Después de una tregua vuelvo a la batalla, a la lucha que me ha representado la expresión de mis ideas, del ir y venir por la vida, recopilando vivencias, experiencias, múltiples todas y llenas de extraordinarias remembranzas, es un tanto esa búsqueda por justificar mi existencia ante los ojos de mi conciencia pero, sobre todo, el compartir con quienes se toman la molestia de leerme esos espacios de mi tiempo en que opto por ser yo mismo, en que sentado frente al computador me percato, con los pies firmes sobre la tierra, que he sido y soy solo yo y mi eternidad.
Después de una tregua, vuelvo a ustedes, apreciable público lector de Sahuayo, animado por la constante pregunta del porqué ya no estoy en este medio pero, por sobre todo, porque a ustedes me ata un compromiso. Y estoy aquí ahora con mis Palabras al Viento.
[110] ¿DECLARACIONES RACISTAS O EXAGERACIONES DE LA “DIPLOMACIA”?
Felipe Díaz Garibay
Columna “Palabras al Viento”, Semanario “Tribuna” de Sahuayo, Michoacán, México, del domingo 5 de junio al domingo 10 de julio de 2005.
Parte I
Mucho se ha comentado en los últimos días el mensaje que dirigiera el Presidente de México, Vicente Fox Quesada, donde destacó que en los Estados Unidos los migrantes mexicanos realizaban tareas tan arduas que ni los mismos “negros” desarrollaban. Al respecto se ha llegado al límite de la ignominia al exigir el gobierno norteamericano a nuestro Primer Mandatario una explicación y un pedimento de “perdón” por esas declaraciones “racistas”, mismas que calificó, además, de “insensibles” e “inapropiadas”.
Como reza el dicho común: “el burro hablando de orejas”. Ahora resulta que el gobierno norteamericano impone clases de moral y buen comportamiento en materia de política exterior. Vaya cosas.
Lo peor de todo es que sectores inconformes que aún no logran superar atavismos surgidos en aquélla elección de julio del año 2000 y con una decepcionante actitud se solidarizan con nuestro vecino del norte haciendo gala de su “experiencia” en materia diplomática; se suman al reclamo y recaen en la referida exigencia. Olvidan posiciones y declaraciones pasadas cuando todo cuanto hiciera la potencia norteamericana, sobre todo en los tiempos de la “Guerra Fría”, era contrario, desde su punto de vista, a los intereses mexicanos.
Es entendible que una de las características más acusadas del actual régimen ha sido su escasa experiencia en materia diplomática, pero la frase en cuestión, aún cuando producto de ese no menos importante detalle, tenía otra intención desde luego: acusar el trato que se da a nuestros paisanos en territorio norteamericano, solo eso.
Nuestro primer mandatario es alguien muy bien intencionado, ni duda cabe, pero en este tenor las cosas no le han salido nada bien, y es que pasa de lado el hecho de que en nuestro país no vale mucho poseer esa virtud y menos aún cuando de hacer política se trata.
Hablar de política exterior requiere de toda una gama de precisiones, antes de recaer en halagos o diatribas, en especulaciones o sinrazones. Es una temática difícil por lo que es necesario tratarlo con delicadeza y con conocimiento de causa.
Precisiones sobre la política exterior
La política exterior constituye un mecanismo fundamental que determina el logro de los propósitos de una nación. Trata, en especial, de todas aquéllas relaciones y fenómenos que traen consigo, que se dan más allá de nuestras fronteras; allá donde el mundo continúa; allá donde las ópticas miopes y meramente localistas ya no tienen mucho o nada que ver.
El estudio de la política exterior resulta significativo puesto que es un instrumento que busca, en su entorno, aquellos elementos susceptibles de satisfacer necesidades internas. En los años recientes, el ambiente externo ocupa un lugar cada vez más importante en el desarrollo económico, político y social de los países.
Aclarando mejor las cosas, esto significa que muchas veces el sector externo ejerce mayores presiones o representa una supremacía sobre las condiciones internas de cada país. Por ello, frente a los cambios que la sociedad internacional está experimentando últimamente, el papel de la política exterior será determinante para la inserción de cada nación en la conformación de las estructuras mundiales por venir y en las consecuencias que se produzcan al interior de todos los países. Para el caso de México, estas apreciaciones resultan muy acertadas, ya que recientemente empezó a dirigir su mirada hacia los asuntos exógenos con mayor atención y, como consecuencia, los aspectos exteriores influyen, en la actualidad, de una forma más determinante en la vida nacional de sus habitantes.
