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[111] LA DEMOCRACIA DICE CADA VEZ MENOS A LOS POBRES

 

Felipe Díaz Garibay

 

Columna “Palabras al Viento”, Semanario “Tribuna de Sahuayo, Michoacán, México, domingo 17 de julio de 2005.

 

 

Abundan los festejos, las alucinaciones y las “fumadas” en torno de la democracia, cuando en realidad ésta en nada ha beneficiado a los que menos o nada tienen. En la práctica, la democracia mexicana poco atiende a la raíz de sus definiciones clásicas que la sitúan como “el poder del pueblo” (del griego Démos, pueblo; Kratos, poder; Krateín, gobernar), y como en la democracia la mayoría tiene fuerza de ley, entonces en México se vive un proceso democrático incompleto pues los pobres son la gran mayoría y no se incluyen en las decisiones de gobierno; acá las cosas se dan totalmente a la inversa.

 

En nuestra democracia los pobres están cada vez menos representados aún cuando éstos constituyen la base electoral más fuerte, la que más vota por las incumplidas promesas; es la que prácticamente hace a los representantes aún cuando éstos poco se ocupan de ellos.

 

Todo está a la luz y quienes detentan el poder, es decir la clase política, viven con el reloj adelantado y piensan más en su futuro propio que en el resto de los mexicanos; nuestros representantes, por regla, andan muy distraídos de las ocupaciones para las que fueron electos lo que les convierte en adversarios radicales de la democracia.

 

Los pobres mexicanos –y me refiero a la clase económicamente débil-, viven inmersos en la promesa electoral que nunca les ha sacado de esa condición; ello hace que nuestra democracia se cuele en el cedazo de múltiples parámetros económicos y financieros haciéndole confluir en un autoritarismo muy bien disimulado bajo una maraña de cuerpos burocráticos que solo aniquilan el poder del pueblo y, desde luego, ofenden su dignidad.

 

¿El resultado? Se ha secuestrado el concepto propio de la democracia en su estricta dimensión para que no prevalezca el concepto de justicia y, por ende, el de libertad pues es claro que donde existe justicia no hace falta pedir la libertad y viceversa.

 

En años recientes, cobra en México significación el debate sobre la democracia. Y si bien es positivo que se preste a ella mayor atención, pues antes se la dejaba a menudo de lado como un asunto secundario, estamos todavía lejos de que el problema se reaprecie en su conjunto y en forma adecuada. Reconociendo, por ejemplo, que el régimen electoral y concretamente los comicios deben ser democráticos, esto es, que en vez de imposiciones de arriba abajo, como las que sufrimos en las últimas décadas, los votos de los ciudadanos sean secretos, se emitan libremente y se cuenten con honestidad, es decir, sin trampas, irregularidades y aun verdaderos fraudes, lo que ocurre en nuestro país deja ver que estamos todavía lejos de haber logrado democratizar nuestra vida social e incluso de que podamos hablar con buen fundamento de una transición democrática.

 

Aún cuando algunos sostienen con profunda vehemencia que hemos avanzado hacia la democracia vemos que se mantiene, y aun extrema, la conservadora política neoliberal impuesta desde hace años y que, aparte de autoritaria, contribuye a acentuar la desigualdad social y a hacer más ricos a los ricos y más pobres a los pobres. Y aunque esa política habla mucho de democracia y a menudo identifica mercado y libre comercio con ella, lo cierto es que limita, viola y aun cancela derechos esenciales, sobre todo colectivos, profundiza la explotación, combate la organización sindical de los trabajadores y, al permitir que incluso sean otros, no los mexicanos, quienes decidan desde más allá de nuestras fronteras lo que aquí se haga, no sólo acepta que se lesione la soberanía sino que, en realidad, renuncia a ella.

 

En todas partes se habla con preocupación de la dramática pobreza que aqueja a millones de personas, pero a menudo no se repara en la profunda desigualdad que subyace en ella y en que la concentración de la riqueza en una pequeña minoría es quizá la causa principal de esa injusta situación. La crisis social, producto de esa desigualdad, va más lejos y se expresa, además, en violencia, inseguridad, explotación, narcotráfico, crimen, discriminación, conflictos de diferente naturaleza -entre otros raciales y religiosos-, creciente descontento y, desde luego, descomposición de la vida familiar.

