[121] HABLANDO DE ESTADISTAS, JAURIAS Y DESILUCIONES
Felipe Díaz Garibay
Columna “Palabras al Viento”, Semanario “Tribuna” de Sahuayo, Michoacán, México, domingo 16 de octubre de 2005.
No hace mucho una amiga comunicóloga, de las pocas que posee una visión crítica y entiende el sentido de la comunicación social en esta región donde de pronto todo mundo es “comunicador” y se dedica a este nada fácil pero en ocasiones “jugoso” oficio pasando por alto el cometido social y humano de la labor, me cuestionó en una entrevista sobre quién, entre los precandidatos de todos los partidos, era el mejor estadista; sí, es-ta-dis-ta.
Mi respuesta fue inmediata: “¿los hay en México en estos tiempos?”, repliqué. Sorprendida sonrió (y vaya que me encanta su sonrisa por espontánea y sincera) e insistió en que le diera mi impresión sobre los precandidatos como estadistas; no vacilé en mi contestación, “mira Blanca Esthela –porque así se llama esta amiga jiquilpense- si me pides “mi impresión” sobre este tema, te aclaro que soy muy difícil de impresionar, y a mi, como estadistas –en toda su talla aclaro- solamente me han podido impresionar pocos, hablemos de una Golda Meyer, una Indira Gandhi, un Juan Carlos de Borbón y dos mexicanos, uno que apenas iniciaba el camino, inmolado por los propios de casa y pintaba para serlo, Luis Donaldo Colosio Murrieta, y uno más que, lamentablemente, nunca fue Presidente de la República y me refiero a Don Manuel de Jesús Clouthier.
Con referir nombres quizás mi respuesta no le había dicho mucho, pero pude percibir su satisfacción con mi aseveración; ella, al igual que yo, profesa una extraordinaria admiración por la extinta Primer Ministra de la India y por ahí continuamos nuestra conversación.
Al paso de los días, dentro del mundo político, en tiempos de precampaña, de juegos sucios al interior de los partidos, de definición de grupos (más bien jaurías) e intereses, de tropeles de equinos brutos, hembras y machos, que se llevan entre las patas no solo nombres sino también trayectorias y dignidades, he podido corroborar mis reflexiones.
Con profundo dolor, he podido comprobar que las leyes de la real politik que definen al humano como un ser desprovisto de sensibilidad y sí colmado de bajas pasiones capaces de hacerlo llegar a cualquier límite en aras de su propio interés, es totalmente vigente en todos sus alcances y, lo peor del caso, lo será por los siglos de los siglos. Parece que el mundo no tiene arreglo.
Qué hueco suena el discurso de nuestros días. Esas innumerables expresiones de “estoy aquí porque a mí sí me importas” “estoy contigo”, “vengo para que tengamos un diálogo franco y abierto”, cansan ya, son solo prosa que ni el mismo Federico García Lorca hubiera sido capaz de escribir en el más dramático de sus lamentos gitanos, lejos de llegar al corazón del ciudadano solo profundizan más las heridas. Pero no culpo a las figuras públicas que las emiten, sino a los pueblos que tanto soportan.
Muchas figuras públicas de nuestros días, y más aún en nuestro país donde la pérdida de piso y proporción de las realidades es la variable imperecedera con que transitan por sus tristes vidas, caminan con la bandera del reto al adversario, la arrogancia y los pasados oscuros. Y pasa algo curioso, el mensaje no se da al pueblo, que al final de cuentas es a quien se debe convencer, sino al adversario mismo. El escenario político actual es una lucha sin cuartel; todos contra todos; qué importa el interés popular cuando el afán desmedido de poder es el que mueve sus propias conciencias.
Acusaciones mutuas, desacreditaciones, revanchismos, arrogancia, exhibición de corruptelas donde las grandes sumas de dinero son la divisa, son la media producto de los procesos internos de todos los partidos. ¿Qué acaso la ciudadanía no se da cuenta de que los malos gobiernos empiezan justo antes de iniciarse? Qué pena que no se comprenda que lo que ahora estamos viviendo es algo parecido a un palenque de gallos en un escenario social menos que marginal donde el pueblo asiste una vez más a escuchar mentiras, buenos deseos, demagogia, más de lo mismo. Asiste a una función de circo, montada en algunos casos con fondos públicos sustrayendo incluso los destinados al apoyo a desastres (Col. Semana Política, La Voz de Michoacán, lunes 10 de octubre de 2005), quizás por eso algunas precampañas sean tan desastrosas y sus actores, con actitud abiertamente obsesiva, no lo reconozcan
Cuesta trabajo entender que la ciudadanía se preste a este sucio juego de vanidades y pasarelas donde los monólogos son la orden del día. Insoportable pero cierto.
