[18] Intervención en su calidad de Coordinador General del Primer Festival de Arte, Cultura y Deporte, “San Pedro ‘96”, en la ceremonia de clausura en el “Teatro del Pueblo” frente a la Presidencia Municipal.
Venustiano Carranza, Michoacán, México, sábado 29 de junio de 1996.
Ciudadano Doctor José Luis Jacinto Barragán, Presidente Municipal de Venustiano Carranza, Michoacán;
Distinguidas personalidades, encabezadas por Don Luis y Don Abelardo Pulido, “Los Dos Oros”;
Compañeros del Comité Organizador de este Primer festival de Arte, Cultura y Deporte, San pedro ’96;
Conciudadanos:
Desde la perspectiva que me da la libertad de pensamiento, acudo esta noche aquí, ante ustedes, más que a hacer una simple y llana intervención, a manifestarles mi más profunda emoción por los acontecimientos vividos antes, durante y después de este magno evento que hoy llega a su fin y que tuve el honor de coordinar, gracias a la invitación que me formulara el señor Presidente Municipal y un significativo grupo de conciudadanos interesados en promover la cultura en una población que se apresta a ser, sin duda alguna, una de las más sobresalientes en el campo de la cultura en los próximos lustros; y digo destacada porque el diagnóstico que recojo al final de “San pedro ‘96”, así me lo demuestra; “San Pedro ‘96”, en tanto un paso más es de por sí, y por lo que significó, una experiencia difícil de superar, y lo es así porque la entrega que en él hubo, tanto de parte de las autoridades municipales como de mis compañeros integrantes del Comité Organizador y de ustedes, la población, fue, simple y sencillamente, admirable.
Vivimos tiempos diferentes, totalmente distintos a los que pudieran haberse vivido hace algunos años, cada día que pasa la población nacional y mundial está cada vez más informada y, como tal, exige y precisa cada vez de más cultura; desafortunadamente, las pautas que se han ofrecido han sido, las más de las veces y por seguir modas, totalmente anacrónicas, alejadas de nuestra realidad e identificación como nación; hoy en día la transculturación nos acecha con mayor vicio y amenaza, en suma, la integridad de la soberanía mental del mexicano.
Hace unos cuantos años la cultura en el mundo pecaba de abstracta; se formaban hombres que sabían, pero no podían; se acumulaban conocimientos sin sentido, se caía en la erudición por la erudición, saber sin poder, saber sin querer, poder sin saber. Hubo un humanismo almibarado que presentaba al hombre, su contexto y su futuro color de rosa; todo era posible para una voluntad individual, todo era posible para una colectividad nacional segura de sus fines y de sus medios; la defensa de lo vernáculo se erigía en tarea fundamental, la negación de lo extraño era dogma inquebrantable.
Hoy en nuestros días, la realidad se nos ofrece diferente. Vivimos y convivimos en un sistema de relaciones internacionales en el que todos asisten: unos a ganar y consolidar hegemonías, otros a tratar de ganar una posición geopolítica en un mundo totalmente desigual, pero, al final, todos confluyen en él y algunos con posturas en extenso agresivas.
Ante tal anacronismo, en nuestros días, cultura es sinónimo de libertad; libertad para que cada hombre, desenvolviéndose de acuerdo con sus ímpetus interiores, contribuya a encontrar las metas comunes, los ideales generales, y sirviéndose a sí mismo sirva a la colectividad a la que pertenece, esta es la mística que debe primar cuando la oriundez y el terruño tanto nos llama, cuanto el terruño y la oriundez han sido para nosotros enseñanza pero, ante todo, raíz y compromiso.
En la nueva sociedad a la que aspiramos, no solamente los mexicanos, sino todos los habitantes del planeta Tierra, la cultura es camino y meta, senda por donde todos debemos andar y guía hacia dónde debemos ir; una sociedad en la que el hombre sienta que a ella se debe, porque ella le da lo que tiene, no sólo en valores materiales, sino en valores espirituales; una sociedad que quiere que cada hombre le haga a los otros hombres el mayor bien posible, para así lograr un mundo en que cada sociedad le dé a las otras lo que desea que las otras le den a ella.
Por ello, creo en la cultura, porque la cultura es libertad y dignidad para el hombre y justicia y democracia para la sociedad; porque la democracia es, en un mundo formado por muchos pueblos, diversidad de ideas y unidad en propósitos comunes; porque aprovechando la cultura arribaremos a un mundo en que unos cuantos hombres no luchen contra el mismo hombre; porque sólo la cultura es capaz de forjar al hombre del siglo venidero, del que precisa el mundo para recibir y enfrentar al impredecible futuro que nos aguarda.