 

Aún quienes admiten que vivimos bajo una profunda crisis, suelen pensar que ésta no es propiamente política; en parte, ello se explica porque las condiciones políticas difieren sensiblemente de unos países a otros y, en parte, porque con frecuencia no se advierte que, independientemente de su naturaleza, cuando un problema se vuelve persistente y cada vez más difícil de resolver, por ese solo hecho adquiere carácter político. Por ejemplo, eso pasa hoy con el desempleo y la cada vez mayor incapacidad para asegurar a millones de personas una ocupación estable que les permita trabajar y vivir dignamente y pasa también con la desigualdad social, la antidemocracia, la dependencia y la lucha por la soberanía y la independencia.

 

Al margen de ello, problemas como el autoritarismo, la constante violación de derechos humanos esenciales, la concentración del poder de decisión en pequeños grupos económicamente poderosos, la intervención ilegal de Estados Unidos en los asuntos internos de nuestro país, las fallas e irregularidades en las elecciones, el desmantelamiento del Estado, la incapacidad de las fuerzas democráticas para conjugar esfuerzos y unirse, la tendencia de los partidos a creer que de ellos depende el cambio y el progreso, y no de constelaciones de fuerzas mucho más amplias y heterogéneas entre los que desde luego los pobres por ser mayoría cuentan mucho, todos son signos de una crisis política que, lejos de resolverse, se extiende cada vez más.

 

En México, uno de cada tres niños vive en la pobreza. México tiene el décimo lugar entre las economías más grandes del mundo y el lugar 80 en cuanto al ingreso per cápita; es decir, en nuestro país tenemos un  injusto y pésimo reparto de la riqueza.

 

Desde hace ya varios años, en México tenemos estancada la reducción de la pobreza y por más que el Banco Mundial, hace cinco años, recomendó al gobierno mexicano entre otros puntos importantes y urgentes, reducir la pobreza y desarrollar el capital humano, el índice de pobres camina en alarmante alza.

 

El fenómeno de la pobreza extrema en México es un problema que requiere una visión de largo plazo y que trae consigo una severa inequidad social y económica. El problema de la pobreza extrema encuentra su antecedente en la deplorable planeación (producción, acumulación y distribución) del ingreso. La pobreza extrema en México se encuentra en aumento, y esto se debe a una desvalorización del trabajo entre los sectores más importantes de la sociedad.

 

¿Para qué sirve la democracia? La democracia es un proceso en constante perfección. La democracia como sistema se compone de varios factores: salud en sus instituciones, equilibrio de poderes en función, transparencia en las acciones de los funcionarios públicos, entre muchos otros. Sin embargo, en México uno de los obstáculos más fuertes a la democracia es la creciente desigualdad que ha enfrentado México en sus ultimas dos décadas, la poca visión de sus funcionarios públicos y un corporativismo que sigue aún vigente. Dicho de otro modo, a pesar de la alternancia de poderes que vivimos desde hace casi cinco años, la democracia no ha alcanzado niveles de calidad.     

   

La democracia en México es frágil, incipiente, sin calidad. Esto se debe principalmente a que presenta síntomas de desgaste social cada vez más evidentes: primero, el aumento en la desigualdad social vinculado con el tema de la pobreza; segundo, la falta de oportunidades de empleo, principalmente para las nuevas generaciones; tercero, la poca o nula credibilidad que tienen los partidos políticos aunado a la corrupción de éstos en la actualidad; cuarto y último, el desgaste en el cuerpo legislativo y la falta de consensos coordinados y estructurados de manera seria.

 

Por consiguiente, existe el peligro de que el tiempo de la transición democrática se postergue indefinidamente. Además, de que prevalece en el ánimo de la sociedad en general un sentimiento generalizado de que la democracia no está funcionando; se percibe que hay parálisis en el cambio. La democracia en México no presenta un proyecto social definido; no tiene una estructura ni una visión a largo plazo y, desde luego, no dice nada a las verdaderas mayorías mexicanas, prácticamente desprotegidas. Triste, pero así están las cosas.