[184] LA MIGRACION: UN CAMBIO DE ACTITUDES
Felipe Díaz Garibay
Semanario "El Vigía de la Ciénaga de Chapala", Sahuayo, Michoacán, México, domingo 18 de julio de 2010.
Ciudades de hojalata, villas miseria, comunidades de chatarra que se extienden hasta el horizonte; estos escenarios, la mayor parte de zonas rurales, son los que dan forma a los torrentes de la migración que se han producido también en las metrópolis del llamado Tercer Mundo.
Hoy en día existen grandes y famosas ciudades como Lima, Lagos, Calcuta, México, Guadalajara, para no citar sino unos pocos ejemplos, en las cuales importantes núcleos de población viven hacinados en tugurios de construcción barata, sin agua, sin electricidad, sin calles pavimentadas, sin sistemas de drenaje y alcantarillado y sin cualesquiera otras comodidades de la vida urbana moderna; viven inmersos en el dolor de su realidad.
Como viajero algunas veces las he visto, sí, en manchas “urbanas” y favelas con aprendiz de comunidades o asentamientos humanos, como desordenadas manchas en las laderas de las colinas, penetrando en los pantanos, ocupando llanuras áridas y desoladas, sirviendo para varios propósitos, el principal: ilustrar cuán mísera puede ser la vida.
Y aún si no son visibles, es posible leer informes en los periódicos de cualquier gran ciudad sobre otra batida de braceros, inmigrantes ilegales de México, o cualquier otro país, que esta vez se han llevado de vuelta a casa en camiones, miles de kilómetros tierra adentro a su país de origen para impedir que puedan volver y pasar una vez más clandestinamente a través de la frontera con Estados Unidos.
Se adquiere la impresión de que la miseria es la acompañante natural del movimiento humano.
El fenómeno migratorio tiene dos caras que deben ser analizadas con rigor a efecto de no confundir su concepto y, desde luego, sus efectos: la interna y la internacional.
La migración interna como internacional tienen lazos comunes que se atan en el afán de encontrar mejores condiciones de vida, la oportunidad, el alimento, la justicia y, a veces… la libertad.
La migración interna está compuesta por todos aquéllos que la tierra ha llevado a la desesperación.
Los migrantes internacionales, por su parte, parecen ser en su mayoría seres humanos que viven características comunes: ser pobres o bien perseguidos, “trabajadores huéspedes”, braceros mexicanos, refugiados, o la “gente de los botes” que nadie quiere y cuyos cadáveres finalmente aparecen en las playas arrastrados por la marea para dar una punzada momentánea a la conciencia de todos aquéllos que tienen mejores condiciones de vida.
Pero hasta los migrantes legales, que entran a una nueva patria con documento en regla, terminan enfrentándose con la confusión de la discriminación social y económica tan desmoralizadora como penetrante.
Al menos así se afirma con frecuencia.
La migración, ¡ah la migración!, como una de las variables demográficas clave en nuestros días, ha sido un tema de profunda e inevitable discusión en las múltiples conferencias mundiales sobre población, celebradas en innumerables ciudades del mundo. Y aún cuando se emiten vastas cuartillas repletas de recomendaciones aprobadas en cada conferencia, tanto sobre la distribución de la población y la migración interna, como sobre la migración internacional, nada ha sucedido; la actitud xenofóbica aún persiste; parece un mal sin remedio.
En las últimas décadas se han planteado vastas diferencias en la manera en que los expertos consideran el complejo asunto de la migración, tanto interna como internacional, en todos sus aspectos. Al respecto hay coincidencias y divergencias, posturas encontradas algunas, que pasan de lado el elemental derecho humano a la vida, de quien lo deja todo por ir en busca de oportunidades , en efecto, en busca de vivir.
