[125] LA DESCOMPOSICION SOCIAL DE MI PUEBLO
Felipe Díaz Garibay
Semanario "Tribuna" de Sahuayo, Michoacán, México, domingo 27 de noviembre de 2005.
"¿De dónde eres muchacho?" Me preguntó aquél 17 de noviembre de 1977 Don José Esaúl Robles Jiménez, extinto Obispo de Zamora en uno de los pasillos aledaños a la capilla del Seminario Mayor de Jacona, Michoacán poco después de la comida en mi primer día de convivencia vocacional.
“De San Pedro”, le contesté. "¿De San Pedro Caro?" me cuestionó: “sí de ahí mismo”, repliqué y haciendo gala de mi ingenuidad de de adolescente le pregunté si conocía mi tierra. "Cómo no muchacho, famoso tu pueblo por sus cantinas y por su gran habilidad para matarse a balazos, ¿cuántos van en este año?" me interrogó. Sonrojado no supe que contestarle, agaché la cabeza con una ligera sonrisa producto del nerviosismo y la confusión que me provocara aquélla aseveración misma que provocó la risa espontánea de mis compañeros de grupo. Mi pueblo gozaba de fama me di cuenta, pero de una que no hablaba muy bien de él.
En efecto ,durante mi niñez, recuerdo bien, era muy común escuchar las llamadas “paradas” de balazos, al estilo del Viejo Oeste a cualquier hora del día. "Jesús, María y José ¿quien sería ahora?" decían mi abuela y mi madre; al poco rato se escuchaban los gritos y llantos de los dolientes familiares de las víctimas.
Pasaron los años y me percaté de que ese no era un problema privativo de mi pueblo; la vieja herencia “revolucionaria” caracterizada por la “bravura” de caciques y sus seguidores, prepotentes, arrogantes, malditos para ser claro, provocaba en gran medida ese tipo de conductas antisociales que marcaron toda una época proyectando resabios hasta épocas muy recientes.
Llega la transculturación. La seducción del sueño americano arrastró a cientos de coterráneos a emigrar al vecino country del norte en busca de mejores expectativas. El toque cultural chicano, mezclado con las costumbres del lupanar a la “gringa” se infiltró de tal manera que niños que se marcharon cruzando el río o en manos de algún hábil “coyote” ahora se sienten todo menos mexicanos, y mucho menos michoacanos y oriundos de San Pedro.
La onda “chola” ha poseído de tal forma sus mentes y consecuentes conductas que hoy para ellos transgredir la Ley mexicana, bajo cualquier manifestación, es para ellos normales. Autos conducidos a altas velocidades o con equipos de sonido a volúmenes estrepitosos y de verdadero escándalo con el platillo de cada día; el consumo de alcohol y enervantes, así como distribución de los mismos son en San Pedro el elemento detonante de muchos de los problemas de seguridad pública aquí suscitados.
Robos a casas habitación, pleitos callejeros y cruentos asesinatos –en especial de mujeres- con el clímax del guión de una novela que se escribe aquí día con día, en un escenario que antes presumió de un encanto provinciano sin igual.
No es tal. San Pedro, mi tierra se ha descompuesto y se sigue descomponiendo socialmente de una manera alarmante.
El fenómeno tiene sus raíces y mi pueblo no es un caso excepcional. Pero la tranquilidad que en otrora tiempos se vivía se ha transformado en un ambiente difícil de respirar. Ahora los crímenes son cometidos en la propia casa de las víctimas, ya no tanto en la calle ya balazos: ahora los asesinos, bajo el obvio influjo de enervantes se dan el lujo de ingresar a sus domicilios, torturar, violar y asesinar de una manera mas cruenta.
Desde cualquier enfoque esto es inaceptable; la globalización nos ha afectado y lo seguirá haciendo con toda certeza; no sólo se han adoptado modas anacrónicas sino también, y lo peor del caso, las formas de quitar la vida a un ser humano, como en el caso más reciente, sí el de Virginia “La Prima” como le conocíamos en San Pedro, a quien tuve el gusto de tratar desde mi infancia y quien al igual que otra mujer hace algunos meses, fue brutalmente asesinada hace apenas unos días en su propio hogar aprovechándose de su soledad e indefensión.
¿Quién dice que en los pueblos pequeños todo mundo se conoce y por lo tanto entre todos se defienden? No, no fue el caso.Ella murió en manos de vecinos de nuestro pueblo, algunos ya procesados por otros delitos en nuestro país y en los Estados Unidos de Norteamérica. No me explico cómo estaban en libertad y de qué garantías y protección gozaban que fueron capaces de reincidir y quitarle la vida a un ser inocente.
¿A dónde vamos realmente? ¿A quien puede culparse? ¿A las autoridades? ¿A la pobreza?¿Al desempleo? ¿La transculturación y la adopción de modas ajenas?
El problema tiene un trasfondo y éste en su análisis debe ser agotado en extenso puesto que ha sido un fenómeno que se ha ido gestando paulatinamente.
Lamentable, bajo todo concepto.
¿Qué conflictos existenciales arrastran al individuo a caer en el mundo de la farmacodependencia y convertirse en asesinos? El primer paso, conforme al debate sociológico se ubica en la pérdida de identidad pero ésta tiene, a su vez, un enlace inmediato que se encuentra en la decadencia de nuestro sistema educativo y de valores y éste, a su vez, en otros elementos que se justifican en uno solo: la irresponsabilidad de nuestros gobiernos no solo en la parte exclusiva del público sino en la reafirmación del ejercicio de nuestro mal llamado Estado de Derecho .
La Ley, siempre la Ley para todo y para todos. Desafortunadamente no sabemos hasta dónde nuestro Derecho protegido a los victimarios y descobija a las víctimas.
Poco se habla de la reparación del daño, de la atención a las víctimas, de si la readaptación social realmente cumple su cometido. Pero lo que sí queda claro es que en materia de prevención del delito nuestro país, nuestro Estado y nuestro Municipio, están totalmente reprobados.
No se tiene ni idea de hacia dónde debe encaminarse la seguridad pública; no hay nada concreto. Sólo se atienden, y no siempre, los efectos, es decir el momento en que las cosas ya están dadas y poco caso se hace a la atención de las causas.
Así esto no podrá funcionar. No, de hecho.
En tanto seguiremos conviviendo con un duro problema; y en lo personal estaré esperando ver el resultado y los veredictos de este último crimen cometido en mi tierra, entre los míos y cuya víctima fue una mujer indefensa, que vivía de su trabajo, que no merecía ese trato y menos ese inaceptable fin.
Sólo falta que algún potentado personaje influya o que las denominadas “Comisiones de Derechos Humanos” hagan su parte y los asesinos salgan libres, como sucede con frecuencia y es costumbre en el sistema judicial mexicano, a continuar afectando sobre todo a gente que nada debe y que vino al mundo, como cualquiera de nosotros, a gozar con plenitud de su derecho a la vida.
Dios nos guarde.♦