La política exterior constituye el conjunto de posiciones, actitudes, decisiones y acciones que tiene un Estado más allá de sus fronteras nacionales. No así, esta definición es incompleta pues la política exterior es un proceso altamente complejo que involucra una serie de actividades interconectadas entre sí que van más allá de simples actitudes o acciones. La política exterior no es una serie de hechos aislados o de decisiones tomadas al azar; es un proceso determinado por distintas bases, diversos actores y varias condicionantes.
Pero existe un elemento primordial para la política exterior y que de repente parecen hacer a un lado sus actores: el interés nacional. Debo aclarar que existen autores que señalan que no existe el interés nacional, debido a que todas las sociedades son demasiado heterogéneas. Otros, por su parte, argumentan que no existe un solo interés nacional, sino que hay varios intereses nacionales. Otros más, se cuestionan quién o quiénes están encargados de interpretar el interés nacional.
Desde un punto de vista práctico, muchos han contestado que este concepto es identificado por el grupo en el poder. Sin embargo, aún cuando este supuesto tiene mucho de verdad, asumirlo crea complicaciones puesto que es fácil pensar que cuando un gobierno decide cuál es el interés nacional, no se trata de un interés nacional, sino de un interés grupal. Aún cuando es un concepto muy controversial en términos teóricos, el interés nacional representa una herramienta analítica para el estudio de la política exterior y puede ser entendido como aquellas necesidades fundamentales que un Estado tiene para su propia existencia y funcionalidad evidentemente en lo interno.
La política exterior no es una serie de eventos aislados o inconexos; por ello, la actividad internacional de un país debe estar orientada hacia objetivos concretos y delimitados por un proyecto claro y específico. Los objetivos son los medios para alcanzar el fin principal que es dar respuesta al interés nacional, por ello, deben estar basados en dicho interés y no en otro. Los objetivos deben apoyarse en estrategias e instrumentos de política exterior. Las estrategias son actividades específicas para alcanzar los objetivos generales. En esta actividad los diseñadores de la política exterior establecen quién, cuándo y cómo se va a llevar a cabo tal acción. Los instrumentos son aquellos mecanismos institucionalizados y reconocidos por la sociedad internacional para el logro de objetivos. Los más comunes son: la negociación, la guerra, las sanciones económicas, la ayuda económica, las organizaciones internacionales, el derecho internacional, por referir algunos.
Evidentemente que los factores básicos que inciden en la formulación de la política exterior son los condicionantes internos y externos, en virtud de que una política externa busca, afuera de nuestras fronteras, las condiciones necesarias para dar respuesta a las necesidades que tengamos en lo interno.
En este sentido, la geografía, el sistema político, el desarrollo económico, las condiciones sociales, la ideología del Estado, la organización respecto a la toma de decisiones y otros elementos internos son fundamentales para el diseño de la política exterior. De igual manera, el ambiente internacional, la presión ejercida por otros Estados, el prestigio internacional, el número de organizaciones internacionales, el estado del derecho internacional, la distribución de la riqueza y el poder y el grado de interdependencia entre las naciones son los factores externos que en un momento dado influyen en el proceso de toma de decisiones de política exterior de cualquier país.
La capacidad de negociación internacional es también una base fundamental de la política exterior, pues determina en gran medida el logro de los objetivos planteados. Por lo tanto, el éxito de la política exterior descansa en circunstancias coyunturales tanto internas como externas que configuran dicha capacidad. La capacidad se delinea por varios elementos internos como los poderes militar, económico y tecnológico, la cohesión interna, los recursos naturales y la población, entre otros; asimismo los factores externos que determinan esa capacidad negociadora son la situación internacional, el grado de polarización mundial, los intereses y las presiones de los distintos actores internacionales, el prestigio, la opinión pública mundial, las organizaciones internacionales y el desarrollo del derecho internacional, entre otros.
En materia de política exterior estaremos hablando siempre de actores. Complejo entonces.
Parte II
2. Los actores de la política exterior
Los actores de la política exterior encargados del proceso de formulación y ejecución de las decisiones en la materia son diversos; no es uno solo.
El gobierno a través de sus poderes Ejecutivo, Legislativo y Judicial, es el encargado de ejecutar la política exterior, razón que le obliga a diseñarla desde una postura de total apertura a las demandas de la sociedad civil tomando en cuenta, desde luego, a los diferentes grupos sociales y organizaciones no gubernamentales que conforman al Estado.
De manera regular, el Ejecutivo tiene la función de tomar las decisiones de política exterior y el Legislativo las sanciona; no así en el proceso de formulación, los actores no gubernamentales pueden ejercer cierta influencia. Los agentes no gubernamentales los encontramos representados en la opinión pública, los partidos políticos, las organizaciones empresariales, los sindicatos, la Iglesia, los grupos étnicos, así como los centros educativos entre otros.
