[101] CRUZADA DISTRITAL POR LA DEMOCRACIA. NOTAS PARA UN HISTORIA INTEMPORAL
Felipe Díaz Garibay
Candidato del Partido Acción Nacional a Diputado Local por el IV Distrito Electoral del Estado de Michoacán, con cabecera en Jiquilpan
Parte II
Semanario “Tribuna de Sahuayo, Michoacán, México, domingo 26 de septiembre de 2004.
El ciudadano presa de sus líderes
Segunda semana y raspándole la suela al huarache continué mi cruzada distrital con no pocas novedades. La apreciación de la actitud ciudadana me ha convencido de la forma en que los lideres manejan a sus conciudadanos.
Hasta hoy he creído en los liderazgos compartidos, es decir en aquéllos que toman en cuenta a los elementos que conforman una organización y son capaces de dejar, a su salida, funcionando el entorno del que se separan de forma tal que, incluso, aplican novedades, formas distintas de ejercer un trabajo y también de ver la vida.
No comulgo con los liderazgos dictatoriales o autoritarios o con aquéllas figuras públicas que se sienten sustancialmente sustraídos de la realidad del mundo que les rodea perdiendo el piso e incurriendo en un grave conflicto de identidad.
He estado cerca de la pobreza extrema y he convivido con ella, por lo tanto del ciudadano incrédulo, que cuestiona a cada palabra que se le dice como salida para evadir toda propuesta, dejando claro que ya no cree en nada. Está resignado a su desesperanza. No han sido pocas las expresiones en el sentido de afirmar que todos los políticos van en busca del apoyo popular para “robar”, otros tantos propugnan por que quienes se dedican –o mejor dicho nos dedicamos- al trabajo político mejor deberíamos ocupar nuestro tiempo y recursos a otras cosas como, por ejemplo, a acciones altruistas donde los partidos no metieran la mano. “Todos son igual” es una expresión común, más en el fondo yo creo lo contrario.
Cierto, políticos los hay de vocación, pero también existen los improvisados que por mero capricho buscan posiciones sin tener la menor idea de lo que quieren ser, sin ubicar la proporción exacta de donde les surge la inquietud de ser políticos y donde termina la esencia de sus fines. Yo más bien diría que les falta la actitud de serlo pero también la aptitud para ser consecuentes con ello.
Si algo me queda claro es el convencimiento sobre la gran razón que tienen quienes afirman que la política es algo muy delicado como para dejarla exclusivamente en manos de los “políticos”.
El ciudadano ha buscado incorporarse a los procesos políticos, pero en realidad ello no ha sido posible y, ahora, ya no esperan nada de esta extraña actividad que a tantos nos gusta ejercer pero que pocos, muy pocos de verdad, en nuestros tiempos han sabido ejercitar. Falta no solo el carisma suficiente para ser verdaderos líderes, sino más bien la vocación para serlo.
No es fácil conducir ya los pueblos, no en estos tiempos. La sombra del desencanto cunde de manera inevitable.
Sin embargo el ciudadano, a pesar de su incredulidad, por inercia propia, se deja arrastrar por la voluntad de quienes ejercen sobre él un determinado liderazgo. Ahí está el problema, ahí esta la razón que debe hacernos pensar en el cómo y el porque los pueblos tanto soportan, porqué no se resisten a que se les vea como un objeto-cosa que puede moverse a la voluntad de quienes les representan.
La figura de la representatividad es ahora poco clara. El ciudadano común es solo la carnada electoral de quien le dice “estoy contigo” aunque después me olvide de él.
Sin embargo, el ciudadano sigue sujeto a la voluntad de sus líderes, como presa en la boca del león que sabe puede devorarlo en el momento que lo desee.
“Mire señor como venimos del campo, nos prometieron empresas, trabajo, comida para nuestros hijos y….”
A media tarde, un día de caminata en las calles de una colonia popular de uno de los Municipios de este Distrito, encontré a un grupo de cinco personas. La fatiga se dibujaba en su rostro, los zapatos –si es que se les puede llamar así-n estaban cargados de lodo; era un matrimonio de edad ya avanzada, sus dos hijos hombre y mujer y la esposa del primero. La piel agrietada por el sol y los ojos caídos del cansancio.
