Publicaciones

[133] PAZ Y GUERRA, LA CARA DE LOS NUEVOS CONFLICTOS MUNDIALES

 

Felipe Díaz Garibay

 

Semanario "Tribuna" de Sahuayo, Michoacán, México, domingo 16 de julio de 2006.

 

 

Contrario a lo que tanto se discute en los ámbitos académicos, en el sentido de intentar demostrar que el tema de la guerra ha quedado superado en los tiempos de la globalización, que es un rubro trillado y muy agotado ya en los anales de la investigación internacional, la realidad que se nos presenta en nuestros días es poco halagadora.

 

No en pocas ocasiones he hecho referencia a que la problemática mundial de  nuestros días posee una doble connotación.  Una de índole tecnológica en virtud de que el desarrollo de la ciencia y la tecnología se usa para la destrucción, el dominio y la consolidación hegemónica y, una más, de índole ideológico porque de nueva cuenta aparecen las ideologías extremas.

 

La cuestión sobre la guerra y la paz evoca muchas respuestas contradictorias. Para los ideólogos y militaristas civiles en Washington, la “paz” sólo es posible asegurarla mediante la consolidación de un imperio mundial que a su vez conlleva la perpetuación de la guerra por todo el planeta. Para los ideólogos y portavoces políticos de las corporaciones multinacionales, el funcionamiento del libre mercado, combinado con el uso selectivo de la fuerza imperial en determinadas circunstancias “estratégicas”, puede asegurar la paz y la prosperidad.

 

Para los poderosos, el mantenimiento de “zonas calientes” en el planeta, en las cuáles pueden demostrar la grandeza de su poderío, es una irrefutable garantía de que la paz es posible lograrla en condiciones en las cuáles el terror sea la mejor medida para asegurarse el respeto internacional y el entorno en el cuál puedan decir a la comunidad internacional quién detenta el verdadero poder.

 

No así, para los pueblos y naciones oprimidos del Tercer Mundo, la paz sólo puede ser consecuencia de la autodeterminación y de la “justicia social”, la eliminación de la explotación y de la intervención imperial y el establecimiento de democracias participativas basadas en la igualdad social. Para muchas de las fuerzas progresistas en Europa y Estados Unidos de Norteamérica, un sistema de instituciones y leyes internacionales, obligatorio para todas las naciones, podría fortalecer la resolución pacífica de conflictos, controlar la conducta de las corporaciones multinacionales y defender la autodeterminación de los pueblos.

 

Cada una de esas perspectivas tiene serias deficiencias.

 

Se ha demostrado que la doctrina militarista de la paz alcanzada mediante el imperio ha sido la receta ideal para la guerra durante los tres últimos milenios y especialmente durante el período contemporáneo, de lo que dan prueba las sublevaciones anticoloniales y guerras populistas del pasado y del presente por toda Asia, África y Latinoamérica.

 

Pero hasta ahora no ha sido posible encontrar los caminos idóneos para ser consecuentes con la paz mundial; a un conflicto deviene otro más, ello parece una invariable regla del juego internacional que bien pone en grave riesgo la estabilidad mundial.

 

Y no es posible encontrar otra respuesta que no sea el afán de unos por consolidar sus controles en el sistema internacional y sobre el resto de naciones del mundo.

 

Hay conflictos perennes que como un latente virus aparecen periódicamente para desestabilizar muchas regiones del planeta. Y es el caso del viejo conflicto entre Líbano e Israel, por ejemplo, que de nueva cuenta cobra vigencia en el escenario mundial.

 

A pesar de la decadencia relativa del poder de los Estados Unidos de Norteamérica, tanto en términos militares como económicos, en gran parte como resultado de la resistencia popular en Iraq y Venezuela y el poder creciente de China, la amenaza de nuevas guerras no ha disminuido. En gran parte porque en Washington tenemos un régimen extremista dominado por militaristas civiles “voluntaristas”, que creen en la voluntad política frente a las realidades y los límites objetivos. Esto crea una enorme cantidad de incertidumbres y peligros.

 

Por desgracia, esta amenaza de nuevas guerras han sido acompasadas por varios líderes europeos, como Blair, Chirac y Merkel, que se han unido al coro para desestabilizar y amenazar a varios países de Oriente Medio. Por ello, hay necesidad de ir más allá mediante foros sociales en el ámbito mundial, donde se puedan discutir e intercambiar ideas para integrar una participación internacional que se oponga a las guerras imperialistas, a los estados coloniales y a las estructuras económicas que los sustentan.

 

Queda una vez más claro que sin cambios estructurales profundos, los derechos humanos universales recogidos en el derecho internacional y en la Carta de Naciones Unidas se convertirán en papel mojado. Debemos desechar las herejías que postulan que no hay alternativas a las guerras imperiales, que vivimos ahora en un “mundo unipolar”, que el “realismo” dicta acomodarse al cabildeo militarista con Washington. En lugar de eso, debemos afirmar estas verdades: 1) que fuera de las cenizas de las ocupaciones coloniales, los pueblos de Oriente Medio están forjando su propio destino; 2) que vivimos en un mundo multipolar, situado en los centros de la resistencia popular de masas; 3) que la supervivencia de nuestro planeta depende de un nuevo realismo basado en la libertad y la autodeterminación tal y como lo establecen los principios de la política exterior de nuestro propio país.