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[147] EL ENTORNO ACTUAL DE UNA POBRE DEMOCRACIA

 

Parte II

 

Felipe Díaz Garibay

 

Semanario "Tribuna" de Sahuayo, Michoacán, México, domingo 26 de abril de 2009.

 

 

 

La Reforma Electoral recién aprobada también, dejó sin vigilancia y sin normatividad  a una actividad empresarial muy lucrativa y de gran influencia en la vida política del país; ésta es la industria de la adivinación del futuro político, conocida generalmente como los estudios de  opinión pública.

 

Con no más de veinte años de vida, esta actividad se ha encumbrado a un nivel tan alto que sustituye algunas veces el análisis de las disciplinas teóricas sociales, subordinando los paradigmas científicos y teóricos, y haciendo depender a los equipos de asesores de las mediciones estadísticas que realizan una media docena de empresas encuestadoras.

 

Es tal la influencia de los propietarios y representantes de estas empresas, que su opinión tiene mayor resonancia que cualquier analista de los Institutos de Investigación de la UNAM  dedicados a temas sociales. Famosos, ricos y mimados, son acosados para ocupar los espacios estelares de los medios de comunicación masivos.

 

Nada más y nada menos.

 

Sin embargo, cuando se evalúa el trabajo reportado en sus encuestas electorales, éste carece de valor científico, de fuerza teórica y, al parecer, solamente ha servido para legitimar a personajes y grupos de poder convirtiéndose en propagandistas mercenarios; lo peor y triste del caso es que, incluso, son ahora el mecanismo que suple a la asamblea o la consulta a las bases militantes para la designación de candidatos (¡!) (Ver: Díaz Garibay, Felipe. “La Encuestología o los sondeos de opinión, la peor perversión de la democracia”, en Tribuna, Sahuayo, Michoacán, México, domingo 28 de septiembre de 2003).

 

Y estoy seguro: esas encuestas ¡nunca se realizan! Y que me demuestren lo contrario.

 

La gente critica y con razón, el hecho de que decenas de políticos se la pasan brincando de puesto en puesto sin tener siquiera que rendir cuentas a los ciudadanos, las diputaciones y escaños en el Senado plurinominales son cuna de decenas de personajes nefastos de los cuales los mexicanos no podemos deshacernos debido a que rinden frutos a los intereses de de los grupos que medran dentro de sus partidos ignorando a la ciudadanía que es quien tiene que mantenerlos, comen de nosotros sin que les hayamos invitado, pero son los familiares amigos y favoritos de los líderes de cada partido, son quienes abanderan los temas más importantes para los fines de los grupos parlamentarios y quienes se encargan de hacer el show mágico, cómico y musical en el que no pocas ocasiones se convierte la política de México, toman tribunas, cambian votos por despensas y llenan camiones con decenas de acarreados, sin mencionar que salen en videos escandalosos demostrándonos su nula calidad ética y compromiso con sus representados, aseguran siempre no tener intenciones políticas futuras, pero llegado el momento se asuman como los mejores posicionados y no tomen, sino arrebaten, haciendo campañas eternas usando las lagunas de la ley.

 

Así actúan los llamados “rayitos de luz” o las no menos “morales” figuritas públicas que actúan en nuestro escenario político.

 

Así están las cosas en México, así se suscita la ni menos vergonzosa realidad democrática nacional.

 

Otro caos democrático es el de los partidos políticos conocidos como pequeños que llevan consigo una baja representatividad de cara a  mexicanos y que, sin el cobijo de otros, no existirían; de ellos podemos decir que, las reglas sobre los partidos políticos han sido deficientes desde su origen. Tarde llegaron a la Constitución y la apertura de las organizaciones a la formalidad se dio en una circunstancia particular, en ese entonces se facilitó el reconocimiento a través de un registro condicionado al resultado electoral para así resolver la resistencia de los partidos para entregar los registros de sus miembros.

 

De ese entonces, 1977, el país ha conocido muchos partidos, incluso casos de organizaciones aun vigentes muy discutibles en cuanto a su condición y representatividad; en algunos casos conocidos y muy lamentables, el verdadero incentivo para obtener registro era acceder al régimen de prerrogativas, más que el de acceder al cargo público o ganar un espacio para la defensa o promoción de intereses legítimos.

El  caso de mi partido es ejemplo de la expresión de un proyecto político con profundas raíces históricas, independientemente de las vicisitudes de circunstancia que les hacen variar de preferencia electoral, cuentan con un ascendente considerable para superar por mucho el mínimo legal que le permite preservar el registro.

 

La situación de los partidos llamados “pequeños” es distinta, su vigencia es más vulnerable a la prueba de los votos. El proteccionismo que les había concedido la legislación, al permitirles eludir el desafío de los sufragios cuando se coaligaran, les lastimó en la consolidación de su base social y representatividad política diferenciada. De acuerdo con las normas anteriores, para los partidos era más razonable y ventajoso coaligarse, especialmente en la elección presidencial, que luchar por los votos que avalaran a sus proyectos y candidatos propios. El convenio de coalición establecía cuántos votos habría de asignarse a cada partido. Lo que determinaba la representación de las organizaciones políticas era la negociación entre las dirigencias de los partidos y no la voluntad ciudadana.

 

La reforma electoral reciente cambió las cosas, ahora los partidos, aun coaligados, deberán presentar sus emblemas en la boleta para que el ciudadano pueda expresar su preferencia; el porcentaje de votos ya no será más el resultado del acuerdo entre las cúpulas, sino de los votos que cada partido obtenga.

 

Lo anterior si es de aplaudirse ya que de nada le sirve a México tener esa clase de actores democráticos que lo único que buscan bajo el eslogan de la pluralidad es el de obtener beneficios personales tales como preservar de por vida la carrera política de sus familiares y amigos, que poco aportan al país mas que atroces espectáculos paleros en beneficio de los partidos grandes a los que les deben sus dadivas.

 

Por otra parte, es penoso siguiendo con este tema, el mirar como los falsos caudillos aun rondan al pueblo, es el caso del caribeño que confunde a propios y extraños por su indefinición ya aburrida de servir a diversos partidos fingiendo abanderarlos y alegando falsamente un patriotismo que, ni el mismo se cree. Aquí no sé que sea mas triste: si el hecho de que los partiditos a los que apoya lo utilicen solo para mantenerse vivos en el nuevo marco democrático a cualquier precio, excepto claro el de servir a la gente, o saber que el partido a que si esta afiliado le permita aun en contra de sus propios estatutos, apoyar las intenciones electorales de partidos ajenos, por el miedo de perder a ese imán de votos, que ya recorre el país en clara campaña con el único fin de engañar a cuanto encuentra. (Continuará).