Queda claro, entonces, que una política exterior que no toma en cuenta las necesidades de la población y no escucha a la sociedad civil es una política con rasgos brutalmente antidemocráticos. Sin embargo, es preciso dejar claro que actores externos, fundamentalmente empresas transnacionales, llegan a influir de manera determinante en la política exterior de un país y casi siempre delinean los aspectos esenciales de ésta.
La política exterior debe encontrar su principal motivación en las condiciones internas de cada país. Con ello no trato de decir que la política interna tenga una primacía sobre la externa; no, de ninguna manera. Ambas deben tener un carácter circular y complementario pero en todo momento el interés de la nación debe ser su fundamento; el interés nacional está determinado por múltiples factores internos y externos pero son, justamente, las necesidades internas el principal motor de la política externa; por ello, la política exterior debe, en todo momento, establecer objetivos o estrategias muy concretas para la solución de un problema o para un fin determinado.
La política exterior está, entonces, estrictamente ligada a la interna porque ambas pertenecen a la política general del Estado, aunque cabe aclarar que existen algunos elementos que las hacen diferentes: la política externa se dirige a un ambiente heterogéneo y no tiene, necesariamente, poder coercitivo para alcanzar sus objetivos; la política interna, por su parte, se orienta a un entorno de alguna manera homogéneo y cuenta con mecanismos coercitivos para hacer cumplir sus normas.
Aún cuando estos elementos distinguen una política de otra, ambas deben ser congruentes, coherentes y, ambas también, tienen que apoyarse recíprocamente.
Debido a la creciente interdependencia económica mundial y al fortalecimiento del proceso globalizador de los nuevos tiempos, una acción de política externa afecta decisivamente a la interna y viceversa; por ejemplo, las negociaciones entre países se basan en la normatividad interna de cada uno; no obstante la firma de un tratado internacional provoca, muchas veces y casi siempre, cambios en materia de política interna.
A nivel mundial los Estados tienen diversos intereses y muchas veces no coinciden; parece que el proceso de globalización e interdependencia hace que el interés nacional se diluya y ello es delicado; por esta razón, la política exterior de un Estado debe funcionar como un instrumento conciliador entre el interés nacional y los intereses globales. Mayor reto no habría sido posible, de ahí la disfunción que se presenta en la estructuración de los programas de política exterior en múltiples países; no resulta fácil el ajuste y el acondicionamiento.
3. El diseño de los esquemas de actuación diplomática de México
México no escapa a la inevitable realidad que le han marcado sus distintas etapas históricas. En términos generales de 1821, en que se consolida la independencia respecto de España, el nuestro ha sido un país que se ha debatido entre la necesidad de conservar su espacio dentro del sistema de relaciones internacionales y, también, la de hacer respetar su voz en los diversos foros y organismos internacionales.
Viendo un poco a los finales del siglo pasado, tenemos que a partir de nuevos elementos internos y a consecuencia de distintas presiones externas, la política exterior mexicana experimentó una notable transformación en cuanto a sus prioridades a mediados de la década de los años ochenta.
Así, a partir de estos momentos se observan en el desarrollo de la política exterior de México múltiples características que bien deben ser tomadas en consideración a efecto de poder elaborar un mejor diagnóstico. Referiré cuatro de importancia crucial y al resto dedicaré un trato especial.
Por un lado, la supremacía del Poder Ejecutivo bien ha afectado el proceso de toma de decisiones de política exterior, toda vez que el Presidente mexicano ocupa un lugar preponderante frente a los otros actores gubernamentales; está de más insistir en el hecho de que en nuestro sistema político, el Poder Ejecutivo ha tenido mayores poderes frente al Legislativo y, desde luego, frente al Judicial. En materia de división de poderes, la realidad mexicana es muy diferente y ello representa una seria desventaja en materia de política exterior donde sólo una pequeña elite gubernamental participa directamente lo que, en realidad, bien afecta la capacidad de negociación internacional de México.
En otro sentido, en México existe una política dual y con base en ella el gobierno toma decisiones. ¿De qué manera? Muy sencillo. Frente a un tema en particular, el grupo en el poder asume cierta posición al interior y otra distinta al exterior; tal dualismo hace pensar que existe una contradicción entre la política interna y la externa; aunque es preciso aclarar que tal contradicción sólo existe en el plano superficial pues en el fondo ambas políticas buscan un fin común: mantener y consolidar el poder del grupo dominante.
