[103] CRUZADA DISTRITAL POR LA DEMOCRACIA. NOTAS PARA UN HISTORIA INTEMPORAL
Felipe Díaz Garibay
Candidato del Partido Acción Nacional a Diputado Local por el IV Distrito Electoral del Estado de Michoacán, con cabecera en Jiquilpan
Parte IV
Semanario “Tribuna de Sahuayo, Michoacán, México, domingo 10 de octubre de 2004.
Cuatro semanas de trabajo, medio camino recorrido. Semana difícil esta última, aparecen detalles que jamás hubiera creído posibles en este IV Distrito, no en un proceso electoral que se realiza en pleno 2003, en efecto ya en el Tercer Milenio. Entre destrucción y hurto de propaganda política, pactos ocultos, política de quinta clase instrumentada por mentes obscuras que se ocultan tras sonrisas irónicas y máscaras angelicales, aquí seguimos; esta cuarta semana ha sido en verdad distinta a las demás, yo diría que la peor de todas.
Aires de dictadura, aires de tiranía
“Oiga usted, no sé a qué partido represente pero retírese de aquí, está haciendo proselitismo en momentos en que se distribuyen los beneficios del programa ‘Oportunidades’ y eso está penado por la Ley”. Fue esa la expresión con la que empiezo los trabajos de campaña de esta semana que viene a representar, puedo decir, la mitad del camino; esa expresión la vine arrastrando durante estos días como una carga que bien pesó sobre mis hombros, pero más en mi mente que se resiste a creer que en estos tiempos, todavía se sienta aquélla represión que nuestro país pudo vivir solamente en los años de la dictadura porfiriana, o en aquéllos de mediados del siglo pasado en que se perseguía a quienes simplemente pensaban diferente.
Por regla general las dictaduras, con sus esenciales características, han sido regímenes de gobierno que en nuestros tiempos están prácticamente fuera de contexto, aunque pudiera existir la preeminencia de ciertos grupos en los niveles regionales que mantienen prácticamente el control sobre la vida política y social de ellos no es común que hoy el fenómeno exista como una condicionante de la vida política bien sea de un Estado, un Municipio o un determinado país. Pero se dan los casos
Muchos pueblos las han padecido, persisten ahora en varios de ellos, pocas totalmente abiertas pero, cierto, la mayoría disfrazadas. Pero sus efectos son totalmente nocivos para la vida política de éstos. Frenan todo avance, y bien impiden que las sociedades caminen, avancen, se transformen y transiten hacia niveles de desarrollo acordes a las exigencias de los nuevos tiempos.
Contrario a lo que muchos creen, las dictaduras por regla general no son ya una alternativa de gobierno; ellas conducen a los pueblos no solo a la confusión sino a una inestabilidad que conducen a los pueblos donde operan al repudio y al deseo de cambio; eso mismo sucede en algunos rincones de este Distrito, que en momentos se asemejan –en sentido figurado claro- a esas ciudades amuralladas del Feudalismo donde las consignas del señor feudal eran las que determinaban entre la vida y la muerte de de sus súbditos, marcaban la línea divisoria entre lo verdadero y lo falso y lo justo o lo injusto.
Qué cosa más aberrante. Pero cerca de nosotros vivimos esquemas similares que se amparan en el disfraz de la justicia y de la lucha por los más desprotegidos; no es tal, la realidad refleja una intención, la absoluta resolución de seguir disfrutando de las mieles del poder, sin proyecto de gobierno, sin visión de país, sin convicción política; solamente prima el afán desmedido de poder pese a la resistencia ciudadana que ahora bien comprende que es ella la que encomienda los mandatos, la que decide en las urnas, la que tiene no solo el voto sino la vos que determina sobre su propio destino.
El juego sucio. Los pactos ocultos
Existe un factor determinante en el juego político de nuestros tiempos, y éste lo representa la imperiosa necesidad del acercamiento total a la ciudadanía, de estar con ella para juntos, figuras públicas y sectores sociales, instrumentar programas, visualizar soluciones, plantear proyectos.
El juego sucio ha sido la característica más acusada del proceso electoral que ahora vivimos, muchas cosas no han quedado en claro ni siquiera en el seno de cada uno de los partidos políticos contendientes; rupturas, contradicciones, pleitos entre grupos, acercamientos, alejamientos, trinquetes, miserias y precariedades son la salsa que pone “sabor”, y yo más diría que un mal sabor a este proceso.
Muchos no han comprendido la parte esencial de la democracia que debe vivirse en los tiempos actuales y que es, justamente, el entender que ésta no se vive o mejor dicho no acaba en el simple hecho de depositar la boleta en la urna; en realidad el proceso apenas ahí comienza.
La democracia, como la propia actividad po-lí-ti-ca, tiene connotaciones muy profundas y si México es un país que vive inmerso en procesos electorales, éstos muy bien podrían representar la excelente oportunidad para reformas muchas cosas, para dar paso a nuevas pautas no solo de comportamiento sino, también, de convicciones y de maneras de ejercitar y ver el propio juego democrático.
Producto de esas rupturas, de esos desacuerdos que ahora bien ponen en plan de duda la legitimidad de la propia existencia de los partidos políticos como el único mecanismo para elegir a nuestros representantes, se ha dado el juego sucio y el pacto oculto.
El juego sucio que busca no sólo desacreditar las acciones de los propios y los contrarios sino, sobre todo, confundir al ciudadano en aras de un afán poco legítimo que descubre lo que bien se cocina al interior no de los partidos sino de los grupos que se integran en cada uno de ellos.
El pacto oculto que busca dar marcha atrás en las concepciones de la democracia y el juego político, que destroza la fe y la confianza y aniquila toda posibilidad de esperanza en los ciudadanos.
Pero algo queda al descubierto, y es precisamente el hecho de que no es la intención de trabajar por un bien común, no es la inquietud de llevar las mejores propuestas al ciudadano, es la búsqueda de la garantía de los intereses de grupos lo que motiva a muchos candidatos y lo que envuelve la falacia de las propuestas que propugnan; ello conduce de manera inevitable a los pactos ocultos, a los arreglos para asegurar las posiciones, no para garantizar jamás tiempos mejores para los pueblos.
Pudiera pensarse que son las reglas naturales de la política. Pero no es así. Es la propia conducta humana la que siempre por siempre impone su propia visión de los quehaceres públicos, en aras de intereses ajenos a los pueblos, en aras de visiones torcidas sobre las que tarde o temprano la historia, con la dureza de su propia mano, emitirá su propio veredicto y sobre todo para aquéllos que desprendiendo y destruyendo la propaganda de sus opositores consideran lograrán sus mezquinos objetivos. Qué pena. (Continuará).♦