[168] LA SEGURIDAD SOCIAL EN MEXICO: UNA REVOLUCION TRUNCADA
Parte II y última
Felipe Díaz Garibay
Semanario "Tribuna" de Sahuayo, Michoacán, México, domingo 9 de mayo de 2010.
A poco menos de un siglo de la formulación de lineamientos constitucionales de vanguardia en materia de seguridad social (1917), a sesenta y siete años de la creación del Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS, 1943), a medio siglo de la creación del Instituto de Seguridad y Servicios Sociales de los Trabajadores del Estado (ISSSTE, 1960) y a quince años de legislarse una reforma profunda en el sistema de pensiones de este Instituto (1995) y a tres de haberse realizado una que fue llamada “la más profunda reforma en materia de seguridad social”, la seguridad social en México no ha logrado cumplir con su función más elemental: asegurar a toda la población, pero en particular a la población más vulnerable, contra contingencias de salud, y contra caídas drásticas del ingreso al final de su vida productiva.
Como en muchos países de América Latina y de otras regiones en desarrollo, la cobertura de la seguridad social en México esta truncada precisamente para la mitad más pobre y los grupos más vulnerables de la población, con coberturas cercanas al 20 por ciento para los adultos mayores, zonas rurales, y poblaciones indígenas, respectivamente.
En el decil poblacional (10 por ciento) más rico la cobertura es del 90 por ciento, en el más pobre de apenas 1.5 por ciento.
Para la mitad más afortunada, la seguridad social esta fragmentada en sistemas (horizontalmente) desiguales, con condiciones privilegiadas pero financieramente insostenibles para los trabajadores del sector público. La reformas recientes aseguraron la viabilidad financiera del sistema de pensiones de los derechohabientes del IMSS, pero han quedado pendientes, aunque se haya reborujado la redacción de las exposiciones de motivos y los resolutivos, las posibilidades de ampliar la cobertura a la población pobre, y la plena integración de los sistemas del sector público en un sistema único, equitativo y viable.
Hasta muy recientemente, tampoco existían esquemas de protección social para la población abierta independientes de los sistemas de seguridad social. En 2002 se estableció un seguro de salud básico para esta población que está en fase de expansión denominado Seguro Popular, y en 2006 se inicia un programa de pensiones mínimas dirigido a la población abierta de la tercera edad en condiciones de pobreza extrema. El reto para el futuro será consolidar estos esquemas, todavía incipientes, parciales, y descoordinados entre sí y con los sistemas de seguridad social y con ciertos rasgos ya de indicios de corruptelas, en un sistema integral capaz de garantizar protección básica a la población en su conjunto.
El costo social acumulado del fracaso histórico de la seguridad social como instrumento de protección social en México es, digan lo que digan y dígalo quien lo diga, difícil de estimar.
Pero los resultados que podemos cuantificar son contundentes.
La seguridad social representa el rubro más regresivo de todo el gasto social y los efectos están a la vista. La pobreza en la tercera edad supera la pobreza en el resto de la población por un margen amplio aún en el contexto de América Latina. Los ingresos por pensiones no contribuyen a reducir la desigualdad del ingreso, sino a aumentarla. Persisten brechas amplias en indicadores básicos de salud y nutrición, en el acceso a servicios de salud, y en la vulnerabilidad financiera ante riesgos de la salud. Las tasas de mortalidad infantil y de desnutrición en preescolares en los municipios predominantemente indígenas son dos y tres veces mayores, respectivamente, que en los municipios no indígenas; la tasas de mortalidad infantil municipal más alta del país es similar al promedio nacional de hace medio siglo, y 11 veces mayor a la tasa municipal más baja para el mismo año, una brecha comparable a la que separa a Bangladesh de Estados Unidos (SSA, 2001).