Además de los dos puntos anteriores, es preciso referir el hecho de que México ejecuta una política exterior pragmática, hecho en el que coinciden diversos especialistas en Relaciones Internacionales e incluso funcionarios de nuestra cancillería. En este sentido, la política exterior mexicana está siempre basada en principios tradicionales que guían su conducta y actuación por lo que la actitud internacional de nuestro país es fácil de predecir con lo que se puede concluir que, bajo esta premisa México, persistentemente, actuaría de la misma manera ante cualquier evento que se suscite más allá de sus fronteras.
El último punto a considerar sería el hecho de que la política exterior de México es totalmente economicista, lo que se recalcó aún más a partir del régimen de Miguel de la Madrid Hurtado (1982-1988), donde los asuntos de la deuda externa y la apertura comercial fueron los ejes de la política exterior. Esta línea de actuación frente al exterior se vio reforzada en la administración de Carlos salinas de Gortari (1988-1994) y continuó siendo el pan de cada día durante el mandato zedillista (1994-2000) afectando, desde luego, el desarrollo del trabajo diplomático del régimen actual donde parece se perdió el rumbo amenazando con afectar seriamente el proyecto nacional, aunque ello será tema para tratar en las partes subsiguientes.
Parte III
4. La relación bilateral México-Estados Unidos de Norteamérica
Otra característica esencial que influye fuertemente en el diseño de la política exterior mexicana es, indudablemente, la relación con los Estados Unidos de Norteamérica que merece trato aparte por la temática motivo de esta serie.
Históricamente las relaciones con los Estados Unidos de Norteamérica no han sido fáciles, aún cuando constantemente se ha dicho, oficialmente desde luego y de una parte y otra, que la relación ha entrado a nuevas etapas; a una antecede y deviene otra y así sucesivamente; nada nuevo, todo ha sido siempre lo mismo.
Es evidente reconocer que los aspectos de esa relación, tanto los multilaterales como los estrictamente bilaterales, han cambiado y desde luego sus contenidos tradicionales han sido rebasados por otros cualitativamente distintos, aunque existen múltiples factores que hacen de ella una relación muy distinta a la que pudiera tener nuestro país con cualquier otro del planeta, sobre los que podríamos destacar principalmente el económico; nuestra dependencia en este rubro respecto de esta nación no es nueva. Podríamos afirmar, con toda certeza que cuando aún era distante en el tiempo la imposición de la hegemonía norteamericana en el mundo nosotros, es decir México, ya éramos objeto del proyecto expansionista de la naciente economía capitalista.
La Revolución Mexicana, que vino a delinear el modelo de país que actualmente tenemos, abrió un nuevo capítulo –me atrevo a afirmar que dramático- en la relación de México con su vecino del norte. Cuando la Revolución concluyó en México, también acabó la gran guerra en Europa y, como resultado de ello, los Estados Unidos emergieron como principal potencia mundial, desplazando definitivamente en ese papel a Gran Bretaña,
El predominio norteamericano sobre América Latina en general, y sobre México, Centroamérica y El Caribe en particular, se reafirmó y la Doctrina Monroe, cuyo fin no era tanto el salvaguardar los intereses y la seguridad de los países de América sino garantizar el predominio norteamericano en la región, se convirtió en un hecho muy real.
Los cambios violentos del periodo post-revolucionario en la vida política de México vienen a tener, irremediablemente, repercusiones sobre la inversión extranjera en nuestro país; así, los Estados Unidos se embarcan en uno de sus primeros intentos de controlar las fuerzas revolucionarias desatadas en un país de su zona de influencia. A fin de cuentas, según lo destacan muchos investigadores, el éxito norteamericano en esta empresa sería parcial y dio lugar a un largo y complejo conflicto entre los gobiernos de México y Washington que perduró hasta fines de 1940.
La Segunda Guerra Mundial parece cerrar bruscamente la larga etapa de confrontación abierta de México con los Estados Unidos y da paso a una de colaboración; pese a que aún estaba muy fresco en la memoria mexicana el conflicto con estados Unidos originado por la Expropiación Petrolera de 1938, México se encontró como aliado de los norteamericanos dentro de la estructura de Naciones Unidas en la lucha contra los países del incipiente club comunista.
La historia de la relación entre México y estados Unidos es, sin duda, el campo más explotado de la relación de nuestro país con el mundo exterior. Esto no debe parecernos raro si consideramos la importancia pasada, actual y futura de esta por cierto desigual relación que hace que una buena parte de la producción de investigadores que tocan el tema tenga un carácter altamente polémico.
