participación ciudadana sólo cuando esta significa votar por los candidatos que ellos mismo eligen y con toda la artimaña posible; los ciudadanos pierden, entonces, su calidad cualitativa y se convierten en meros porcentajes relacionados con los resultados de las elecciones o de encuestas de opinión. La contabilización de ciudadanos se convierte en el poder de los partidos, no en su ideología.

 

De esta manera la participación ciudadana en los gobiernos, y por lo tanto en los partidos, se ve reducida al día de las elecciones de tal manera que la verdadera democracia disminuye a algo que ya no le podemos llamar así. No se le da la oportunidad al pueblo de formar parte de la política, los partidos se ven conformados por personas que siguen una misma pauta de tal manera que no se toleran las diferencias ni la pluralidad, las cuales son las bases de toda democracia. Son los grupos y los arreglos debajo de la mesa los que definen la llamada “vida institucional” de los partidos, todos sin excepción.

 

Creo que está de más que repita lo que tantos dicen en sus discursos oficiales, al tenor de que la democracia en teoría se le conoce por ser incluyente; pero también quiero recalcar que cuando no existe una verdadera igualdad y tolerancia a lo diverso, la democracia se convierte en excluyente ya que diferentes minorías no se sienten representadas por el gobierno o el partido  que les ignora. 

 

El problema de la poca correspondencia por parte de los partidos es de seria gravedad. Un pueblo que no percibe respuesta por parte de los partidos políticos deja de confiar en él, de apoyarlo. La mayoría de los mexicanos resultó satisfecha con las elecciones del 2000 cuando el presidente electo fue Vicente Fox. El país en realidad no votó por Fox, votó por el “cambio”, cambio que conforme pasó su sexenio no fue entregado a los mexicanos. México, entonces, perdió la esperanza de que el cambio de partido político fuese a resultar como la diferencia que la nación necesitaba después de 70 años de continuidad, el cambio resultó en un congreso dividido, y una política paralizada que se proyectó incluso al sexenio posterior y continúa en el actual.

 

Hoy en día los partidos reciben menos apoyo por parte de los ciudadanos, y esa desconfianza no sólo se basa en la poca reciprocidad que reciben, sino también en la desconfianza al propio sistema electoral.

 

Para comprender el futuro de los partidos, debemos comprender el presente. Y vivimos un futuro poco halagador que bien cuestiona si el tema de los partidos políticos sea uno que realmente aporte a la democracia o bien tenga todavía algo que decir a las grandes mayorías silenciosas.