Pero bueno eso qué importa, como lo he dicho en más de una ocasión en México no pasa nada, aquí se vive en el “Jardín de las Delicias”, muchos centros hospitalarios públicos donde debe velarse por la seguridad social, son convertidos en santuarios de las frivolidad, donde el imperio del amiguismo y el “arreglo” están a la orden del día; hay que colocar no al médico ético, no, sino al que se preste a las componendas y a los cochupos, es mejor recurrir al compadre, al amigo secreto, a la amiga dispuesta a todo aquél que esté listo para encubrir los enormes rosarios de impunidad; ¿pero que las certificaciones de la función pública?, ¡por Dios! La peor mascarada. De nada sirve reformar las leyes si al final de cuentas el nepotismo y el amiguismo tienen invadido ahora, como en antaño desde luego, el servicio público y más en el sector salud donde el pleito por las famosas “plazas” está peor que en el circo romano.
Acá no valen los méritos, no, ¿quién dijo eso? quizás se leyó en alguna de las fábulas de Esopo, no perdón no fue ahí porque los animales al menos resultan ser más sinceros, es la realidad de un país donde la lealtad se paga con desprecio y olvido, donde el servir y ser útil se paga con traición. Acá parece que es necesario arrastrarse y perder la dignidad para hacer valer tu voz.
¿Y en los hospitales del IMSS y el ISSSTE?, amén de considerar el trato que se les da a los derechohabientes, la cultura del “NO HAY”, está a la orden del día. Ahí está el testimonio de miles de derechohabientes y si alguien lo duda pues vamos a preguntarles.
Y cuidado que alguien se defienda, cuidadito que alguien reclame, porque resulta ser un prepotente, porque en este país luchar por la justicia es estar loco, reclamar un derecho es insolencia, levantar la voz para defender tu verdad es firmar tu sentencia de muerte.
Las víctimas en México siempre resultan ser victimarios.
Con la reforma en materia de seguridad social, aprobada justo en la Legislatura de la que yo formé parte, se pretendió mejorar el sistema de pensiones y lo más elemental: brindar una mejor atención al derechohabiente, proveerle de los servicios y sobre todo con un buen abasto de medicamentos; es lamentable ver que eso fue quimera, una falsa ilusión que quedó solo en el papel.
En las clínicas del ISSSTE como la de Sahuayo, Michoacán, por ejemplo, las quejas están a la orden del día, el desbasto de medicamentos, simple y sencillamente, es alarmante; que no lo hay, que pase con el doctor fulano, que no hay recibos para el servicio subrogado, que cómprelo usted y traiga la factura (¡!), pero repito, cuidadito con que alguien diga algo, cuidado que alguien vaya a reclamar un derecho que le cuesta no al Presidente de la República, o a los Diputados o Senadores, o al Gobernador o al Delegado del ISSSTE en el Estado, como tampoco al director de la clínica o a los encargados de la farmacia, no, que le cuesta al propio trabajador y a ti que ahora me lees.
Pero, repito, eso qué importa, es mejor seguir pagando las facturas políticas, total México aguanta, como también puede aguantar mas tiempo, el qué le de la gana a quien sea, el inicio de la construcción de la ampliación de la Clínica de esta institución en el mismo Sahuayo, proyectada, autorizada, cantada y cacaraqueada ya tantas veces, ahí están las insuficiencias, ahí están los resultados del mal gobernar, pero repito, ¡tranquilos!, México aguanta eso y más.
Pero nuevamente, eso qué importa, en México no pasa nada, aún cuando la seguridad social en México huela a contrarrevolución y se haga patente en el famoso Bicentenario en el que la verdad no sé que festejen si ahora nadie entiende la revolución y menos aquéllos que todavía esperan de la seguridad social que no es otra cosa que una revolución mal entendida y totalmente truncada.
Es una lástima, aunque yo diría que imperdonable, que a doscientos años de indiciada la lucha por nuestra independencia y a cien también de iniciada nuestra llamada “Revolución” las cosas en México estén como están.
Pobre México cuanto tienes que soportar, ¿hasta cuando?♦