Así, no podemos querer ni al hombre egoísta, ajeno a las inquietudes del medio en que vive, que exclusivamente busca para sí y no da nada de sí, ni tampoco una sociedad devoradora de hombres; por eso debemos luchar, por igual y sin tregua, contra el especialista, fruto de una educación mercantilizada, que sabe cada vez más de cada vez menos, y contra el hombre deshumanizado, frío, cerebral, que no sabe mucho de nada porque sabe un poco de todo, que se especializa en la búsqueda de lo inútil, aficionado a todo y experto en nada, que ve la cultura como mero placer y se convierte en ávido mandarín cebado por el pueblo.
Hoy, los conceptos de arte y cultura, deporte o educación, enlazados al necesario objetivo de libertad, deben ampliar y enriquecer nuestra interpretación de la realidad y exigirnos una rigurosa interpretación, también, de la crisis contemporánea; una crisis que presupone, desde Hiroshima y Nagasaki la posibilidad y la probabilidad de la destrucción de la vida; una crisis que plantea desde el Golfo Pérsico o Bosnia Herzegovina el sometimiento de la ciencia a la destrucción; una crisis que nos confirma, desde Zaire o Somalia, la desesperanza humana; una crisis que nos recuerda, desde Cuba, que la “pureza ideológica”, en tanto entorno cultura, no siempre constituye el maná capaz de alimentar cuerpo y espíritu.
Hoy, pues, cuando la cultura, en tanto sinónimo de avance y desarrollo humano se usan para la destrucción y para la guerra, para la competencia deshumanizada por un mundo que, como creación, a todos por igual nos pertenece y por el cual no existe la necesidad de la competencia, debemos mirar al mundo de frente, con calma y ojos serenos, con paciencia, con valor, con esperanza, aún cuando los ojos del mundo estén hoy inyectados de tanto odio, maldad, egoísmo, hipocresía, sangre y tanta hambre.
Hoy, debemos querer que el hombre contemporáneo use la mano para crear y con su cerebro sepa por qué y para qué crea, sepa que se debe a sus semejantes, como manera de que sus semejantes se deban a él, sepa que la mano, la palabra y la idea deben marchar unidad para construir.
Los caminos del mundo enseñan, y sus propias circunstancias obligan; hoy éste se aprecia incompleto, y lo apreció así porque, como lo dije antes, parece que hoy la razón se aleja paulatinamente en las relaciones entre los hombres; parece que hoy abrimos una puerta al pasado; para que hoy, el desconcertado gobierno de este mundo, ignorante y ciego, pone debajo del dosel la soberbia y entre prisiones la humildad; lisonjea y aplaude el vicio, desprecia y denigra la virtud; a la culpa la coloca en el trono y a la inocencia apremia en la cadena; a la ignorancia autoriza y a la sabiduría desacredita; pero, ante ello, la cultura se erige como la bandera capaz de transformar los esquemas mentales con capacidad y autoridad para liberar al mundo, para crear y consolidar al hombre del siglo XXI.
Señoras y señores:
He vivido intensamente “San Pedro ‘96”; como enseñanza, forma ya parte del acervo de formación que aún me aguarda en el ir y venir por el planeta; sé que lo mío no es nada fácil, porque cuando se ama la libertad, y más específicamente la libertad del mundo, los demonios siempre aparecen a obstaculizar el camino; pero los destinos están marcados, y marcados también los designios; hoy, vale la pena imitar el acto señero de Simón de Cirene y ayudar a tantos a llevar su Cruz; pensarán muchos que difícil es cargas con lo ajeno, pero en verdad les digo que entre más pesada esté la carga más alejados estaremos de caer en la equivocación o el desvarío y más huella dejaremos en nuestro paso por esta bella experiencia que es la vida; quien tenga oídos que oiga.
“San Pedro ‘96” hizo renacer en mí la esperanza que siempre he puesto en los míos, ojalá que todo esto que juntos hemos compartido en estos siete inolvidables días en que se han conjugado nuestras emociones humanas, fincadas en la materia que somos, no sea solamente moda pasajera y que, por el contrario, se proyecte en el tiempo y el espacio en que, como pueblo, nos toque ser testigos y actores de nuestra propia historia.
Gracias, compañeros del Comité Organizador, gracias Señor Presidente, llevo en mí el recuerdo de esta bella experiencia; llevo en mí en reforzado valor que me impulsa; llevo en mí, en corrección y aumento, la pasión que me caracteriza cuando de servir al mundo se trata; llevo en mí, perenne ya de por sí, el recuerdo de “San pedro ‘96”.
Nos vemos, si Dios lo permite, en “San pedro ‘97”.♦