Me dieron la mano, y al estrechar una de ellas la mía quedó manchada de sangre; corría de una herida producto de las grietas, de esas que hace el trabajo, de esas que hace la desesperanza, de esas que hace la vida, de esas que son producto de la resignación, la burla y el olvido; esas que traen consigo infinidad de seres humanos, que algún día vinieron al mundo a vivir sin saber cual sería su destino.
Eran cerca ya de las seis de la tarde y para ellos era apenas la hora de la comida; me ofrecieron un jitomate con sal y limón el cual comí junto con ellos. Me senté a su lado en la acera donde hacía un poco de sombra.
Después de una charla, no tan breve o al menos no como las que he estado haciendo en las puertas de las casas o en las cocinas o patios de las que me invitan a entrar, me enteré de muchas cosas. Tenía frente a mí a cinco semejantes, a cinco seres humanos, a cinco ciudadanos frente a los cuales, debo admitir, sentí vergüenza acercarme a pedirles el voto, lo hice porque en estos momentos ese es mi trabajo, pero cualquiera hubiera pensado no me harían caso o quizás responderían como otros; sin embargo no… no fue así.
A pesar de su condición, de ese cansancio que reflejaban en su rostro, ya caída la tarde, sin comer aún, me pidieron no cejara en mi proyecto. “Usted échele ganas” fue su respuesta, “pero no se olvide de nosotros… nosotros todavía tenemos la esperanza de que alguien voltee a vernos, y nos mire como estamos; mire señor como venimos del campo, nos prometieron empresas, trabajo, comida para nuestros hijos y mire usted mis pies, mire mis manos; nosotros si vamos a votar téngalo por seguro porque esperamos que las cosas cambien si no para nosotros al menos para nuestros niños, porque nos da miedo pensar lo que a ellos les venga un día…”
El ciudadano temeroso del futuro
Aún cuando la visión del futuro ha sido una propuesta podríamos decir que muy manejada en el discurso político, construirlo en nuestros tiempos ha sido algo no muy sencillo. El Ciudadano tiene miedo al futuro porque en antaño no le fueron garantizadas, como tampoco ahora, las resoluciones a sus más elementales expectativas.
Es una queja común, un reclamo inevitable. Poco puede decírseles ya a los ciudadanos de la construcción del futuro o de la misma prospectiva planteada desde los vértices en que lo plantean quienes dicen que es posible construir el futuro en el mismo futuro, esto es cómo podemos vernos a 10, 15, 20 o más años adelante. Nuestros coterráneos no pueden verse en ese espacio temporal, no al menos en las condiciones en que se ahora se encuentran. Eso es no solamente desgarrador, sino más bien algo que debe preocuparnos a todos por igual.
Lo más factible sería iniciar una línea de construcción futurista partiendo del propio presente, observando las carencias, los problemas y la posibilidad real de resolverlos.
Pero el presente es confuso, no da para más y es urgente hacer algo o mucho tal vez.
Se visualizan los años venideros permaneciendo en niveles sin posibilidades de cambio alguno. Y es que de seguir igual las cosas cualquier cálculo de probabilidad, muestreo o estadística estaría manejando datos erróneos y alejados de la misma realidad. Los pueblos ya no están para señuelos. Los pueblos necesitan soluciones, necesitan saber si el futuro les promete algo distinto, posibilidades de curarse, de educarse, de alimentarse, de estar seguros en sus poblaciones en la conservación de su patrimonio y de vivir dignamente.
Pero se perciben profundas desigualdades, carencias, programas truncos, apatía hacia el gobierno y una firme convicción por la anarquía que hacen pensar que, por ahora, esa posibilidad en la gran mayoría del Distrito está prácticamente cancelada.
Queda la lección de que el ciudadano sabe que se le ha fallado y, por ello, para él el futuro no tiene la mayor importancia, y sí representa el más profundo de sus temores. (Continuará).♦