Entre México y los Estados Unidos hay recuerdos, cierto, pero también grandes y variadas divergencias; en asuntos económicos, comerciales, políticos, migratorios, de narcotráfico y todos aquéllos que comprenden la agenda de sus relaciones e intercambios.
Sin duda alguna, Estados Unidos ocupa un lugar primordial en el proceso de toma de decisiones de nuestra política exterior. Inclusive, muchas veces ha llegado a confundirse la política exterior de México con su relación bilateral con este país. Por ello, en el proceso de formulación de la política exterior de México, Estados Unidos recibe un trato especial y es motivo de un apartado especial también dentro de los planes y programas de gobierno.
El gobierno mexicano siempre asumirá una posición diferente ante Estados Unidos que con otros miembros de la comunidad internacional.
Las razones que explican la preeminencia de Estados Unidos en el proceso de toma de decisiones dentro de la política exterior mexicana son diversas y muy variadas, pero todas de gran peso y determinación en diversos contextos y escenarios. Entre ellas debo citar:
La influencia de Estados Unidos ha provocado que la política exterior mexicana se centre en la relación bilateral con su vecino del norte, dejando a un lado otros temas entre los que se encuentran el profundizar en el trato e intercambio con otras naciones que no sólo requieren de atención estratégica sino que, de acuerdo a la nueva configuración del sistema internacional, no es posible hacer a un lado.
A pesar del carácter nacionalista que se ha observado dentro de la Secretaría de Relaciones Exteriores en los últimos sexenios, producto de la experiencia mexicana en el trato con los Estados Unidos, los cancilleres mexicanos se han dedicado principalmente a no herir las susceptibilidades en Washington –México de rodillas como siempre-, y así asegurar su colaboración económica. Para aparentar un poco, el aparato diplomático reclama cualquier tipo de intromisión, como en el caso “Casablanca” por ejemplo, y asume la defensa de la soberanía nacional.
Difícil en todo concepto.
Parte IV
5. La supremacía del contexto externo, la débil capacidad de negociación mexicana y la pérdida del proyecto nacional
Aunado a las vicisitudes manifiestas de la relación bilateral México-Estados Unidos de Norteamérica, existe un factor que de igual manera influye de manera decisiva en el diseño de la política exterior mexicana: el contexto externo, es decir la fenomenología mundial que bien afecta a todas las naciones por igual debido al alto índice de interdependencia existe entre ellas. Ante él, como resultado del conjunto de elementos ya referidos en partes anteriores, hace que el nuestro sea un país con una no muy fuerte capacidad de negociación internacional y, por ende, con una no muy fuerte posición geopolítica pese a lo divulgado oficialmente y a lo que tantos pudieran afirmar vehementemente.
Es evidente que en los últimos años la situación externa ha tenido primacía sobre la interna en lo que respecta al diseño de la política exterior mexicana. Muchas de las decisiones más importantes de las últimas administraciones han estado fundamentadas y justificadas por el nuevo ambiente internacional. El principal argumento ha sido que México tiene que insertarse en la nueva dinámica internacional y no quedarse rezagado ante las nuevas transformaciones económicas y tecnológicas. Bajo tal tesitura, la administración salinista se embarcó en uno de los proyectos más destacados de los gobierno posrevolucionarios mexicanos: el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN).
La enorme desventaja de este rasgo es que no existe un proceso de retroalimentación entre política interna y política externa. Es necesario recordar que la política externa debe encontrar su justificación precisamente en las condiciones internas para así realmente responder al interés de la nación; es decir, el motor principal de toda política externa debería de ser la búsqueda de aquéllos elementos que vengan a satisfacerlas necesidades internas, ya lo había dicho. En los últimos años, la política exterior de México no se ha reflejado en una mejoría de las condiciones internas.
Con TLCAN o sin él, acá todo está igual, acá no pasa nada; no hay cambios trascendentes en la economía mexicana y, contrario a lo que se pudiera pensar, la situación mexicana es cada vez más deplorable.
Una reducida capacidad de negociación internacional, ha sido uno de los rasgos principales de la política exterior mexicana en los últimos años; esta debilidad del poder negociador de la diplomacia ejercida por el gobierno mexicano se debe en gran medida a la dependencia económica de nuestro país frente al sector externo; el peso de la deuda externa, la concentración comercial hacia el mercado de Estados Unidos, la influencia de las empresas multinacionales, la desventaja de tener una fuente dominante de inversiones extranjeras y los problemas económicos internos, principalmente la crisis de 1995, han provocado que México tenga un margen reducido de negociación lo que lo ubica en una posición de franca desventaja dentro del sistema internacional.
