[134] BRUTALIDAD POLICIACA
Felipe Díaz Garibay
Semanario "Tribuna" de Sahuayo, Michoacán, México, domingo 15 de abril de 2007.
“Si esto hacen con el árbol verde, ¿qué no harán con el seco?”.
(Lc 23: 31)
Sucede en nuestros tiempos, en pleno Siglo XXI, en lo que se ha dado en llamar el “Tercer Milenio”, y como han dicho algunos que saben “el Siglo de la Luz”; las añoranzas de los viejos tiempos del circo romano, del sacrificio de humanos, de la quema de brujas de Torquemada, la tortura en oscuros calabozos, el maltrato a seres indefensos, ha sido una variable imperecedera que ha permanecido tiempo tras tiempo, época tras época.
Contrario a lo que pudiera pensarse, negras páginas de la historia narran este tipo de hechos; distintos tiempos, distintos escenarios también, pero los hechos son exactamente los mismos; el fondo y la forma permanecen intactos. Y sucede en nuestros tiempos, en nuestro mundo, en nuestro país y lo más triste en nuestros propios pueblos a los que ya no alcanza aquél encanto provinciano de hace algunas décadas; la violencia ha hecho su presa al diario vivir de nuestras comunidades; pero mas triste y reprobable resulta que esa violencia sea propiciada por quienes tienen en sus manos la enorme responsabilidad de brindar seguridad al ciudadano, en efecto, me refiero a los cuerpos policíacos que posesos de una pasión demoníaca de poder olvidan que son ellos la primera ventana a través de la cual el ciudadano puede apreciar la actuación de un buen o mal gobierno.
Aunque he de aclarar que los malos gobiernos empiezan justo antes de iniciarse.
Pero vayamos al grano.
Sucedió no hace mucho, apenas el Jueves Santo por la noche que en Venustiano Carranza, sí en efecto, en San Pedro Caro, donde pude presenciar un acto sin precedente; pareciera normal que entre individuos se propicien golpizas producto de alguna riña, pero lo que pude ver esa noche rebasó toda expectativa; y fue así porque pude percatarme de lo que siempre ha sido motivo de queja ciudadana hacia la instancia policíaca: el maltrato de esta nada apreciada estirpe hacia el propio ciudadano.
Siempre he entendido que el poder debe ser regulado en su ejercicio para no decaer en la tiranía. Históricamente ese ha sido el tema central del tratamiento dentro de la Ciencia Política y el Derecho, pero parece que en Venustiano Carranza, como en otros lugares aclaro, de esto no se tiene ni la más remota idea.
Fue un espectáculo animalesco, propio de la noches rojas de la GESTAPO o aquéllas otras en que se llevaron a cabo las enormes redadas de gente inocente por parte de la locura nazi. Y fue mas doloroso aún porque el individuo al que golpeaban brutalmente tres “guardianes del orden” de mi Municipio, estaba esposado, indefenso, iniciaron en plena calle pare después arremeter de una forma más brutal al introducirlo en la maloliente celda de la vieja cárcel de mi pueblo natal. Lamentablemente para los victimarios –porque no se les puede llamar de otra forma-, de ello hay varios testigos.
Y fue doblemente terrible aún cuando supe que se trataba de un muchacho a quien conozco de toda la vida, porque lleva mi sangre, porque es mi primo hermano; de quien conozco sus procederes, y forma de vida y lo que pude observar me parecía algo totalmente fuera de todo contexto, inaceptable, reprobable, una verdadera “perrada” como le oí decir alguna vez a un clásico que ahora es compañero en la LX Legislatura en la Cámara de Diputados; por ello me vi obligado a promover la denuncia correspondiente –y espero la autoridad actúe conforme a justicia proceda-, a escribir esta nota y a denunciar públicamente un hecho que, al parecer en Venustiano Carranza, ya es costumbre, es la forma como se administra y dirige un pueblo, la forma como se paga la confianza depositada en las urnas. Es con puntapiés en los testículos, o en el sitio mas cercano a las asquerosas patas de los agresores, la forma como en mi propia tierra se aplica la autoridad; es una forma de pedir a gritos eso que tanto les falta para ejercer el poder con sabiduría y con sensibilidad social, con tacto histórico, justo eso, lo que está ahí donde dan los golpes a un ser maniatado.
Mayor cobardía no he podido conocer.
No cabe duda, el mundo va en franco retroceso. De nueva cuenta recalco una vieja reflexión personal: tenemos gobiernos ciegos e ignorantes que a la culpa autorizan y a la inocencia apremian en la cadena.
Yo no me pregunto porque suceden las cosas, sino porqué los pueblos tanto soportan. Muchas veces he derramado lágrimas por innumerables razones; cuando se murió mi perro o me poncharon la pelota, cuando mi madre me dejó tan solo jugando en el patio de la vida, por las innumerables veces que me percato de la hipocresía y traiciones de los a mí allegados, cuando me llega la rabia por ver tanta injusticia, pero ahora, escribiendo esta nota, caen de mis ojos algunas gotas de ese líquido salado que a veces nos brotan de ellos cuando la vida nos demuestra su cara menos amable, en efecto, no cabe la menor de las dudas, ahora lo hago precisamente por eso… por la compasión que siento por mi propia gente… por mi propio pueblo.
“Señor, ¿Quién como Tú, que defiendes al débil del poderoso, al pobre y humilde del explotador?”. (Sal 35)♦