[119] NOTAS SOBRE EL “REGAÑO PONTIFICIO”
Felipe Díaz Garibay
Columna “Palabras al Viento”, Semanario “Tribuna” de Sahuayo, Michoacán, México, domingo 2 de octubre de 2005.
Tenía que suceder, y no era para menos, los detractores del actual régimen habrían de tomar como estandarte las recientes declaraciones de Su Santidad Benedicto XVI sobre la situación de pobreza, marginación, injusticia y corrupción que se vive en nuestro país, mismas que fueron parte de un discurso ante obispos mexicanos.
Ahí el Papa Benedicto XVI expresó su preocupación por el incremento de la corrupción, de la infiltración del narcotráfico y del crimen organizado en la sociedad mexicana, así como por la situación de pobreza que se vive en México y la expansión de las sectas religiosas.
Quienes han utilizado estas declaraciones para marcar el trabajo realizado por el actual régimen nunca tomaron en cuenta que el problema no es reciente.
En efecto, en México viven varios millones de pobres que vienen arrastrando la vieja penuria de los llamados “Gobiernos de la Revolución”; ello no es nada nuevo y salta a la vista con tan solo jugar un poco con la estadística. Los rangos, las medias, por quintiles, los percentiles, etc., hablan por sí solos; la pobreza en nuestro país es un mal que no se ha podido remediar con los nada afectivos programas gubernamentales. Tienen un añejo fondo sobre el cual el actual régimen poco ha podido hacer y más aún si consideramos la cerrazón de los grupos opositores para inducir las grandes transformaciones que el país necesita.
Solamente, y por mencionar uno de los referentes considerados por Su Santidad, en materia de impartición de justicia, y de acuerdo a un estudio realizado por la misma Organización de las Naciones Unidas, México obtuvo la penosa calificación de 3; ¿qué decir de la corrupción? En este rubro nuestro querido país también ocupa uno de los primeros lugares en el mundo.
¿Y en materia de derechos humanos, dónde estamos desde la visión pontificia? Aquí Su Santidad hizo hoy un llamamiento para que las instituciones democráticas, económicas y sociales de México "reconozcan los Derechos Humanos y los valores culturales del pueblo”.
No se trata de argumentar que el Papa no tenga la autoridad o la facultad expresa para analizar la situación prevaleciente en muchos países del planeta. Como máxima autoridad católica en el mundo, le asiste el derecho absoluto de opinar, analizar y externar sus puntos de vista sobre lo que acontece en las diversas naciones y, desde luego, México, el país donde todo es posible, no habría de ser la excepción. No obstante habrá quienes argumenten que se ha atentado contra la soberanía nacional.
Alguien tenía que hacerlo. Y el análisis de Su Santidad no está sujeto a discusión alguna; ofrece elementos de análisis veraz, real, lógico, totalmente demostrables.
Así entonces, la preocupación externada por el Papa Benedicto XVI sobre la corrupción, la violencia y el narcotráfico en México son válidas. En ningún momento representan una intervención contra el país. Por el contrario, son una apreciación real sobre toda una problemática característica de un país que se debate entre estos males y ante los cuales se han aplicado escasas soluciones.
Muchos achacan la penuria mexicana al actual régimen; para ellos todos los males empezaron aquél 2 de julio del año 2000 en que por primera vez en siete décadas se elegía democráticamente un gobierno; pero en realidad muchas generaciones atrás han vivido inmersas en ellos, han sido sus víctimas y han perecido en garras de una injusticia irremediable.
Su Santidad jamás refirió regímenes. Aludió a la problemática mexicana de manera exclusiva pero para muchos quedó claro que todo lo que ahora acontece no inició ayer, sino que lo vivimos como un mal ontológico.
Indudablemente la pobreza mexicana constituye la esencia del análisis de Su Santidad; ella es producto de la corrupción que se arrastra desde tiempos inmemoriables, y como consecuencia ha traído profundas desigualdades, el impulso a todo lo ilícito y, desde luego la injusticia como marca esencial.
Hoy como ayer, las desigualdades de México se condensan y emergen de la economía y se ejemplifican en los niveles de ingreso y distribución entre personas y familias, pero no se reducen a estas dimensiones; la desigualdad abarca y se reproduce en vertientes regionales, culturales y étnicas.
Pobreza y desigualdad cruzan los territorios económicos y políticos del inicio de este siglo mexicano. Sus magnitudes no sólo han crecido, sino que la concentración del ingreso y la riqueza se han agudizado, sin que en realidad nunca haya dejado de ser ésta la marca distintiva de la estructura social del país.
La situación de pobreza en la que viven grupos enteros de mexicanos debiera ser un tema prioritario de la agenda nacional, pero no es así.
En tanto la sociedad en su conjunto no esté clara a qué sacrificios está dispuesta, y qué los diversos actores políticos no asuman la necesidad de acuerdos nacionales que tengan como centro la redistribución de la riqueza nacional, de suerte de generar empleos productivos para los millones de mexicanos que, hoy como ayer, han estado excluidos del cauce general de los cambios de la nación mexicana, el fenómeno de la pobreza, seguirá estando sujeto a medidas y políticas paliativas, parches, que poco o nada inciden en las causas y la reproducción de la pobreza, seguirán incrementándose las conductas ilícitas en todas sus expresiones y magnitud y, evidentemente, el merecido estigma a que se ha hecho merecedor nuestro país seguirá siendo recalcado en el análisis que proviene desde afuera, el que se emite más allá de nuestras fronteras, pésele a quien le pese, y duélale a quien le duela.
Son los ajustes naturales de la historia.♦