Muchos podrían pensar, e incluso argumentar, que México sí ha gozado de una capacidad de negociación internacional adecuada; incluso podrían referir como ejemplo el multicitado Tratado de Libre Comercio de América del Norte y el firmado en julio del 2000 con la Unión Europea; sin embargo, esos eventos se deben más a circunstancias coyunturales que a una alta capacidad de negociación de México.
EL TLCAN, por ejemplo, fue aceptado por los Estados Unidos de Norteamérica fundamentalmente por las razones siguientes:
En la mayoría de los estos casos, México estuvo ausente o su participación fue muy limitada.
Ahora bien, y en otro orden de ideas, la reciente presencia de México en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, que tantas controversias ha traído consigo, en nada garantiza que tengamos una posición geopolítica privilegiada; por el contrario, con ello se asumen serias responsabilidades y el hecho de que Estados Unidos haya aceptado nuestro arribo a ese organismo fue, evidentemente, con el objeto de sacar la mejor ventaja a la hora de votar las decisiones norteamericanas que siempre logra imponer en su seno; en este Consejo somos solamente un voto más que resulta mas eficaz si es cautivo y responde al interés de la hegemonía norteamericana.
En esas condiciones, nuestra presencia en múltiples organismos en nada modifica nuestra posición y capacidad de negociación internacional. La más reciente prueba de ello fue la aún fresca experiencia de la elección del Secretario General de la Organización de Estados Americanos (OEA) donde nuestro canciller fue protagonista de un franco ridículo.
En términos claros, la posición de México frente al exterior ha pasado de ser una política con bases progresistas e idealistas a una más conservadora y más alineada a los supuestos realistas; de igual manera transitó de una relativa autonomía a una política dependiente de los diversos polos económicos acentuando México su dependencia comercial y financiera con respecto al sector externo; ello repercute en el debilitamiento de la capacidad de negociación internacional y disminuye la habilidad de México para defender su propia soberanía.
En otro orden de ideas, México se alejó de una política exterior tradicionalmente multilateral acercándose más a una de corte bilateral; por ejemplo, de una posición tercermundista se acercó más a los intereses de los países más desarrollados; privilegió su relación con Estados Unidos al concentrar su política exterior en el TLCAN y tuvo que abandonar el Grupo de los 77 para ingresar a la OCDE; todo con el propósito de modernizar a la nación, de mejorar la imagen internacional de México e insertar al país en la nueva dinámica internacional.
De una política exterior de cooperación con países débiles, pasó a ser una política podríamos decir que de sujeción a las naciones desarrolladas y, por ende, más poderosas del planeta.
Con los elementos planteados es posible argumentar que la política exterior de las últimas administraciones no ha respondido de manera eficaz a los intereses supremos de la nación; esta política sólo ha beneficiado a intereses particulares, entre ellos los del grupo en el poder, los de algunos empresarios e inversionistas y los de grupos extranjeros. La política exterior de México no ha tenido efectos positivos para mejorar las condiciones de vida de la población, es más los niveles de vida han empeorado: aumentos en la tasa de desempleo, devaluación de nuestra moneda, cierre de muchas empresas y deterioro en el poder de compra de millones de mexicanos.
Parte V y última
6. Las altas y bajas del actual régimen
A lo largo de la historia de México, la política exterior había tenido una congruencia con el proceso de consolidación del Estado-Nación; esto significa que entre más evolucionaba el Estado mexicano, su política exterior era más compleja en su elaboración, más plural en términos de ideología, más multidireccional en criterios regionales y más multitemática incluso. No así, a partir del cambio estructural modernizador que se inicia durante el mandato de Miguel de la Madrid Hurtado, que se intensificó con Carlos Salinas de Gortari y que continuó con Ernesto Zedillo, la política exterior mexicana viene a sufrir un serio e imparable retroceso en términos de su proyecto nacional.
Este esquema de política exterior, en primer lugar, tiene un sesgo económico muy marcado, en segundo, se concentra en la relación con los países del norte, específicamente Estados Unidos y los miembros de la OCDE, y, en tercero el gobierno mexicano ponderó los intereses a corto plazo sacrificando los de largo alcance se olvidó de la prospectiva, es decir del diseño del futuro al que México podía aspirar.
En el marco del proyecto nacional emanado de la Revolución Mexicana, las últimas administraciones en apariencia continuaron actuando en el marco de los principios tradicionales de política exterior; sin embargo, ante la presencia del fenómeno globalizador que trae consigo un esquema de interdependencia entre naciones y de acuerdo a las acciones que los últimos gobiernos han llevado a cabo como el TLCAN y la firma de la cláusula democrática frente a la Unión Europea, estos principios parecen no tener congruencia ni vigencia alguna ya.