La migración de las zonas rurales a las urbanas, antes se había establecido como una causa de efectos devastadores tanto para los migrantes como para las ciudades que los reciben. Las consecuencias de la migración rural-urbana en su mayoría son negativas para las comunidades recipientes; como consecuencia de estas evaluaciones negativas, muchos gobiernos al enfrentarse con el problema del rápido crecimiento de sus ciudades, han tomado la decisión de adoptar políticas destinadas a reducir o hasta detener el flujo de los migrantes rurales a las ciudades.
No así, las nuevas evaluaciones, este tipo de migración se considera como un fenómeno que tiene efectos positivos tanto sobre las personas que migran como sobre las comunidades que las reciben. La razón es que muchos analistas y sociólogos consideran que la concentración de los migrantes en los grupos de los jóvenes adultos es una de las características universales de los flujos migratorios; de esta forma, el predominio de los migrantes jóvenes a menudo se considera en términos negativos poniendo énfasis en sus necesidades de trabajo, vivienda, educación y servicios sanitarios. Sin embargo, otros han considerado que este aspecto del fenómeno migratorio suele ser positivo destacando el hecho de que las personas en estos grupos de edad tienden a ser las más sanas y se encuentran en la etapa más productiva de su vida; la ciudad se beneficia con la fuerza laboral de migrantes sin tener que soportar los costos de su reproducción.
La apreciación general, en tiempos donde las desigualdades son la característica esencial de innumerables sociedades, es que la situación es vista como positiva en su mayor parte pues por lo general los migrantes y las familias viven en mejores condiciones de las que hubieran logrado de no haber tenido lugar su migración. Pero no siempre sucede de esa manera, al menos no siempre para el caso de nuestro país donde el problema de la migración interna adolece de serios problemas estructurales que aún no han podido ser resueltos de raíz, impidiendo bajo todo concepto cualquier escala de movilidad social.
La migración internacional tampoco escapa a la evaluación positiva desde el punto de vista de muchos analistas. Aquí se refiere que en vista de que el país recipiente sólo tiene una responsabilidad limitada para promover el bienestar de los migrantes no documentados, se beneficia de su mano de obra sin tener que llevar la carga completa de los costos sociales y económicos de su presencia en su territorio; por lo tanto, es posible decir que las consecuencias de la migración no documentada únicamente serán negativas para el país recipiente cuando no existe una demanda insatisfecha de mano de obra.
Pero aquí también existen serios problemas. La oferta de empleo no siempre cubre la demanda de los grupos migrantes con las obvias consecuencias.
Positiva o no, para que quien llega o para quien recibe, queda claro que, en tiempos de globalización, aún queda mucho por hacer para asistir a los migrantes en su nueva localización y para especificar y proteger sus derechos humanos; en efecto, los países tienen mucho que ganar si se deciden a combatir el prejuicio y la discriminación contra los migrantes y los refugiados –en el mercado laboral y en otros aspectos sociales-, a ayudar a mantener unidas las familias y a alentar a los migrantes a conservar su patrimonio cultural.
Sin duda alguna la reevaluación de los problemas de migración habrá de desempeñar un papel importante en la nueva discusión sociológica y política. Las futuras conferencias en la materia habrán de poner de manifiesto fuertes presiones para enmendar muchas de las secciones relativas al tema migratorio dentro de los planes de acción mundial que se emitan al respecto, a efecto de darles un tono más positivo, para ponerlas en línea con todo cuanto se ha aprendido en todos estos años y para alentar una mayor investigación puesto que aún queda mucho por aprender.
Mientras tanto, e independientemente de la óptica con que se quiera ver este problema que más que ello es un fenómeno con el que tendremos que aprender a convivir, en silencio y en debate por decidir hacerlo o no, la gente continuará migrando, arriesgándolo todo al abandonar su choza o su vieja aldea, abandonando la quietud de la campiña por el tumulto y el ajetreo de la ciudad amenazante o pasando a través de las fronteras internacionales ya estén legalmente autorizados para hacerlo o no, encaramándose a bordo de botes y haciéndose a la mar con o sin destino.♦