En materia de estadistas nuestro país vive una profunda crisis, ello me queda claro. Y la vive porque el estadista debe ser un líder cercano a los sentimientos de su pueblo; debe ser un individuo tenaz, sencillo, coherente, sabio y no necio, capaz de asumir sus aciertos y errores, conocedor de sus alcances y limitaciones, humilde, sensato pero, sobre todo, un ser provisto de una extraordinaria sensibilidad para conducir a su pueblo en lo interno y en su proyección más allá de sus fronteras. Luego entonces en México, hoy y en este preciso instante, no muchos merecen este calificativo.
Y lo estamos porque al estadista lo hacen las circunstancias; en México las hay, siempre las ha habido, lamentablemente en los últimos años ha faltado talla de verdaderos estadistas.
Cuanta cosa no se la leído y visto en las últimas semanas; soportables unas, indecibles las otras; pero todas han sido capaces de conducirme al más profundo desánimo, a ése que arrastra al individuo a no creer de momento en nada, a sentarse de repente a ver pasar el tiempo en silencio, como resistencia a los vaivenes de su destino, como natural defensa hacia los ataques, ocultos o no, de sus propios adversarios.
Lo que hoy vivimos, en la antesala de un importante proceso de elecciones, es un triste escenario, enrarecido y altamente empobrecido; el escenario político nacional se presenta oscuro, lleno de revanchismos, de egoísmos, de una exacerbada maldad que bien pueden ser capaces de apagarle la luz del alma a cualquiera, pero más aún la luz de esa esperanza puesta en nuestro país y en algunos nombres y apellidos.
México necesita de estadistas de gran talla. Requiere, primero, un candidato que represente verdaderamente el proyecto de su propio partido, ese proyecto que dio origen a su propia organización política en el que quedó con toda certeza plasmada una visión de nuestro propio país; como lo reconoce Jorge Fernández Menéndez (La Voz de Michoacán, lunes 26 de septiembre de 2005) un hombre de ideas renovadas “de donde pueden provenir vientos frescos que aireen este cuarto cerrado, clausurado para lo nuevo que parece ser la vida política nacional”.
Requiere después de un Presidente con una gran capacidad de consenso, visión de futuro y una extraordinaria sensibilidad sobre los problemas nacionales; que se de su tiempo para resolver el problema de Chiapas y que se rodee de gente lo suficientemente capaz como para no dejar ir importantes proyectos como el del Aeropuerto de Atenco por falta de operación política y capacidad de negociación o llevar consigo proyectos personales alternos.
Requiere entonces de un estadista que, alejado de artimañas y frivolidades, sea capaz de conducir al país con sabiduría y su actuar sea ejemplo para todos los mexicanos. El estadista no es solo dirigente, también es maestro.
La moneda sigue en el aire, equipos van y equipos vienen, movilizaciones, eventos, presentaciones, todos en aras de obtener la confianza ciudadana y el apoyo en los procesos internos medrando con la necesidad ajena y haciendo burla de la dignidad humana.
Ojalá algunos precandidatos y equipos respectivos tengan muy presente que sus alardes y arrogancia no serán la medida exacta para llegar al sentir de sus militancias. Quienes sufraguemos, y en mi caso será el próximo domingo 23 de octubre, lo haremos, a pesar de desánimos y nubes negras que se hayan interpuesto en nuestras visiones del mundo, de nuestro país y de la propia vida, seguros de que en cada uno de nosotros permanece la esperanza de que las cosas todavía pueden ser distintas y de que a las generaciones futuras les sea posible vivir en ese modelo de sociedad al que hemos aspirado, legítimamente, todos los mexicanos sintiéndonos representados por un verdadero estadista que se forje, paso a paso, a base de las pruebas y los grandes retos que habrá de enfrentar primero como candidato y, después, si el voto popular le favorece en los comicios del 2006 como Presidente de México.
En lo personal aún espero que ese México que parece perdido sea posible.
Ojalá que la historia no me corrobore lo contrario.♦