Lo anterior hace suponer que México está abandonando definitivamente el proyecto de nación que emano con la Constitución de 1917 y vino a cambiarlo por un proyecto basado en una ideología neoliberal que fue impuesto sin el consentimiento de los mexicanos y que ha respondido más a las preocupaciones del grupo en el poder, a los intereses de quienes detentan el poder económico y a las presiones de los agentes externos; por ello, México debería reorientar su proyecto de política exterior para así responder más a las demandas internas.
Lamentablemente, a partir del 2000, después de haber creado innumerables expectativas, las cosas siguieron exactamente igual, sin cambio alguno y muchos aspectos marcharon en franco retroceso en materia de política exterior.
En los últimos cuatro años y medio, ni Jorge Castañeda y menos aún Luis Ernesto Derbez, en tanto diseñadores de la política exterior mexicana, han sido capaces de utilizar la debilidad del país para incrementar su capacidad de negociación internacional. En la relación bilateral con los Estados Unidos, por ejemplo, si se ha argumentado que graves problemas económicos en México pueden afectar a Estados Unidos y otras naciones, entonces el “club diplomático” de México tendría un amplio margen de negociación; el temor de Estados Unidos a una ola de migrantes mexicanos, a una reducción del poder de compra de los mexicanos que pueden adquirir sus productos y a la pérdida económica de los empresarios estadounidenses que han invertido en México, obligarían al gobierno norteamericano a aceptar muchos de los términos que los negociadores mexicanos pudieran plantear.
Pero ha faltado la imaginación, quizás la voluntad, el sentido internacionalista y, desde luego, la vocación diplomática y ha resultado más fácil y sencillo buscar las cámaras, optar por el exhibicionismo y jugar al madruguete en la carrera presidencial hacia el 2006, que atender de manera sensata nuestro proyecto de nación en materia de política exterior.
7. Las expresiones del “mal”
Derivado del esquema que históricamente han ejecutado nuestros gobiernos frente al exterior, la experiencia vivida por el régimen del Presidente Vicente Fox Quesada no podía ser menos que adversa en su relación con algunos países. El insuperable conflicto con Cuba y las recientes reacciones norteamericanas por las declaraciones presidenciales que afectaron la sensibilidad del gobierno de los Estados Unidos, dejan claro que en el delicado rubro de la diplomacia las cosas no han salido nada bien.
Parece que la política exterior mexicana ha sido en los últimos cuatro años y medio una simple agenda, en la que solo se han calendarizado visitas oficiales pero no grandes y trascendentes negociaciones o acuerdos. Lamentablemente se viene arrastrando un esquema deforme de décadas anteriores. Desafortunadamente para muchos servidores públicos la política exterior, ayer como hoy, se ha convertido en un simple escaparate, la extraordinaria oportunidad para visitar países que en su vida pudieron haber imaginado (recordemos a Sari Bermudes –la funcionaria encargada de preservar nuestros valores culturales- enloquecida, rompiendo protocolos, ante la mirada sorprendida de los anfitriones, para tomarse fotos posando junto a las estatuas de Tarracota en China que fueron desenterradas del mausoleo del primer emperador chino Qin Shi Huang). Los mismos cambios en la cancillería mexicana bien hablan del desasosiego existente; se buscaron perfiles y quedaron los menos idóneos; Jorge Castañeda está formado en el área de las Relaciones Internacionales y es docto en la materia, pero al frente de la cancillería no rindió en la medida que ha sabido hacerlo en las aulas universitarias y ello me consta pues lo tuve como maestro en la asignatura de posgrado “Política Mundial Contemporánea” en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM a finales de la década de los ochenta. Siempre he creído, y ahora estoy más seguro que nunca de mi inquietud, de que el Presidente Vicente Fox Quesada siempre ha dormido con el enemigo. Siempre lo ha tenido en casa; se brindó la oportunidad a otros mientras quienes le pudieron haber sido leales esperaron siempre sentados la oportunidad de servir a su país.
El servicio exterior, con sus respetables excepciones, está plagado de ineptos al igual que el sinnúmero de “Servicios Profesionales de Carrera” implantados en nuestro país, tan nefastos como los métodos de selección implementados dentro de ellos. Peor carnaval de las vanidades no podía existir, la peor burla a México y al sinnúmero de ciudadanos que acuden a sus concursos cuando el pastel ya está repartido entre los ungidos por la mano divina de los grandes corruptos.
