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[136] PAZ Y ESPIRITUALIDAD, LA UNICA SALIDA

 

Parte I

 

Felipe Díaz Garibay

 

Semanario "Tribuna" de Sahuayo, Michoacán, México, domingo 20 de enero de 2008.

 

 

En la historia de los hombres, como en la de las naciones, hay años, lustros, décadas, siglos y milenios que contienen hechos y cambios que deben considerarse como cruciales para su existencia.

 

Es así que la humanidad atraviesa por una crisis de alcances verdaderamente impredecibles; una crisis que impacta en la economía, en la ecología, en la política y desde luego en la cotidianeidad inmediata de la vida de los ciudadanos de todo el mundo. Por sus efectos y oscuros porvenires, es una crisis que nos exige, ya, una rigurosa interpretación de sus reales connotaciones.

 

Es una crisis que ha hecho del mundo actual un yermo sembrado de inconformidad y divergencias, espacio propicio para el cultivo de la falta de concordia y abismos insalvables entre los discursos y los hechos.

 

Una crisis que ante su configuración, enmarcada en la equivocación y el desaliento, sólo espera ya la dura e inequívoca manifestación de la historia.

 

Una crisis que descubre gobiernos ciegos e ignorantes, que ponen debajo del dosel la soberbia y entre prisiones la humildad; que lisonjean y encubren el abuso; que desprecian y denigran la virtud. Gobiernos que la culpa colocan en el trono, y la integridad e inocencia apremian con el grillete; que a la ignorancia autorizan y la sabiduría desacreditan. Gobiernos que, en aras de una “revolución” mal entendida, encubren ilegítimos intereses negando a sus pueblos las más elementales libertades.

 

Es una crisis que, como siempre lo he reconocido, viene de la inmediatez histórica. Desde Maidanek, Treblinka y Buchenwald demostrando los horrores de la muerte en aras de la locura desalmada de poder; que presupone, desde Hiroshima, la certeza masiva de destrucción; que plantea, desde Nagasaki, el sometimiento de la ciencia a la destrucción; que corrobora desde Bosnia-Herzegovina el desaliento humano; que demuestra, desde Zaire y Somalia, el imperio de la carencia de valores; que nos reitera desde Nueva York, Madrid o Londres, el grado de desquiciamiento humano; que nos recalca desde Afganistán  e Irak el uso ruin de la religión como instrumento de venganza.

 

En conclusión, una crisis que nos exige, ya, comprometer nuestros esfuerzos, nuestros mejores ánimos y alientos éticos por la paz y la transformación del mundo hacia una era de esperanza y amor por la vida.

 

Hoy, como en antaño, el mundo enfrenta problemas con connotaciones diversas; el terrorismo se entiende como una vía que se exalta con alarmante vehemencia para la solución de los conflictos; la diplomacia ha sido desplazada por formas cada vez más sofisticadas de demostrar el poderío y el afán de dominio en las que, desde luego, el soldado ratifica su posición fundamental.

 

El genocidio, que pareció haber sido superado a mediados del siglo pasado, ha cobrado nuevamente vigencia, en otros tiempos y en espacios diversos también: lo vivimos en las atrocidades, donde no importan los fines ni los medios, donde solo vale aniquilar a los ciudadanos que no aceptan convertirse en esclavos y vasallos de imperios sanguinarios.

 

Pero hay otros entornos que a su manera y desde su influencia inmediata también funcionan como prácticas de intolerancia y daño: en la manipulación informativa, en la confección de leyes injustas, en la indolencia de los sistemas de impartición de justicia, en las enormes corrupciones que el poder político alimenta y favorece, en la explotación laboral, en la transgresión del derecho y libertad, en la discriminación en cualesquiera de sus manifestaciones, en el criminal abuso de las mujeres y los niños, en el silencio cotidiano ante las injusticias contra las mayorías silenciosas.

 

Millones de ciudadanos de nuestro planeta, cada día se debaten en el desempleo, la destrucción de las familias, la pobreza, el hambre y la guerra.

 

Por doquier se lamenta la ausencia de una visión global humanística; resulta alarmante la acumulación de problemas sin resolver, la parálisis política, la mediocridad de los dirigentes políticos, carentes, justo ahora, de perspicacia y de visión de futuro y, en general, desinterés absoluto por el bien común.

 

Demasiadas respuestas anticuadas para nuevos retos, demasiadas demandas sociales insatisfechas.

 

La realidad del mundo se tiñe de oscuridad; los niños asesinan y son asesinados. Cada vez más, innumerables Estados se ven sacudidos por casos de corrupción política y económica. La convivencia pacífica en nuestras ciudades se hace cada vez más difícil por los conflictos sociales y raciales; de nueva cuenta toman importante escena en el sistema internacional las ideologías extremas y los fundamentalismos.

 

Es así que cuando faltan las palabras, es cuando el estruendo del cañón con su estampido nos ensordece a niveles globales; es cuando los locos siervos de Marte hacen cantar a sus bombas su canción siniestra, cuando nuestro planeta entero sufre, impotente, por que la situación no nos permite la defensa de tantos inocentes. (Continuará)