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[179] LAS MERCANCIAS DE LA GLOBALIZACION

 

Parte III y última

 

Felipe Díaz Garibay

 

Semanario "Tribuna" de Sahuayo, Michoacán, México, domingo 20 de junio de 2010.

 

 

 

La globalización ha repercutido incluso en los propios patrones de consumo de la sociedad. En antaño, reconocen muchos, solamente los ricos comían carne y eran gordos, los demás eran delgados y comían muchos vegetales, frutas y pescado, pero cuando fue avanzando el proceso globalizados y comenzaron a llegar a muchos países las hamburguesas y las delicias norteamericanas, cambio la sociedad en muchos países y, se comenta por ejemplo, ahora los ricos son vegetarianos y delgados, y los pobres y clases medias son gordos y carnívoros. Ser gordo es símbolo de pobreza y delgado de riqueza, vaya cosas.

 

En lo personal siempre me he quedado con la interrogante si eso será una regla irreversible con todos los continentes.

 

Recientemente en México se hizo un estudio entre niños y jóvenes y descubrieron que la obesidad ha pasado a ser un problema de la salud de los mexicanos, pero no de los mexicanos ricos sino de la clase media y media baja, quizás también de los pobres.

 

La obesidad que ha sido tradicionalmente un problema de la sociedad norteamericana y de otros países industrializados, ahora esta pasando a ser problema de los países pobres.

 

Con la comida rápida también aumenta el marketing de las bebidas refrescantes y excitantes que vuelven a los jóvenes seres atractivos e interesantes; bebidas que le dan chispa a la vida de quienes las toman. En El Salvador, por ejemplo, se comenzó a promover la idea entre mucha gente progresista, mejor conocida como de izquierda, de no tomar las bebidas importadas sino los refrescos naturales como la horchata, el tamarindo y otras delicias propias. Es algo así como un boicoteo pacifico, algo simbólico que tal vez no afecta las ganancias de las compañías transnacionales, pero que le da algo de satisfacción a quien lo hace.

 

Este es un panorama, un poco irónico, de lo que podríamos entender por globalización.

 

Pero pues abundan quienes están convencidos de que hay que sentirse orgullosos de ello porque es signo de que vamos en buen camino: en el camino del desarrollo y la modernidad, por lo menos así lo anunciaron muchos políticos en el continente. Ya somos parte de la globalización, no globalizamos sino que nos globalizan pero somos parte de ese irreversible proceso que ha traído al interior de muchas naciones incontables repercusiones.

 

Los millones de inmigrantes en EE.UU., en su mayoría de Latinoamérica, muchos sin documentos legales, son producto de esa globalización que nunca nos pregunto, al menos no a muchas sociedades y entre ellas la mexicana, si estábamos de acuerdo o no con entrar a los vaivenes, de esos tratados que tampoco nos invitaron a tratar el tema, y por lo tanto, los migrantes son algo así como otra mercancía mas que se vende y se compra en el mercado capitalista mundial, que ahora conocemos como Globalización, y emigran hacia el Norte porque allá, dicen, no es tan jodida la vida como en el Sur.

 

Está muy bien que se hable del llamado “rostro humano de la globalización”, porque ciertamente puede tenerlo en tanto se presenta como un grandioso fenómeno que nos une, que nos aproxima, que por la facilidad de los medios de transporte y las nuevas tecnologías de la comunicación nos acerca unos a otros de un modo impensable hace tan sólo una década. Pero lo interesante de lemas y divisas no es tanto lo que dicen como lo que sugieren o, expresado con cierta malicia, lo que “delatan” o “traicionan”. Si hay un rostro humano de la globalización es porque también tiene otra cara, menos cercana a la persona, menos humana, deshumanizadora quizá. Y, como suele pasar con la discusión intelectual de cualquier tema, el meollo de la cuestión se nos revela mejor si jugamos a contraponer los dos costados del problema para adquirir una visión sintética del fenómeno de que se trate, sin olvidar que “sintética” equivale a “constructiva”, “elaboradora”, “creativa”.

 

Por fortuna, han pasado los días del entusiasmo indiscriminado y poco reflexivo por la globalización, una de cuyas más notorias paradojas es su carácter escasamente global. Los estudiosos del tema calculan que toda la parafernalia de la mundialización, compuesta por las nuevas tecnologías informáticas y telemáticas, la new economy neoliberal, la interpenetración de las culturas o multiculturalismo y la llamada “sociedad de la información”,  sólo afecta al 15% de la población mundial, mientras que gran parte del resto sigue viviendo en unos niveles que van desde el neolítico hasta los bordes inferiores de la civilización romana. Baste apuntar que el 65% de los habitantes del planeta nunca ha hecho una llamada telefónica y que en la isla de Manhattan hay más conexiones electrónicas que en toda África.

 

Así las cosas, podemos afirmar que lo primero que se ha globalizado es la pobreza.

 

La irrupción de los procesos mundializadores ha conducido a que la distancia de riqueza entre los países y, dentro de cada uno, entre sus diversos niveles sociales, haya crecido en los últimos lustros. La diferencia entre un rico de un país rico y un pobre de un país pobre es un abismo que no se había registrado nunca hasta nuestro tiempo.

 

En términos generales, según algunos historiadores de la economía, hace mil años la distancia entre el país más rico del planeta (a la sazón China) y los más pobres (entre ellos, la mísera Europa) era de 1,2 a 1. Hoy, esa desproporción entre acaudalados y miserables se eleva a la relación de 9 a 1, y sigue creciendo sin interrupción. Quizá esta dinámica de desigualdad brote de las necesidades internas del nuevo modo de trabajar y comunicarse. Pero en lo personal no sé, porque hasta ahora no los he visto, cuáles son los programas políticos que surgen de esas necesidades internas, pero sí sé que un régimen que no proporciona a los seres humanos ninguna razón humana para cuidarse entre sí, por ejemplo, no puede preservar por mucho tiempo su legitimidad y no puede, desde luego, hablar de la nobleza de un proceso que, a nivel mundial, está trayendo consigo cuestionables efectos.