Sin un proyecto de nación definido en lo interno es obvio que en lo exterior habrían de cometerse errores cuya raíz viene arrastrándose desde tiempo atrás; así las cosas, es obvio pensar entonces que cualquier expresión sería posible. El actual régimen nunca imaginó sería difícil enderezar el barco en medio de una añeja tormenta. Eso mismo sucedió con aquello de que los mexicanos realizaban tareas y jornadas en los Estados Unidos que ni los mismos negros serían capaces.
Pero es raro lo que pasa en México. Quienes antes defendieron a capa y espada lo que les dio por llamar “nacionalismo” y además “revolucionario”, ahora manifiestan una postura que bien nos habla no de una molestia, no de conocer a fondo las infinitas variables que afectan la vida diplomática, sino más bien dejan al descubierto un afán de exhibir al gobierno mexicano; si los contextos fueran diferentes quizás hablaran y actuaran de otro modo; pero todavía pesa aquél domingo 2 de julio del año 2000.
Con esas actitudes, no afectan tanto al régimen sino al mismo México a quien le dan totalmente la espalda. Pero nada puede hacerse con esas mentes cuyo protagonismo enfermizo estará siempre presto en todo momento a desacreditar cualquier actitud y cualquier acción que implique reconocimiento alguno.
Se califica de racista a una declaración que buscó solamente acusar el trato que reciben nuestros connnacionales en tierras norteamericanas y se indigna todo mundo; quizás será porque a quienes se lastimó su integridad psicoemocional, jamás han tenido la imperiosa necesidad de cruzar ríos, desiertos y montañas para buscar el pan para sus hijos; quizás será porque no han vivido las experiencias del maltrato y discriminación que también ellos sufren en tierras extrañas y sobre todo en el “país de las maravillas”; quizás será porque poco les importa el clamor de nuestro pueblo; de hecho, creo que jamás les ha importado de eso estoy plenamente seguro.
Mexicanos y afroamericanos son víctimas de grandes vejaciones, eso lo supo Luther Kin y lo saben Jeese Jackson (quien ahora convoca a organizarse junto con grupos latinos para luchar contra la discriminación), Sharpton y desde luego George Bush, Tony Garza y nuestros nada eficientes legisladores. Ahora simplemente les ganó la indignación no porque la expresión haya sido racista, insensible, ingenua o inapropiada, sino simplemente porque lo dijo Vicente Fox Quesada, eso es todo. Y al plantearme en este tenor, contrario a lo que se pudiera pensar o decir –como de hecho sucedió haciendo gala de una “habilidad” periodística, que no vocación-, no trato de justificar ni defender a nadie sino de expresar un punto de vista en un medio público gracias al amparo que para tal fin me ofrece el Derecho Mexicano y la autoridad que para ello me otorga el ser un ciudadano humilde de esta región michoacana que acudió a las aulas universitarias para ser lo que es y no lo que otros quisieran que fuera
Y recalco que los migrantes mexicanos, indocumentados o no, han enfrentado de manera vitalicia leyes duras promulgadas por diversos regímenes norteamericanos; ello no es una situación privativa del régimen foxista y menos aún que ello se convierta en un tema álgido a raíz de la multicitada declaración.
Desde mi juventud, en las múltiples reuniones interparlamentarias México-Estados Unidos a las que por cuestiones laborales tuve la oportunidad de asistir en la década de los ochenta, el tema migratorio era de los primeros en la agenda bilateral, el de mayor discusión y sobre todo en el que nunca hubo acuerdos, y no creo que los haya en el futuro inmediato, precisamente porque nuestro México pobre, nuestro pobre México, produce mano de obra muy barata que bien beneficia a la economía norteamericana y, en efecto, nuestra raza de bronce es una de las mejores en la realización de esos duros trabajos.
En detalle, el mismo Consejo Nacional de Población, organismo dependiente de la Secretaría de Gobernación, recientemente ha reconocido que a pesar de que los salarios han mejorado, los 21 mil dólares que en promedio ganan los mexicanos están 62% debajo de lo que reciben los inmigrantes de otros países y de los nativos norteamericanos; ello porque se dedican a trabajos poco calificados y de baja remuneración. Pero para los Estados Unidos las cosas funcionan mejor así como están.
No es lo mismo vivir en barrios y temibles callejones, o en exclusivos suburbios como Manhatan o Beberly Hills, que “partírsela” con el azadón en la mano en los campos de vid o de algodón en el fértil Valle de San Joaquín, por ejemplo.
Cuantos mexicanos te has tragado Estados Unidos; Dios los guarde en su santo seno pues su única intención fue dar de comer a sus hijos y huir de la profunda desigualdad que trajo consigo la hasta hoy llamada “Revolución Mexicana” y sus regímenes.♦