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[172] LA CURIOSIDAD MATO AL GATO… LA SOBERBIA ACABA CON LOS PARTIDOS

 

Parte II

 

Felipe Díaz Garibay

 

Semanario "Tribuna" de Sahuayo, Michoacán, México, domingo 23 de mayo de 2010.

 

 

 

Las relaciones entre las dos grandes estirpes que conforman la sociedad humana, es decir gobernantes y gobernados, históricamente no han sido fáciles; desde San Agustín hasta Norberto Bobbio pasando por Georges Bourdeau, el problema ha sido tratado con profundidad y se ve claramente que, en tanto antagónicos, estos dos grupos han mantenido una relación poco convergente y sí cargada de contrariedades.

 

Han sido muchos los movimientos que en el ámbito de la historia humana se han suscitado con la bandera del reclamo a la injusticia; han sido y seguirán siendo tal vez mayores los resultados, ya que consigo han traído madurez, experiencia y cultura, y lo que es mejor han sembrado la semilla de la inquietud siendo capaces de proveer de elementos para escribir la historia. Así, podemos deducir con facilidad que es la participación política o el deseo de ésta lo que motiva más vivamente al hombre y, también, lo que arrastra a competir con sus semejantes en busca de posiciones.

 

Pero, en la actualidad, son muchas las causas que llevan al hombre a mostrarse apático a la actividad política, a renunciar incluso a una membresía partidista. Hoy en día si vale la pena preguntarse sobre cuáles son las causas que mueven al individuo a firmar su cédula de filiación a un partido político, más lo vale el cuestionarse sobre las razones que llevan a éste a renunciar a esta membresía, a cambiar de bando como vulgarmente se dice o incluso a manifestarse públicamente y en las urnas  en contra de una determinada organización política. El punto clave en el desgaste de las estructuras partidistas se encuentra precisamente en las actitudes que adopta la propia militancia; hoy, gracias a las posibilidades que brinda la cultura y la información, la sociedad tiene la oportunidad de formarse criterios propios que le ayuden a definir sus posiciones sobre todo en lo político.

 

Las reflexiones de muchos de los grandes pensadores políticos circunscriben su concepción del mundo en la naturaleza del hombre; para ellos ésta es inviolable y justamente en ella reside el aspecto soberano sobre todo en la relación que se presenta entre las dos grandes estirpes a que hacía referencia al inicio de esta segunda parte, es decir entre los gobernantes y gobernados.

 

El atentar contra aquélla naturaleza humana es sin duda el elemento que ha acompañado a las grandes manifestaciones que han repudiado a regímenes registrados por la historia como excelentes transgresores de los más elementales derechos humanos. Más que los regímenes de gobierno, los partidos políticos han caído en nuestros días en actitudes lamentables; en definitiva, no puede ser político lo  que se opone al bienestar social y a la participación política de los cuadros que integran las sociedades y los propios partidos y  no puede ser político y democrático lo que se aparta del sentir social y menos puede serlo quien niega las posibilidades a los con ese fin llevó consigo.

 

La triste historia es esa, muchos partidos políticos olvidan los altos cometidos que les dieron origen y naturaleza, surgen con una actitud eminentemente electorera y no de convertirse en factores de cambio, sino en un mero reflejo de la inercia; después, cuando creen haberse ganado "el sentir social" cambian las pautas, se incurre en la soberbia, en la actitud absolutista, pero la historia nunca se detiene y sí actúa justa y determinante al grado de convertir a los otrora partidos políticos en sentida quimera; ese es el precio que se paga cuando el hombre cree, cuando se le convence de una causa que no es su causa, cuando se manipula su conciencia, su propia capacidad de raciocinio. Pero dura y estricta es la lección del tiempo cuando descubren que el individuo o los grupos sociales han tomado conciencia de clase  de sí y para sí cuando se niegan a la manipulación de su conciencia.

 

Indudablemente es la soberbia en que han incurrido las dirigencias partidistas, la que les ha obligado a apartarse incluso hasta de los principios de doctrina. Es verdaderamente no triste, sino lamentable, que se transgreda a las esencias de los partidos en aras de intereses sustentados en corta visión de la actitud personal y es que a los partidos los hacen no las siglas, ni los colores, los hacen un tanto las doctrinas y las ideologías pero más, y fundamentalmente, los hombres y mujeres que militan en sus filas.

 

Las viejas y desgastadas actitudes despóticas, deben ser desechadas por los pueblos y lanzarlas al basurero de la historia.

 

El despotismo siempre ha sido motivo de perdición de sistemas políticos enteros, amén de considerar a las tristes figuras de líderes partidistas o estadistas que se creen serlo todo, tener al mundo en sus manos y hacer de él lo que mejor les plazca; ¿se duda?, consultemos a un Luis XVI, a un Anastasio Somoza, a un Manuel Antonio Noriega, a un Ferdinando Marcos, o mejor esperemos preguntárselo a otros tantos que pronto formarán parte de los caídos a causa de sus "sabias actitudes". Siempre por siempre el despotismo de los gobernantes hacia los gobernados ha irritado a los pueblos provocándole úlceras de inconformidad y, en consecuencia, han caído imperios.

 

La historia nunca se equivoca.

 

En nuestros días, pese a la lección histórica, las actitudes prevalecen; parecen ser una variable permanente y obligado requisito para la convivencia humana. Y los partidos políticos que debieran promover el respeto a la naturaleza humana, a los más elementales derechos del hombre, caen en ellas y la “transparente” estructura que lo ofreció todo se vicia, se cierra y hace que la militancia, que los seguidores, que la fuente generadora de votos no sea más que una masa que les hace acrecentar más su vedetismo alimentando un ego arrastrado, marcado por la inmoralidad y la deshonra.

 

Cuántas cosas habremos de ver en el futuro inmediato, cuántas celebridades que hoy se coronan en los grandes tronos habrán de percatarse de sus crasos y graves errores y llorarán frente al espejo al darse cuenta de su inmundicia. Escrito está, señores dirigentes: “no hay pena que dure cien años ni cuerpo que la aguante”, al tiempo apelo.

 

Las cúpulas, con actitud de "perdonavidas", luchan y compiten entre sí por las posiciones; la masa, es decir "la borregada" como en México le llaman, desinformada, humilde y desprotegida por naturaleza, apoya por inercia, un poco como esa frase del vulgo que establece: "¿a dónde va Vicente?, pues a donde va toda la gente". El electorado humilde que muchas veces, y como en la generalidad de países sucede, constituye el sostén de los partidos, no puede mirar a los ojos de la cúpula, ella es sagrada, es divina, pobre alma que ose hacerlo, pobre de aquél que mire a los ojos de un dirigente con actitud de reclamo; ellos son los intocables, ellos poseen los santos aposentos a los que no cualquiera por fiel que sea a su partido puede tener acceso, ¿entonces quién?, cualquiera que vaya a ofrecer loas, oro, incienso mirra y, desde luego, toda clase de placeres y frivolidades; los demás son sólo eso: los demás.

 

Producto del alejamiento de los partidos del verdadero sentir social, deviene la ausencia de credibilidad y con ello, muchas veces, el derrumbe institucional; ese que es necesario para inducir los cambios, para hacer posible la historia, para lograr que el mundo continúe; ese que es necesario para llenar las fracasadas aspiraciones y vanas pretensiones de quienes de pronto recurren al pedimento de limosna de legitimidad para intentar ganarse la confianza del pueblo.

 

Pero nos vemos la próxima semana, aún hay más de esto. (Continuará).