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[132] PARTIDOS POLITICOS, LOS PRINCIPIOS REBASADOS

 

Felipe Díaz Garibay

 

Semanario "Tribuna" de Sahuayo, Michoacán, México, domingo 14 de mayo de 2006.

 

 

Cuantas, pero cuántas de verdad, lecciones nos da la realidad histórica que vivimos en torno al desarrollo de los partidos políticos de hoy. Pudiera pensarse, bajo cualquier circunstancia, que son ellos los únicos medios posibles para permitir la elección de la clase gobernante y que quizás cualquiera otra sería infuncional en la medida que muchos entienden la democracia sólo en relación al número de partidos que interactúan en un escenario político determinado.

 

Lo cierto es que los tiempos han cambiado y el viejo esquema planteado en la concepción de los partidos ha quedado totalmente rebasada por la realidad, sobre todo en materia de principios.

 

Ningún otro espacio muestra con tanta crudeza la desmedida pasión humana y la esencia de una naturaleza humana que, de acuerdo al entendimiento del pensamiento político, es insensible, competitiva, capaz de cualquier cosa en aras de un interés específico.

 

Y es que la actualidad no deja otra cosa que pensar si vemos la forma como se desenvuelven esta clase de organizaciones a su interior. ¿Democracia?, ¿solidaridad?, ¿justicia? ¿participación? ¿bien común? Jamás podría haberse dicho y creído tanta aberración.

 

Los viejos conceptos que han dado esencia a la existencia de los partidos políticos de nuestros días, ha quedado atrás, es prosa, solo retórica, platillo que resuena sin sentido, palabrería; alguien dijo “supercherías”. No es para menos.

 

Hoy más que nunca, la ciudadanía se siente cada vez menos representada por sus partidos; los sienten lejanos, no hay cabida para ella. Competencia desmedida, sentimientos lejanos a los pueblos, desequilibrios internos, son sólo unas cuantas señales que nos demuestran que los partidos, hoy por  hoy, se les han escapado verdaderamente a los ciudadanos. Algunos son negocios familiares, otros espacios para ocultar mezquinos intereses o los entornos ideales para lograr posiciones con fuero que permitan gozar de privilegios exacerbados, la mayoría ilegítimos, a un determinado apellido o a un grupo en especial.

 

Cuanta cosa pude verse hoy en día al interior de los partidos. Da miedo de verdad, me dijo alguien.

 

En su seno convergen los más variados intereses para hacer a un lado las legítimas aspiraciones de los pueblos y, desde luego, proyectos de verdadero alcance social en aras de malévolos afanes que bien han logrado que la gente, sí la masa, el grupo de individuos –personas todas aclaro- dejen de creer ya en la palabrería y en las rostros bañados de bondad detrás de los cuales se ocultan los hocicos de las hienas y pirañas que a cualquier costo van en busca de afanes personalistas, mezquinos, vulgares y corruptos.

 

No es para menos la actitud ciudadana.

 

Pobres pueblos, cuanta cosa no han tenido que soportar; malos gobiernos, malas representaciones que se gestan al interior de las propias campañas políticas que son los escenarios ideales para aplastar a cualquiera, incluso a los propios, pasando de lado aquéllos principios que tanto se pregonan y que muchos exaltan hasta las lágrimas.

 

¡Hipócritas!, una y mil  veces, ¡hipócritas! Pobres pueblos, cuanto más tendrán que ver y tolerar; pero como alguna vez lo referí, yo no me pregunto porque estas cosas suceden sino mas bien porque esos pueblos, en efecto, tanto soportan.

 

Por ello los pueblos de manifiestan, porque ha quedado ya rebasado el límite de su propia resistencia psíquica. La abundancia de prácticas políticas que ahora podemos presenciar no son, ni podrán ser jamás, un arbitrio de la sociedad civil, sino la respuesta de los distintos sectores sociales que se han dado cuenta que las ya antiguas estructuras de representación política no son funcionales ni leales a su demanda; que los intereses de los partidos políticos, sindicatos y ligas campesinas no son compatibles con lo que ellos aspiran; que la inexistencia de un domo alternativo que asocie las distintas demandas de empleo, seguridad social y pública han obligado a los actores a inventar, crear y asociar pensamiento y acción hasta constituirse en actores sin mediación para resolver sus necesidades.

 

Mientras los partidos políticos sigan desinteresado de los problemas terrenales y ocupados en vivir del erario público, distribuido de manera discrecional entre nombres privilegiados sobre todo en tiempos de campaña, su presencia habrá de ser menos importante en las sociedades como la nuestra, abrumadas por las dificultades económicas y sociales; la oquedad orgánica existente va a seguir provocando que los ciudadanos se constituyan en actores, ejercitando las prácticas políticas que se les vayan presentando, algunas necesarias y oportunas, otras riesgosas y alterantes del endeble sistema institucional pero, finalmente, será la respuesta que darán los pueblos hartos de tanta burla y tanto agravio.